Antes de poner la ultima parte de este mini maratón si me gustaría pedirles una disculpa por no subirles capítulos pero prometo ahora si subirles mas seguido, los intento hacer algo largos para compensar el que me ausente, espero lo disfruten
Su teléfono empezó a sonar y se dispuso a sacarlo del bolso. Pero enseguida retiró la mano. Por primera vez en su vida profesional, no quería pensar en el trabajo. No quería responder ninguna pregunta absurda ni explicar las cifras de ningún informe.
Sólo quería estar a solas por un día. Agarró el teléfono y lo apagó, cortando prematuramente la serenata de Mozart. Ya se ocuparía de aquel asunto más tarde.
Y además, lo último que necesitaba era una multa de Jeff. Tenía cosas más importantes en la cabeza. Sus pensamientos volvieron a Ian. Lo único que la retenía era el miedo a cometer los mismos errores del pasado. ¿Y si se acostaba con Ian y era la mejor experiencia de su vida? ¿Y si se volvía a enamorar perdidamente de él?
Sus sentimientos por Ian llevaban tanto tiempo enterrados que se había olvidado de ellos.
Pero en el momento de besarla habían vuelto a la superficie con más fuerza que nunca. Ella era mucho más fuerte ahora, pero Ian tenía la capacidad de hacerle olvidar la realidad. Tomó aire profundamente. El poder que ejercía sobre ella era escalofriante, pero al mismo tiempo muy excitante y liberador. Cuando estaba con él, podía permitirse disfrutar sin más.
Por primera vez desde que era una adolescente, se levantaba por la mañana con una ilusión renovada. Mientras estaba allí, con Ian, no tenía que preocuparse por los problemas laborales que la acosaban sin descanso. Podía relajarse y ser ella misma. ¿Por qué tenía que incluir a Ian en todas las decisiones que tomaba? Había estudiado en la Universidad de Nueva York porque creía que así le impresionaría.
Se había dedicado al mundo de las relaciones públicas porque Ian le había dicho una vez que se le daba muy bien resolver los problemas ajenos. Y durante los últimos siete años se había convertido en una mujer fuerte porque quería demostrar que no necesitaba a Ian para ser feliz.
¿Y adónde la había llevado todo? Suspiró débilmente. De nuevo al punto de partida... persiguiendo a Ian Somerhalder. Sólo que esa vez era él quien la perseguía a ella, y ella tenía el control sobre lo que pasaba entre los dos... hasta que él la tocaba, naturalmente. Entonces todo saltaba por los aires.
—Ése es el problema —dijo en voz alta—. Puedo controlar mi atracción por Ian siempre y cuando no estemos cerca el uno del otro. Pero me siento tan atraída por él que no puedo guardar las distancias. Haga lo que haga, estoy condenada.
Cuando volvió al hotel, ya casi era mediodía. No había nadie en recepción, pero encontró a su hermana en una mesa del comedor. Tenía una carpeta abierta y mordisqueaba un trozo de pan mientras hojeaba las páginas.
—Tu dama de honor ha llegado —dijo _______________, sentándose frente a ella. Su hermana levantó la mirada y sonrió.
—Estupendo. Necesito que alguien me distraiga de todos estos detalles. Mi cabeza va a estallar con tantas cosas: flores, música, velas, cena... Creía que estábamos planeando una boda sencilla, pero empieza a cobrar vida propia.
_______________ tomó la carpeta y examinó la lista de cosas pendientes. No entendía por qué las novias siempre se preocupaban por las decisiones más absurdas.
—¿Esto es la lista de música? Te sugiero el Canon de Pachelbel para la entrada, y la Oda a la alegría para la salida. Las rosas rojas no combinarían con mi vestido. Mejor que sean blancas. Y que no sean rosas híbridas, sino centifolias. Velas aromáticas de vainilla... ya sabes cuánto le gustan a mamá. Y para cenar, carne y marisco. Así complacerás a todo el mundo —cerró la carpeta de golpe—. Ya está, ¿ves qué fácil?
Emma parpadeó, sorprendida.
—¡_______________ Lenore Lambert! No puedes tomar decisiones tan rápidamente. Todas estas cosas hay que discutirlas.
—¿Con quién? ¿Con Sam? A él le da igual. He oído que las novias dedican tanto tiempo y atención en los preparativos de la boda que se olvidan de lo que viene después.
—Por eso queríamos que fuera una ceremonia pequeña y sencilla —dijo Emma —. Algo más manejable. Entre mamá y la señora Somerhalder nos habrían organizado el evento del siglo. Pero no sólo quiero tomar las decisiones correctas por eso. Quiero que esta boda sea perfecta. Y Sam también.
—¿Lo has discutido todo con él?
—No. Me ha dejado a mí todos los detalles.
________________ agarró un trozo de pan de la cesta y le dio un mordisco.
—Es curioso que no quiera participar en los preparativos. Ya sabes cómo son los Somerhalder... Siempre tienen que meter las narices en todo.
___________________ vio cómo cambiaba la expresión de su hermana. Frunció el entrecejo con una mueca de preocupación y mantuvo la vista fija en la carpeta, como si todas las respuestas estuvieran en su contenido. ________________ no pudo evitar sentirse un poco culpable; pero el matrimonio suponía un cambio muy drástico en la vida de cualquiera, y si Emma no estaba preparada para asumirlo, era su deber, como hermana mayor, hacérselo ver.
—Y si la boda no es perfecta, el matrimonio nunca saldrá bien —añadió—. Es como un mal karma.
—Sí, supongo —murmuró Emma.
—Vas a casarte con el hombre perfecto, así que a cambio tú tienes que ser perfecta. ¿Habéis resuelto la cuestión de la motocicleta? Yo en tu lugar me mantendría inflexible. Si muestras la menor debilidad, él no dudará en aprovecharse y se saldrá siempre con la suya.
—No quiere hablar de ello. Dice que es su decisión y de nadie más.
—Emma, las cosas sólo irán a peor cuando os caséis. El matrimonio no acaba con los problemas; al contrario, los magnifica —aquello era un flagrante intento de manipulación psicológica, pero a _________________ no le importaba si con ello conseguía que Emma se lo pensara dos veces antes de cometer el mayor error de su vida.
Si el amor no podía resistir un poco de presión, no estaba destinado a durar. Ocultó una mueca de desagrado. Le dolía pronunciar aquellas palabras. Pero quizá por ello no estaba felizmente casada y viviendo en las afueras con un par de críos... Quizá hubiera algo de cierto en lo que decía... Alargó el brazo y agarró la mano de Emma.
—¿De verdad estás preparada para dar este paso, Em?
—He... he pensado en posponerlo —admitió su hermana en voz baja—. Pero luego lo achaqué a los nervios. Todo el mundo se llevaría una gran decepción.
—Se trata de ti, no de mamá y papá.
—Pero ¿cómo voy a saberlo? ¿Cómo se supone que debo sentirme?
—Tienes que sentir pasión, ilusión, impaciencia... Vas a pasar el resto de tu vida con ese hombre. Tienes que saber que cuando lo sigas mirando en el desayuno dentro de treinta años seguirás sintiendo lo mismo por él —se recostó en la silla—. Si cancelas la boda, Emma, yo te apoyaré en todo. Te ayudaré a explicárselo a mamá y papá.
Emma respiró temblorosamente y se obligó a sonreír.
—Así te ganas la vida, ¿verdad? Te encargas de adornar los desastres y fingir que no ha pasado nada.
—Esto no sería un desastre —insistió _______________.
Pero un divorcio al cabo de dos o tres años sí lo sería. Las familias se verían obligadas a tomar partido y destruirían la amistad que siempre las había mantenido unidas. Emma negó con la cabeza.
—No digas tonterías. No voy a cancelar la boda. Estos son los típicos nervios prenupciales, nada más —agarró un menú del centro de la mesa y se lo tendió a _____________—. Toma, ¿por qué no pides algo para almorzar mientras yo subo a mi habitación a por el catálogo de flores? Tenemos que decidir cómo serán los ramos y encargárselos al florista esta misma tarde.
Se levantó de la mesa y salió del restaurante. _______________ sacudió la cabeza lentamente. Sus dudas no se habían disipado. Al contrario. Emma no estaba lista para casarse, pero no era lo bastante fuerte para tomar una decisión por sí misma. Tendría que ser Ian quien convenciera a Sam para que anulase la boda. Agarró la carpeta de Emma y volvió a abrirla. Estaba llena de fotos de revistas y notas a mano.
Había un apartado enteramente dedicado a los vestidos de novia, y otro a los trajes del novio. Era evidente que Emma llevaba más de un mes y medio planeando aquella boda. Algunas de las fotos tenían al menos cinco años. Soltó un débil gemido.¿Sentía Emma por Sam lo mismo que ella sentía por Ian?
¿Había estado secretamente enamorada durante todos esos años? Si así fuera, convencerla para que esperase iba a ser mucho más difícil de lo previsto. Le hizo un gesto a la camarera y se levantó.
—¿Puede decirle a mi hermana que he tenido que salir a hacer un recado? Volveré esta tarde.
Si ella y Ian esperaban tener éxito, tendrían que coordinar sus esfuerzos. Se disponía a llamarlo por teléfono, pero ni siquiera sabía si Ian tenía móvil. ¿Cómo podía vivir una persona en el mundo actual sin móvil? ¿O sin ordenador portátil, PDA y fax? Mientras se dirigía hacia su coche, recordó que Ian tenía una cita para probarse el esmoquin.
El único lugar del pueblo que alquilaba ropa elegante para hombres era una tienda a dos manzanas de distancia. Miró a su coche aparcado frente al hotel y decidió que llegaría antes a pie. Al llegar estaba casi sin aliento. Fue hacia la parte trasera de la tienda, donde había un hombre de edad avanzada con una cinta métrica alrededor del cuello, frente a un espejo.
—¿Está Ian Somerhalder aquí?
—Se está cambiando —respondió el hombre, señalando el probador más cercano—. Saldrá enseguida.
_______________ se acercó al probador y abrió la puerta. Ian estaba frente al espejo, en calzoncillos y con una camisa. La vio reflejada en el espejo y sonrió.
—Tienes una bonita habitación en el hotel, y yo me alojo en el cobertizo de las barcas. ¿Por qué nos seguimos encontrado en los probadores?
—Tenemos que hablar —dijo ella.
Entonces él se giró lentamente y a _____________ se le formó un nudo en la garganta al ver el musculoso pecho que revelaba la camisa a medio abotonar. Sintió un picor en los dedos al imaginarse el tacto de aquella piel bajo sus manos. Ian le agarró la muñeca y le hizo colocar la palma sobre su pecho.
—¿Qué es tan importante que no puede esperar hasta que me vista? —llevó la mano de _______________ hacia su vientre y la dejó junto al elástico de los calzoncillos.
Ella pasó el pulgar por la cadera y lo deslizó en el interior de la tela a rayas azules. Quería ir más allá. Quería explorar su cuerpo hasta conocer al detalle aquel perfecto ejemplar de belleza masculina. Nunca le había prestado mucha atención al aspecto físico, pero hasta ahora nunca había estado con un hombre como Ian.
Sus abdominales de acero, la suave capa de vello que le cubría el pecho... Todo la fascinaba e intrigaba. Deslizó las manos sobre su torso, viendo cómo su erección se presionaba contra los calzoncillos. Ian tiró de ella hacia él y la besó, agarrándole el trasero con ambas manos y moviendo las caderas contra las suyas.
Envalentonada, _______________ bajó la mano y rodeó con sus dedos el duro miembro viril a través de la tela. Ian ahogó un gemido.
—¿Qué estás haciendo?
—No estoy segura —dijo ella. Y era cierto.
Sólo estaba siguiendo su instinto. Su audacia no tenía ningún sentido y debería sentirse horrorizada, pero cuando estaba con Ian no podía regirse por las normas de siempre.
—¿Qué tal le queda? —preguntó el dependiente al otro lado de la puerta.
—Muy bien —respondió Ian, con los ojos cerrados y el rostro contraído en una mueca de placer. No se refería sólo a la ropa. La mano de ________________ en su sexo endurecido, las suyas en su trasero... Todo encajaba a la perfección.
—¿Puedo verlo?
—¡No! —exclamaron los dos al mismo tiempo.
Ian la miró a los ojos, nublados por la pasión, y sonrió.
—¿Para esto has venido? ¿Para atormentarme?
—He... he venido a hablar de Emma —admitió ella, y retiró la mano dubitativamente.
—No —susurró él—. Tócame —la besó ligeramente en los labios—. Siento haberme comportado como un cretino ayer. Me pasé de la raya. ¿Podrás perdonarme?
—¿Por qué?
—Por lo que dije. Por cómo actué. Por ser un idiota y dejarte sola con Winslow —gimió con más fuerza—. Si sigues haciendo eso, habrá consecuencias muy embarazosas...
—Lo siento —dijo ella—. ¿Quizá deberíamos continuar más tarde?
—Creo que será lo mejor. No sé si quiero que nuestra primera vez sea en un probador —bajó la mirada—. Esto va a afectar las medidas de mis pantalones.
__________________ se rió. Presentía que el sexo con Ian iba a ser una experiencia única. Nunca se había divertido mucho en la cama, y sus expectativas casi nunca se habían cumplido. Pero ahora sentía curiosidad, y estaba impaciente por averiguar cómo sería con Ian.
—¿Debería irme?
—No, dame unos minutos. Tengo que concentrarme en otra cosa.
—En nuestro plan —dijo ella—. Necesitamos un plan. He hablado con Emma y tiene dudas. No creo que esté preparada, pero no será ella quien cancele la boda.
Ian miró a su alrededor.
—La verdad es que este probador tiene su encanto... Es como un lugar público, pero con la intimidad necesaria.
_________________ lo golpeó suavemente en el brazo.
—Estamos hablando de Emma y Sam.
—No quiero hablar de ellos. Prefiero hablar de nosotros. ¿Qué vas a hacer esta tarde? Tengo algo que enseñarte.
___________________ bajó la mirada y puso los ojos en blanco.
—Sólo piensas en sexo.
—No. Eso no es cierto. Y no es eso lo que quería enseñarte —la agarró por los hombros y la hizo girarse—. Deja que me ocupe de esto antes que nada —abrió la puerta y la echó del probador.
El dependiente estaba esperando con un gesto ceñudo.
—Enseguida saldrá —dijo ella—. Voy a esperar ahí fuera. Tiene usted unas sillas de aspecto muy cómodo —consiguió esbozar una sonrisa, pero la expresión del hombre no se alteró.
Diez minutos después, Ian se reunió con ella. La tomó de la mano y salieron de la tienda.
—Tienes que dejar de provocarme para que haga esas cosas —le recriminó ella.
—Antes eras mucho más atrevida —le recordó él—. ¿Qué te ha pasado?
—He crecido.
—¿Te atreves a besarme, aquí y ahora? Delante de todo el mundo —miró a ambos lados de la calle desierta y se cruzó de brazos—. Bueno, delante de aquella mujer con el caniche.
—¿Adónde vamos? Me dijiste que querías enseñarme algo.
—No sé si debería hacerlo —bromeó Ian—. Has perdido tus agallas. No creo que esta _____________ esté preparada para lo que tengo pensado.
Ella sonrió, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó apasionadamente. Introdujo la lengua entre sus labios y empleó toda su sensualidad femenina para volver a excitarlo.
—He perdido un poco de práctica, nada más. Lo único arriesgado que hago ahora es sortear taxis cuando cruzo la Quinta Avenida.
Ian la besó otra vez y la llevó hacia su coche. A ______________ no le importaba adonde fueran, siempre que fuera un lugar tranquilo y privado donde pudieran continuar lo que habían empezado en el probador.
***
—¿Adónde vamos?
Ian la miró de reojo y sonrió. Después del incierto comienzo de esa mañana, se preguntaba si ________________ y él estaban condenados a revivir continuamente el pasado. Habían sido muy buenos amigos y juntos habían hecho de todo: pescar, nadar, trepar a los árboles...
Pero cuando empezaron a verse como algo más que simples colegas, la relación se fue haciendo cada vez más tensa y difícil, y con frecuencia se enzarzaban en una lucha de voluntades enfrentadas en la que cada uno intentaba dominar al otro.
_______________ se había valido de su férrea determinación para triunfar en una profesión extremadamente competitiva.
En cambio, él había interiorizado la confianza absoluta que _____________ tenía en él y la había empleado para levantar su propio negocio desde cero. Nunca le había dado las gracias por ser tan buena amiga. Pero tampoco quería hacerlo ahora. Quería que ______________ lo viese como algo más que un amigo.
Quería volver a aquel lugar y aquel día, justo antes de que las hormonas juveniles hubieran empezado a desatarse. Tal vez entonces podrían moverse en otra dirección.
—Al menos me gustaría saber qué es eso que vas a enseñarme.
—Es una sorpresa —respondió él—. ¿Siempre eres tan impaciente? ¿O acaso odias las sorpresas?
—Las dos cosas.
—Tienes que aprender a relajarte. Ya no estás en la ciudad. Respira hondo y disfruta de este día tan bonito.
El teléfono de ______________ empezó a sonar y ella lo sacó del bolso. Pero antes de que pudiera contestar, Ian se lo arrebató de las manos.
—Puedes hablar con ellos más tarde —dijo, echándole un rápido vistazo al identificador de llamada.
—Tengo responsabilidades —protestó ella, recuperando el teléfono—. ¿No tienes móvil? ¿La gente de tu oficina no tiene que hablar contigo?
—No tienen mi número. No quiero que nadie me llame, así que no lo facilito.
Cuando me marcho de la oficina, me olvido por completo del trabajo. Cualquier problema que surja en mi ausencia puede esperar, o puede ser resuelto por ellos mismos. No soy tan importante, ni tengo todas las respuestas. ¿Tú sí? ________________ frunció el ceño, como si la pregunta la hubiera sorprendido.
—Pues claro. Así es como se asciende. Teniendo todas las respuestas.
—Quizá deberías confiar un poco más en la gente con la que trabajas. De lo contrario, acabarás volviéndote loca.
Ian sabía por experiencia que era mejor tomarse el trabajo con calma. Cuando abrió su estudio de arquitectura en Chicago se pasó noches y más noches en vela, acosado por la angustia y los temores sobre su futuro profesional. Pero entonces, cuando se convenció de que no iba a quebrar, dejó de preocuparse.
No quería ser multimillonario ni aparecer en la portada de las revistas más prestigiosas de arquitectura. No iba a ser el siguiente I.M.Pei. Haría bien su trabajo, tendría una vida decente y sus clientes quedarían satisfechos. Y con eso bastaba.
—Trabajo mejor cuando estoy bajo presión —dijo ________________, abriendo el móvil—. Dame tu número. Quizá tenga que llamarte por alguna emergencia.
—Te lo daré sólo si me prometes usarlo —dijo él.
—¿Para qué? ¿Para un apaño sexual?
—Tal vez. O cuando hayas bebido más de la cuenta. O cuando te quedes atrapada en un banco de nieve a un lado de la carretera.
Metió la mano en su bolsillo y sacó su móvil para dárselo a ________________.
—Graba tu número en el mío. Quizá sea yo el que tenga que llamarte por alguna emergencia.
Examinó atentamente el lateral de East Shore Road, buscando el desgastado letrero de madera que colgaba de un viejo arce. Havenwoods. Al verlo, giró bruscamente hacia el camino nevado que entraba en el bosque.
—¿Qué haces? —preguntó ____________—. En el cartel decía que es una propiedad privada. No deberíamos entrar.
—Tranquilízate. El dueño apenas pisa este lugar en invierno. Hace mucho que nadie viene por aquí.
________________ guardó silencio y Ian giró la cabeza para mirarla.
—No pasará nada. Te lo prometo.
Siguieron avanzando entre los árboles y finalmente llegaron a un claro. Una vieja cabaña de troncos dominaba la pendiente que bajaba hasta el lago. Tenía tres chimeneas y estaba rodeada por un porche destartalado con pilares de piedra. Cada vez que la veía, Ian se maravillaba de que fuera finalmente suya.
—Oh, Dios mío —murmuró _____________—. Es la Fortaleza —miró a Ian con una amplia sonrisa—. Hacía años que no estaba aquí. Tiene el mismo aspecto de siempre —frunció el ceño—. Pero más pequeña.
—Se llamaba Havenwoods —dijo él—. Fue una de las primeras casas de verano que se construyeron en el lago, cuando North Lake no era más que un lugar de pescadores en medio del bosque. La construyó en 1865 un magnate de los ferrocarriles de Chicago, quien poseía el lago y todos los alrededores. Fue diseñada por William West Durant, el primero en construir al estilo rústico de los Adirondacks.
—Alguien está en casa —observó ella—. Las luces del porche están encendidas a plena luz del día.
Él sacudió la cabeza.
—La iluminación se activa por un censor en el camino de entrada. Si te acercas a la cabaña desde el lago, las luces no se encienden —apagó el motor del coche—. ¿Quieres entrar?
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¿En tu cama o en la mía? (Ian Somerhalder & _____)
Teen FictionEl adolescente perfecto ahora era todo un hombre... y un magnífico amante. ________________ Lambert no esperaba que aquella breve estancia en la casa de campo de la familia con motivo de la boda de su hermana fuera a poner su vida patas arriba. Pero...