Miércoles. Ladrón y humo

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El puro entre sus labios exhaló una bocanada de humo que ascendió, voluptuosa, hasta el techo de la furgoneta.

El hombre se reclinó sobre la ventanilla del copiloto y observó el exterior. El tiempo londinense era en esos momentos, como de costumbre, frío y lluvioso. Caía una fina capa de agua fría que le obligó a entrecerrar los ojos para poder fijar la vista en la puerta del museo.

-¡Jefe! Le hemos localizado.

Smoker se levantó del asiento y caminó hasta la parte posterior de la furgoneta, hasta el ordenador cuya pantalla tenía pegada la nariz de uno de sus hombres.

El hombre inclinó el cuerpo hacia delante para observar el monitor con atención. En la parte superior aparecía una etiqueta que rezaba: ala de Egipto.

La alarma del museo había sonado cerca de las dos de la madrugada; hasta las luciérnagas se habían ido a dormir. La empresa de seguridad había contactado automáticamente con la policía, asegurándoles que no se trataba de un robo normal.

Ellos habían acudido de inmediato al British Museum y habían apostado nada discretamente su furgoneta frente a la puerta principal.

Un cadete -bastante insensato- le había sugerido a Smoker buscar una ubicación más recóndita, desde la que pudieran observar sin ser vistos. El capitán le escupió el humo de sus puros y le dijo:

-Se trata de la mafia de Big Mom, chiquillo. Saldrán por la puerta principal, estemos nosotros o no.

El hombre escudriñó las imágenes que les enviaban las cámaras de seguridad y su garganta emitió un profundo gruñido. Solo estaba él. Se había infiltrado en solitario en el museo, y pretendía llevar a cabo su plan sin ayuda de sus secuaces.

Desde el interior del edificio, Katakuri giró la cabeza hacia la cámara que le enfocaba y clavó en ella sus ojos. Desde la furgoneta, uno de los policías dio un respingo sobre su silla.

Smoker le observó girarse sobre sus talones y caminar con sus pesadas botas por las baldosas de mármol. Iba a un ritmo bastante lento, sin prisa, haciendo retumbar a su paso las esfinges expuestas.

El capitán no sabría estimar cuánto podía medir, pero sí podía asegurar que jamás había visto a un hombre así de alto. Tapaba parte de su rostro con una bufanda; le resultaba extraño que un hombre tan alto, tan poderoso, que caminaba a sus anchas por el British Museum, quisiera ocultar parte de su cara.

Katakuri detuvo su marcha frente a la Piedra Rosetta e introdujo la mano en el bolsillo delantero de su pantalón. De él extrajo un pequeño disco plateado que pegó a la superficie de la vitrina de cristal acorazado que protegía la reliquia.

Apenas retrocedió un par de pasos antes de hacer estallar la pequeña bomba, resquebrajando el cristal y rompiendo la vitrina en mil añicos. Smoker habría jurado que los pequeños vidrios le habían provocado cortes en los brazos tras la explosión, pero a Katakuri no pareció importarle. Se acercó de nuevo a la Piedra Rosetta y la rodeó con sus poderosas manos.

-El otro día vi un documental de Egipto – dijo uno de los policías desde el interior de la furgoneta – Pesa más de setecientos kilos; no va a ser capaz de levantarla – concluyó con sorna.

-Primera regla – le dijo Smoker, apretando con el filo de sus dientes la superficie de sus puros – No infravalores al enemigo.

Katakuri rechinó los dientes, flexionó las rodillas, y sintió cómo sus músculos se llenaban de sangre. Con el impulso de sus piernas levantó la reliquia de su soporte, la elevó sobre su cabeza y la estrelló contra el suelo.

-¡Pero qué cojones! – exclamó Smoker.

Katakuri removió los pequeños trozos de granodiorita esparcidos por el suelo hasta que su mano topó con una plancha rocosa íntegra. El hombre se elevó sobre sus poderosas piernas con ella en la mano, y los ojos del policía, desde el interior de la furgoneta, pudieron observar que tenía grabadas inscripciones.

-¿Eso estaba dentro de la Piedra Rosetta? – preguntó uno de sus hombres a sus espaldas.

Smoker se levantó de la silla tan rápidamente que esta cayó al suelo estrepitosamente. Abrió las puertas de la furgoneta seguido por la mirada de sus hombres y salió al exterior.

Podía ver la fina capa de lluvia caer reflejada en la luz de los faros de los coches de policías.

No tenía ni la más remota idea sobre qué información podía contener esa inscripción.

Frunció los labios.

Es noche estaba celebrando con su mujer su aniversario de boda, pero había abandonado el hotel en cuanto recibió la llamada de su superior.

Tashigi se colocó a su lado, con la espada desenvainada y los ojos fijos en el museo. Smoker pudo escuchar el resto de armas de fuego de los agentes siendo cargadas, y él mismo llevó la mano a su espalda, hasta el mango de su Nanashaku Jitte.

Y en ese momento, la puerta del British Museum se abrió.


***


- Policías.

- Mafiosos.

- Museo.

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