Parte única

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Maglor no entendía lo que estaba pasando. Aunque no era tan pequeño, estaba muy confundido. Lo que sí sabía, era que no era el movimiento del barco lo que causaba el molestar de su hermano mayor.

Maitimo estaba inclinado sobre la borda, y vomitaba. Estaban solos, en medio de la noche, y sólo los sollozos del pelirrojo eran audibles.

Él se había despertado cuando lo oyó salir del camarote, y por eso estaba a su lado, sujetándole el cabello y acariciando su espalda.

-Nelyo, ¿que te sucede? ¿Estás enfermo?

El mayor logró incorporarse débilmente y se limpió la boca en silencio. ¿Como decirle a su hermano sobre lo que le pasaba? No sentía el derecho de verlo a la cara después de haber matado a su gente.

Estaba temblando, pero trató de parecer firme y cerrando los ojos trató de olvidar todo unos segundos.

-Sólo estoy mareado.

Maglor no le creyó, pero no le iba a sacar nada al terco muchacho, así que cedió a ser devuelto a la cama.



Precisamente porque dormía con sus hermanos, trató de mantenerse en silencio absoluto mientras sentía las lágrimas en su rostro. Un suave llanto que no le pertenecía se oyó desde el otro lado del camarote, y en silencio se levantó para sostener a Amras en brazos.

-Shh, estoy aquí-susurró, abrazándolo contra su pecho.

El bebé siguió llorando, y sus lágrimas pasaron de ser de lamento a desespero. No tenía idea de cómo cuidar de sus hermanitos, y su padre parecía haberse olvidado de ellos.

Extrañaba a su madre, y los días felices en los que no tenía que preocuparse por todo.

Él sólo era un adolescente, y no sabía que hacer.



Los siguientes meses después de instalarse en Beleriand fueron una pesadilla. Su padre estaba cada vez más furioso, ya casi ni salía de su oficina, y no les dirigía la palabra más que para gritar.

Maedhros era quien se llevaba la peor parte, cuando no lograba callar el llanto de los gemelos y su progenitor se desesperaba ante el ruido y le reclamaba por ello.

'Extrañan a mamá' se atrevió a decirle un día.

'No me interesa. Hazlos callar.' había sido su contestación.

Cada mañana se levantaba cansado, los sueños malos no le permitían dormir. Pero sabía que no podía mostrarse así ante sus hermanos, porque él era el mayor, tenía que dar el ejemplo. Así que sonreía y trataba de que siguieran siendo felices, pero ninguna de sus propias sonrisas era de verdad.

Una mañana, mientras regresaba después de dejar a los chicos a la escuela, se topó con Mairon.

El maia miró sorprendido al elfo que consideraba la persona más importante en su vida, después de su novio. Ya no tenía el aire dulce e inocente de antes. Sus ojos grises no brillaban, y en su rostro se podía ver que algo lo había cambiado.

-¿Nelyo?-preguntó preocupado.

Él se había sabido mantener fuerte, pero ante su único amigo en el mundo no podía mentir. Su expresión se descompuso y lanzándose a abrazarlo se deshizo en llanto.

Mairon no dijo ni una palabra, pero le devolvió el gesto con fuerza y lo dejó desahogarse.

¿Qué había pasado?



Melkor alzó una ceja mientras miraba al niño llorar a mares mientras Mairon lo abrazaba. En parte, su lugarteniente le debía una explicación, pero también se preguntaba cómo Fëanor podía ser tan cruel con su propio hijo. El chiquillo apenas había llegado a la edad adulta, claramente, y ya se veía como si llevara el mundo encima.

Verlo le produjo una sensación extraña. No fue consciente de por qué dejó la manta sobre sus hombros, y cuando los ojos grises y llorosos se fijaron en él por primera vez, pensó que estaría asustado de él, que lo temería. Nunca espero que lo abrazara y siguiese llorando contra él.

Tampoco supo por qué lo dejó estar así hasta que cayó en un profundo sueño, y accedió a que se quedara esa noche.

-¿Por qué es tan miserable?-preguntó a Mairon.

El rubio apretó los puños.

-Fëanor le ha dejado todas sus responsabilidades sin darse cuenta. Él es quien sufre el peso de todas sus decisiones, desde el rechazo a los valar, la matanza contra los Teleri... y sobre todo, cuidar de sus seis hermanos por sí mismo.

Melkor desvió la mirada del elfo, que dormía en el regazo del maia, y recogió la cerveza que había dejado a medias en la mesa de la sala.

-Deberías cambiarle la ropa. Su raza es propensa a enfermarse-gruñó.



Llegó un punto en el que ya no tenía lágrimas para llorar. Dejó de intentar aparentar incluso, y con gesto serio seguía con sus obligaciones.

Pasaron siglos antes de que los gemelos crecieran lo suficiente, y sólo entonces pudo al fin entrar a la universidad. Al menos eso lo distraía, aunque lo hacía porque sabía que un día Fëanor también se iría y a él le tocaría mantener a los seis.

No había modo de que pudiese recomponerse después de todo lo vivido.

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