S E G U N D A E R U P C I Ó N: L A P R I N C E S A

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"l l e n o s  d e  c o r a j e ,  s i n  p r o b l e m a s ,  

b u r l o n e s  y  v i o l e n t o s- e s o  e s  l o  q u e  l a

S a b i d u r í a  q u i e r e  q u e  s e a m o s.

l a  S a b i d u r í a  e s  u n a  m u j e r ,  y  a m a  s ó l o  a  u n  g u e r r e r o."

-Friedrich Nietzsche.

Popocatépetl la observó con ojos que esperaba fuesen burlones, pero sabía eran asombrados.

Maravillados.

Sorprendidos.

Anonadados.

La princesa vestía como una mujer digna de la nobleza: su largo cueitl se abría a partir de las rodillas y estaba decorado con coloridos bordados y piedras preciosas; y sobre el pecho llevaba un quechquemitl-una blusa triangular propia de su clase, también bordada y decorada ricamente-que dejaba dos triángulos de piel descubierta a sus costados. Un largo penacho de diversas plumas enmarcaba su rostro, y de sus orejas colgaban un par de pesados aretes de oro.

No parecía que fuera rebelde, o que quisiera serlo.

-¿En serio quieres aprender?-preguntó como un bobo.

Ella asintió alegremente.

-¡Sí! Te prometo que no habrá ningún problema con mi padre, ¿puedes enseñarme?

-Eeeehhhh...

-¡Por favor, Popocatépetl!-ella aplaudía y brincaba un tanto, entusiasmada como una niña pequeña.-¡No le diré a nadie!

No fue eso lo que lo convenció. No fue ni la manera en la que dijo su nombre, Popocatépetl, como si lo conociera de toda la vida; ni el que fuera la princesa la que se lo pedía.

No.

Fue la manera en  q u e  l o  h i z o  s e n t i r, como si bullera en lava desde el centro de su pecho, la que lo convenció de acordar un encuentro.

***

La hora acordada había sido medianoche, quizá en un intento de dramatismo por parte de la princesa. Popocatépetl no logró pegar ojo, a partes iguales emocionado y preocupado por la cita; pero de igual manera se encontró a sí mismo subiendo el camino de la ladera acordada. Se preguntó por enésima vez si todo habría sido una trampa, si el cacique habría enviado a su hija a comprobar la lealtad que el guerrero le tenía a los designios de los dioses; pero el rostro de Iztaccíhuatl invadió su mente y supo que no podía ser así.

Ella era demasiado vivaracha, alegre e impredecible para seguir con algo como eso; y la interacción entre ambos había resultado demasiado... natural. Se preguntó qué interés tendría ella en la guerra.

Él había sido criado para ello y no se quejaba: había algo maravilloso en las armas, algo divino en ser capaz de preveer los movimientos de tu atacante y bloquearlos.

Popocatépetl amaba lo que hacía, pero no podía ver porqué Iztaccíhuatl lo haría.

La guerra en sí era un barullo, un desorden enorme de sangre, gritos, golpes y muerte; la gloria que traía después era lo que muchos guerreros preferían, pero lo verdaderamente increíble era defender a su pueblo. Saber que no seguirían vivos de no ser por él y sus compañeros.

Popocatépetl había visto a muchos guerreros volverse insaciables, estoicos, duros o amargados a través de los años, y creía que esa era la razón por la que Camaxtli les prohibía a las mujeres ir a la guerra. Los hombres eran demasiado egoístas para permitir que su mayor fuente de alegría se volviese tan amargada como ellos.

¿Se iría la chispa de Iztaccíhuatl si le enseñaba?

No. Su fuego era demasiado brillante para ser apagado.

Las piedras crujieron bajo sus pies, y Popocatépetl apartó unas cuantas ramas para encontrarse en un pequeño claro.

-Creí que no vendrías.

Ahí estaba ella, sentada sobre una piedra, con los hombros cubiertos además por un rebozo.

-¿Y dejar a la princesa esperando? Nunca.

Ella sonrió, él sonrió, ambos sintieron pequeñas erupciones en sus corazones.

Popocatépetl se adelantó, sacando de su cinturón un par de largas dagas de obsidiana. Se arrodilló frente a Iztaccíhuatl, sosteniendo las armas en sus palmas abiertas.

-Estas son las que usaremos esta noche. Se llaman tecpatl, y representan a Huehuetéotl*.

Ella sonrió burlonamente.

-Aw. Tenía la esperanza de usar una lanza, o siquiera un arco.

-Si te portas bien, te enseño a disparar mañana.

Ambos intercambiaron una mirada retadora.

-Trato hecho.

Lava [La Leyenda de los Volcanes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora