s e x t a e r u p c i ó n: e l B A T A L L Ó N

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"mañana, 

mañana cuando yo me muera,

no quiero que estés triste

a este lugar,

a este lugar que voy a volver,

en la forma de un colibrí

mujer,

cuando miras al sol,

sonríe con cariño,

allí

allí estaré con nuestro padre,

buena luz que te enviaré"

-icnocuicatl, lila downs

La noticia se corrió como fuego por toda la ciudad. El entusiasmo era evidente, y cada ciudadano colgaba pancartas y hacía danzas y cánticos en honor a Camaxtli, su dios de la guerra. La respuesta de los aztecas llegó dos días más tarde.

El batallón tlaxcalteca salió esa misma noche. Iztaccíhuatl fue una de las mujeres, niños y hombres viejos que los animaron, aunque ella estaba ahí por un guerrero y uno solo: Popocatépetl.

él le había dado un beso antes de partir, y los labios todavía le pulsaban.

La noche había pasado en un revuelo de colores, luces y canciones; pero cuando la mañana llegó Iztaccíhuatl se sentía vacía. La abrumó el  hecho de que no vería a Popocatépetl ese día, o el siguiente, o el que le seguía a ese.

No estaba preocupada, o triste, o esperanzada. Simplemente estaba segura, segura de las habilidades de su guerrero. Pero eso no significaba que los días fueran menos difíciles.

La princesa no podía simplemente quedarse sentada esperando, así que comenzó a pensar en un tributo para Camaxtli, el dios de la guerra de su gente. ¿Humano? No. Ella no era ninguna sanguinaria azteca, no gracias. ¿Animal? Le daba pena, pero supuso que bastaría.

Suspirando, se levantó y se dio a la búsqueda.

El templo de Camaxtli era un majestuoso círculo de piedra con techo de paja, en cuyo interior se hallaba una enorme estatua del dios que el emperador de Tenochtitlán había querido robar múltiples veces, a pesar que ellos adoraban a Huitzilopochtli.

Fue ahí donde Iztaccíhuatl se arrodilló con su sacrificio, ofreciéndolo junto a múltiples rezos al dios para que su gente-*tos* y Popocatépetl *tos*-ganara la guerra.

Uno de los muchos defectos de Iztaccíhuatl era la impaciencia. Después de unos cuantos días de espera comenzó a ponerse inquieta, incluso a considerar enviar un mensajero para ver si Popocatépetl estaba bien.

La gente de la ciudad afirmaba que la guerra podía tomar semanas, meses o incluso años; y los rezos de Iztaccíhuatl aumentaron su frecuencia hasta incluir a Tonantzin* además de Camaxtli.

La princesa intentó no pensar en ello, concentrándose en vez en la mazorca que estaba ayudando a desgranar. Hacía muchos años que su padre se había rendido en sus intentos de hacerla dejar de trabajar, y las mujeres alrededor ya se habían acostumbrado a su presencia.
A la espalda de Iztaccíhuatl se oyeron gritos y saludos entusiasmados, además de varios pesados pasos en su dirección.
El corazón de Iztaccíhuatl pegó un salto. ¿Podría ser...?
-Izta.-dijo una voz, en tonos bajos y apenados.
No era Popocatépetl. Él la llamaba Iz, y su voz tenía la capacidad de hacer que todo su ser explotara como un montón de estrellas. Se volteó, y sintió frío al ver a Citlatépetl parado ahí con rostro apenado.
-Lo siento mucho, Izta. Popocatépetl ha muerto.

Iztaccíhuatl sentía que ya no tenía vida. Estaba segura que había muerto, o si no esa agonía no existiría.
Era como si hubiese dejado su cuerpo, pero aun así podía sentir cadatecpatl que le atravesaba la carne, dejándola sangrante.
No había querido creerlo al principio. En medio de la sorpresa, había venido la histeria. "¡Estás mintiendo!" había gritado, decían, se había puesto salvaje y casi había acabado con Citlatépetl.
Ella no recordaba nada.
Zyanya, su padre, y casi cada ciudadano había intentado sacarla de su estado, pero todo lo que Iztaccíhuatl podía hacer era quedarse sentada en cama, mirando el vacío, sintiendo  todo y sintiendo nada.

Perdió la cuenta de los días. Su peso bajaba continuamente, mientras que su cuerpo se sentía abrumado por la presión de una enorme piedra en su pecho.
A veces tenía ataques de histeria. Sus ojos le dolían, la garganta también, la cabeza también; y un día Zyanya tuvo que amarrarla para evitar que se dañase a sí misma.
Gritaba.
Las lágrimas caían a torrentes de sus ojos, que luego dolían tanto que sentía que se iban a caer.
No sabía cómo iba a sobrevivir a eso; pero estaba segura de que a su guerrero no le gustaría que ella lo siguiera; y su orgullo era demasiado para dejarse caer. Así que intentaba, intentaba seguir abriendo los ojos por la mañana, por más que con eso viniera la esperanza-oh la esperanza-y luego fuera aplastada por la certeza de que él ya no estaba.
No podía ser.
Pero lo era.
-Se pone cada vez peor.-la voz de Zyanya hablaba en susurros a través de la oscuridad de su habitación-. Ha intentado comer, pero no mantiene nada adentro. Es como si su cuerpo se destruyera a sí mismo.
-¿No hay nada que puedas hacer?-la voz del cacique, tensa y constreñida.
-Traer de vuelta a Popocatépetl.-Zyanya se encogió de hombros, Iztaccíhuatl gimió.
Popocatépetl.
Iztaccíhuatl no hacía nada más que dormir, nadando en recuerdos de su tiempo con el guerrero. Las pocas veces que se despertaba intentaba comer y mantenerlo abajo; cosa que a veces lograba y a veces no; y quizá permitía que Zyanya le lavara el cuerpo. Ya no tenía fuerzas para hacerlo sola.
Citlatépetl intentó visitarla una vez, pero Zyanya y el cacique se lo impidieron. Intentaron reanimarla de todas las maneras posibles, y ella intentó que funcionara.
Pero no podía. Cada día le dolía más el pecho, cada día le pesaba más el cuerpo, cada día era como si la posibilidad de recuperación se alejara más y más.
Zyanya le estaba arreglando la cama cuando sucedió. Iztaccíhuatl se levantó resollando por aire y luego se dejó caer sobre la cama. Su cuerpo se contraía y ella boqueaba, incapaz de respirar.
Zyanya comenzó a llamar al cacique a toda voz, intentando darle aire a la princesa, quien seguía resollando. El pecho le chillaba y punzaba, las lágrimas corrían por su rostro.
Popocatépetl.
Voces. Gritos. Rostros frenéticos. El cacique. Zyanya. Nadie más.
-¡Respira!
-No tiene aire, debe haber una manera-
-Llama a una sacerdotisa, algo, ¡rápido!
Iztaccíhuatl jamás había visto a su padre llorar. En medio de los puntos negros que colmaban su visión, las vio: lágrimas bajando de sus ojos oscuros, creando zurcos en su rostro endurecido.
Deseó vivir por él. Deseó vivir por Zyanya. Deseó vivir por ambos, pero su corazón se rindió antes de permitirle hacer nada.

*Tonantzin: Diosa madre azteca, en su templo se dio la aparición de la Virgen de Guadalupe por lo que son fuertemente vinculadas. Ahí está ahora la Basílica de Guadalupe.

Lava [La Leyenda de los Volcanes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora