Maldeciré toda mi vida haberme descargado Tinder.
Después de varias cenas en restaurantes caros con hombres con la marca de un anillo en el dedo anular, un joven que me invitó a su furgoneta a fumar marihuana y dos o tres revolcones rápidos en la playa con algún que otro extranjero, conocí a Enzo.
Y os preguntaréis, ¿Enzo qué más?
La primera regla que aprendí fue la siguiente: "Nunca preguntes un apellido".
Me invitó, por supuesto, a un restaurante italiano en Puerto Banús. Eso que coméis aquí no se puede llamar pizza, me dijo. Después del segundo trozo de mozzarella, sus ojos verdes ya me tenían embelesada.
En la tercera cita le invité a mi apartamento, y en la quinta nos emborrachamos juntos en la Plaza de los Naranjos. Un mes a su lado y ya pensaba que era increíble que el destino –o, más bien, una app- nos hubiera juntado.
Tardé mucho en darme cuenta de que no había sido casualidad, de que él me había investigado.
Hasta entonces yo había cometido pequeños hurtos; las carteras de los turistas que visitan Marbella suelen estar repletas de billetes, y los móviles hoy en día cuestan más que lo que podría ganar en un mes trabajando en una oficina. Y los hombres son demasiado básicos.
Tenía un acuerdo con el camarero del bar Mermaid. Él me dejaba operar en su local, y yo le obsequiaba con un pequeño porcentaje de mis ganancias.
Todavía no se cómo Enzo consiguió engañarme para meterme de lleno en sus negocios. Un día me pidió que, como favor, le entregara un paquete a uno de sus clientes. El cliente me miró de arriba a abajo con ojos pegajosos y se sonrió. Puto Enzo, dijo.
Comencé como una mera transportista, llevando maletines de un lugar a otro y dejándolo en los lugares que él me indicaba. Qué llevan esos maletines, le pregunté en una ocasión.
La segunda regla llegó: "No hagas preguntas innecesarias".
Debía arreglarme para los intercambios. Tacones altos, lápiz de ojos y nada de minifaldas. Tras cada maletín que entregaba, Enzo me daba un fajo de billetes. ¿Cómo no iba a querer formar parte de algo así?
No me di cuenta de que me había metido hasta el cuello en una mafia italiana hasta que no vi al primer muerto. Supongo que el amor nos hace estúpidas. O, en mi caso, el dinero. Siempre había pensado que les gustaban los asesinatos violentos: una cabeza de caballo en la cama o un tiroteo en un peaje. Pero estaba equivocada.
A la Cosa Nostra no le gusta llamar la atención. Prefieren los estrangulamientos.
Le dije a Enzo que quería dejarlo, que no me estaba gustando el rumbo que estaban tomando los acontecimientos. Él me sonrió y me dijo que, si quería salir, debía pagar. Y por supuesto, la cantidad era muy superior a la que había ganado hasta entonces.
Al día siguiente había hombres apostados a la entrada de mi apartamento. Siempre había un par de ojos que me seguían por las calles, y supuse que habían pinchado mi teléfono móvil. Volví a robar para pagar mi libertad, y me llegó la tercera norma.
"Nosotros no robamos".
A Luffy lo conocí cuando llevaba tres noches seguidas sin dormir. Habían despedido al camarero de Mermaid y lo habían reemplazado por un estúpido niño flacucho.
Le pedí un Margarita, y tuvo que repetirlo cuatro veces para hacerlo bien. Cómo iba a saber que se hace con tequila, me dijo. Llevaba semanas sin reír así.
La siguiente noche que volví habían sacado a Luffy de la barra y lo habían puesto a servir mesas. Recuerdo que pensé que el desastre estaba asegurado. Me senté en una silla y le pedí una copa. Cuando se dio la vuelta, dos hombres se sentaron a mi lado.
Si no pagas, debes seguir trabajando para nosotros, me dijo uno de ellos.
¿Y si no quiero hacerlo?
Ya sabes lo que te espera, contestó el segundo hombre.
Luffy me miraba desde el otro lado del bar y, en plena la de desesperación, se lo conté todo.
Esa noche preparé un macuto y lo lancé al fondo del maletero de mi coche. Sabía que me estaban persiguiendo, por lo que di varias vueltas con la intención de despistarlos. Conduje hasta la gasolinera en la que había quedado con el camarero flacucho, a las afueras de Málaga. Él se montó en mi coche y yo en el suyo.
¿Estás seguro de que quieres hacer esto?, le pregunté.
Luffy se encogió de hombros, sonrió, y arrancó el motor del vehículo. Él no se volvió a poner en contacto conmigo, y yo estaba demasiado asustada como para intentarlo.
Dejé de llamarme Nami y crucé la frontera del país; no diré cuál.
Encontré trabajo en un pequeño restaurante. No era el tipo de empleo ni el nivel de vida al que estaba acostumbrada, pero pagaba el alquiler y las facturas de la luz.
Pasaron los meses, y llegué a convencerme a mí misma de que había conseguido escapar.
Recuerdo que era sábado y que no me había dado tiempo a planchar la falda negra que utilizaba en el trabajo. Un moño alto y una libreta en el bolsillo del mandil.
Aún resuena en mi cabeza el timbre de la campanilla de la puerta.
Levanté los ojos y lo primero que vi fue su sonrisa.
Enzo.
Y aprendí la última regla.
"No puedes escapar de la mafia".
***
- AU en país de origen.
- Tinder / grind.
- Persecución.
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One Piece Week 2019
Random¡Hola! Aquí subiré los capítulos de la "One Piece Week 2019" que tendrá lugar del 8 al 16 de julio de 2019. ¡Nos leemos! mhdt #onepieceweek2019