8 de mayo de 2018.
Verduras
4 tomates
1 berenjena
2 paltas
Frutas
10 frutillas
2 manzanas
6 duraznosListo, tachaba cada alimento de la lista que iba consiguiendo y poniendo en mi bolso de tela. Una vez pagado todo volví a mi casa. ¡Ah! La comodidad de este barrio es que hay miles de verdulerías y están abiertas siempre.
Hice dos cuadras y arribé a mi departamento. La misma gente, las mismas panaderías. Hacía un año y dos meses que vivía ahí y aún así sentía que recién había llegado.
Subí un par de escaleras y abrí la puerta que daba al vestíbulo. Allá estaba Luis, el portero.
– ¿Cómo va? –Me saludó agachando la cabeza.
– Bien, ¿usted? –le regalé una sonrisa.
– Trabajando – respondió con su acento venezolano.
Si había una persona educada era él, siempre feliz y atento.
Fui hasta los ascensores, apreté el botón y subí hasta el piso dieciocho. Salí del ascensor mientras cargaba las bolsas con una mano, a su vez, con la otra, dirigía la llave al picaporte y entraba a mi casa.
Hice lo común, agarré las cartas que tenía en el piso, las dejé en la mesa del comedor. Fui a la cocina, abandoné las frutas y verduras en la heladera.
Miré la hora: 16:42.
Me solté el pelo, pues tenía hecho un rodete o un intento de rodete. Tiré el colero a un lado y me puse a ver los papeles que me habían llegado mientras peinaba mi castaño y ondulado cabello con mis dedos.
No tenía rulos, sino ondas bastante simpáticas. Nada muy llamativo, nada que me impidiera peinarme con los dedos.
Las expensas, promociones, cupones... y de repente: un paquete gris, lo abrí y había información sobre un lugar a varias cuadras de mi casa para alquilar. ¡El precio! ¡Muy barato!
Me rasqué el labio inferior. ¿Los porteros dejan pasar promociones de otros departamentos en este? Rarísimo.
Mi celular empezó a sonar, tomé una buena cantidad de aire, alargué el brazo, agarré el aparato y atendí.
– ¡Mujer! –se escuchó una muy conocida voz chillona–. Vas a venir ¿o no? Habíamos quedado a las 16:30.
Era Diana, una compañera de la facultad, a la cual no veía hacía bastante por un tema de horarios, pues no coincidíamos en ninguna cátedra. Ojeé el reloj nuevamente. ¡Se me había olvidado!
– Ay... sí, ¡ya voy! –rasqué nuevamente mi labio inferior–. Perdón, me atrasé comprando cosas.
Sentí una estruendosa carcajada del otro lado – Dale. Te espero, querida. ¡No te olvides la cabeza!
En menos de cinco minutos estuve en su casa, pues vivíamos a dos cuadras. El portero me dejó pasar, ya me conocía bien. Subí al piso dos y en seguida me abrió la colorada.
– ¡Ayyy! –me abrazó, como si no nos hubiéramos visto hace años.
– Loca, vas a despertar a los vecinos –le reproché mientras correspondía su abrazo–. ¿Cómo estás?
Diana se separó de mí y se hizo a un lado para pasar. Tenía unos aros enormes, delineado perfecto, tacos peligrosamente altos, remera escotada y unos jeans negros.
– ¡Excelente! Anoche vino Andrés, tomamos vino, vimos una película. Ni la terminamos, obvio... ¡Ah! –Suspiró–, me cogió como el mejor. Realmente lo necesitaba, ando estresada –Contestó exagerando los gestos como hace siempre, es algo muy característico de ella– ¿Y vos?
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Armonía en un caos
De TodoLa realidad es cruda, el sufrimiento puede esconderse hasta en una sonrisa atractiva con dientes perfectos. Él tenía esa sonrisa, me cautivó desde el segundo en que lo vi. Nunca imaginé todo el dolor que implicaría enamorarse. Si están buscando la...