S É P T I M A E R U P C I Ó N: L A T R A G E D I A

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"¿Por casualidad vive uno verdaderamente en la tierra?

No en la tierra para siempre: aquí apenas por poco tiempo.

Aunque sea jade, se rompe

Aunque sea oro, envejece

Aunque sea plumaje de quetzal, se rompe

No para siempre en la tierra; sólo por poco tiempo estamos aquí."

-dicho azteca

Popocatépetl brillaba en dicha. En cuanto los aztecas cayeron, él puso camino de vuelta a Ocotelulco, donde Iztaccíhuatl lo estaría esperando para comenzar una vida juntos.

Los días de viaje se pasaron volando.

Sonreía cuando llegó a la ciudad, en plena noche. Habían enviado un emisario hace semanas-Citlatépetl-para anunciar la victoria, y Popocatépetl esperaba ver festejos. El resto del batallón llegaría al día siguiente, demasiado cansados para seguir viajando esa noche.

Pero se encontró con cortinas negras en las ventanas, y los pocos que lo vieron se largaron a llorar. Afuera de la casa del cacique se aglomeraba una multitud.

Popocatépetl comenzó a sentir los primeros golpes de la preocupación. ¿Habría sucedido algo en su ausencia?

La gente se apartó al verlo llegar, como si él fuese un fantasma y necesitara ver lo que estaba adentro. Murmuraban con sus manos cubriendo sus bocas, algunos lloraban, muchos lo miraban con pena y frustración.

La puerta estaba abuerta, y Popocatépetl entró.

Al centro de la sala principal estaba Iztaccíhuatl; pero no como él esperaba encontrarla. Estaba acostada sobre una mesa de piedra. Su rostro estaba en paz, dormido. Su cabello estaba ordenado a su alrededor, como una cortina lustrosa y negra. Flores de cempasúchil* estaban en él, y un vestido blanco cubría su cuerpo. A través de las ventanas entraba nieve.

Las flores fueron las que le dieron la idea de que no estaba dormida. Ese tipo sólo se les ponía a los muertos.

El cacique hablaba con alguien, y se volteó al escucharlo entrar. Su rostro, su complexión entera, palideció.

-Ella creía que estabas muerto.-susurró.

Popocatépetl sintió frío. Todo lo que escuchó fueron los latidos de su corazón, tronándole en todos lados. Se acercó a Iztaccíhuatl, rozando su brazo con los dedos. Estaba frío y rígido. Ella no se mataría a sí misma.

Estaba seguro de ello.

-¿Quién se lo dijo?-susurró, su voz contraída.

-Citlatépetl. No lo hemos visto desde su muerte.

Zyanya comenzó a llorar. Popocatépetl no hizo nada, Observó el dormido rostro de Iztaccíhuatl, sintiendo algo fresco rodar por sus mejillas. Tomó su mano. Era justo como la recordaba.

Si no contabas su frialdad.

-No.-su voz era destrozada.- No, no, ¡no! Iz. Iz, sé que estás ahí. Iz, por favor. Despierta. ¡Iz!

Sintió una mano en el hombro. Era el cacique.

-Hijo. No tiene caso. Ella está muerta.

Popocatépetl se derrumbó entonces, se derrumbó frente a ella. Un grito agónico se escapó de sus labios, sus hombros se sacudían con los sollozos de un hombre destrozado. 

Dijeran lo que dijeran sobre su mágica relación, él no podía regresarla de entre los muertos.

Popocatépetl se llevó el cuerpo de Iztaccíhuatl esa noche, seguro de que ella despertaría-y si lo hacía, no podía estar en una tumba del pipiltzin.

La acomodó con delicadeza entre sus brazos, la llevó a través de las montañas, la llevó hasta su punto de encuentro.

Ahí la recostó frente a la piedra donde había estado sentada la primera vez que se reunieron. Sosteniendo una antorcha en la mano, se sentó frente a ella.

Vigilándola para siempre.

*Cempasúchil: Flor naranja que sólo florece en octubre, y es usada en los altares de muertos. No sé si en aquellos tiempos se las ponían a los muertos, considérenlo una licencia creativa.

Lava [La Leyenda de los Volcanes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora