CAPÍTULO III. Camino al encuentro.

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AMAIA

Apreté el móvil con la suficiente fuerza como para partirlo. Nunca en mi vida había odiado tanto ese mote como en ese mismo momento. Su voz había sonado irónica desprovista de cualquier otro tipo de emoción que no fuese rabia. Estaba claro que no me había llamado para hablar, sino para declararme la guerra.

—No me llames así.

—Es cierto, dejaste de ser la Amaix que conocía. ¿Cómo va tu nueva vida? ¿Mucho más complaciente? ¿Más exitosa?

La persona que estaba al otro lado del teléfono tenía la voz de Alfred, pero estaba claro que no se parecía en nada al que conocía. Él no odiaba, él dejaba que las cosas fluyesen y no esperaba nada de nadie, ni siquiera de él mismo, así las decepciones no llegaban. Quizás ese fue uno de los errores que cometió conmigo, hacer planes, esperar cosas de mí que quizás yo no estaba preparada para cumplir. Tener la confianza en que no me asustaría frente a la tormenta.

—Quizás no has oído la pregunta que te he hecho. ¿Cómo has conseguido mi número?

—Toni es un buen representante con los contactos adecuados. Una llamada y lo tuvo en segundos.

Sus palabras respondieron una duda que no se había ido de mi cabeza durante tres años. Él no había intentado contactar conmigo ni una sola vez. Bien, es cierto, que yo era la que había huido, la había cambiado de número para que no pudiera encontrarme, pero acababa de confirmar que habría sido fácil obtenerlo en cualquier momento.

Mi pecho se encogió. ¿Cómo podíamos haber acabado así?

—Estás muy poco habladora, esta puesta en escena de Universal no va a funcionar si sigues así.

No aguanté ni un minuto más de sus ataques. Exploté.

—Quizás si dejases de tratar de morderme con cada palabra, mi lengua se soltaría un poco. Quizás si en vez de tratar de batallar conmigo me dijeses de una vez por qué narices me has llamado, trataría de mantener una conversación contigo.

El silencio se hizo al otro lado de la línea, solo interrumpido por un suspiro cansado. Y como miles de veces había hecho en el pasado, le comprendí. Supe qué le estaba pasando, casi podía verlo rascarse una de sus cejas con furia y tirar de los pequeños pelos con fuerza hasta casi arrancarlos.

Alfred estaba nervioso, ansioso, y a pesar de que había dejado mucho tiempo atrás de sufrir ataques, había cosas que le ponían al límite. En otro tiempo yo le calmaría, yo sabría poner fin a sus preocupaciones y hacerle controlar la respiración. Pero ahora me había convertido en una de las razones de su ansiedad. Por eso esperé, no dije absolutamente nada más porque mi derecho a escucharle y tratar de ayudarlo se había esfumado.

—Yo...—su voz ya no sonaba hiriente sino resignada—. Lo siento —que Alfred pronunciase esas palabras renunciando a su tan aferrado orgullo significó mucho—. Esta situación me está superando.

Le entendía porque a mí me estaba ocurriendo lo mismo. Sin embargo, mi situación era aún más complicada, no sabía si podría mirarle a la cara y soportar no contárselo todo. Pero muchas cosas estaban en juego, y si él se enteraba de toda la verdad tendría en sus manos el poder de destruirme. Y siendo sincera, no estaba muy segura de que si lo hiciera renunciaría a acabar conmigo, al fin y al cabo, estaría en todo su derecho.

—Alfred, quizás tener esta conversación por teléfono no es lo mejor.

—Lo sé, pero fue oírte y reventar, no he podido evitarlo —la frase fue acompañada de un profundo suspiro. Y casi como si eso hubiese servido a modo de transición, Alfred dejó atrás su propio yo para pasar al modo coraza, al modo entrevista, a su cara profesional—. Llamarte no fue mi iniciativa. Al parecer la prensa se ha enterado de lo de la reunión y están agolpados frente a las oficinas de Universal. Quieren que comencemos con el jodido plan desde ya, por eso tu hermano no ha ido a buscarte a pesar de que llegues tarde, tienes que aparecer conmigo.

Que me llamasen loca, pero no creía que fuese muy buena idea meternos los dos juntos en un coche. No, ni él ni yo estábamos aún preparados para ello.

—Aún no he firmado nada. Voy a ir en mi propio coche, no necesito que me lleven y me traigan como una marioneta.

Una carcajada resonó en mi oído y me di cuanta entonces de cuánto había echado de menos su risa.

—Amaia.

—¿Qué?

—Siempre fuimos un poco rebeldes.

ALFRED

El trayecto hasta Universal se había convertido en los cuarenta minutos más largos de mi vida, teniendo a mi cabeza y mi corazón en una especie de competencia por quién iba a explotar primero.

Hacía tres años que no escuchaba su voz, al menos, no dirigida a mí. Ya no dolía cuando alguna canción suya sonaba a mi alrededor, molestaba, pero no dolía. Escucharla de nuevo hablándome fue extraño en cierta manera, porque sentí que no había pasado el tiempo, como si los últimos años hubieran sido un sueño y una llamada suya, las que todas las mañanas cuando estábamos en puntos diferentes de la geografía nos hacíamos para sentirnos cerca, me hubiese despertado. Y esto era peligroso, porque no podía permitirme olvidar por qué esas llamadas se habían acabado.

Cuando me bajé del coche, los flashazos de las cámaras y los micrófonos inmediatamente se agolparon a mi alrededor, intentando esquivar a los guardias de seguridad que me escoltaban hasta la puerta. Tratando de sonreír los ignoré como pude, y a trompicones logré llegar al interior del edificio.

—Buenas tardes, Alfred. Toni está en la sala de reuniones nº8 con Javier y Héctor —me informó la recepcionista sin apartar la mirada del ordenador.

Llegaba tardísimo. Mi consuelo era que mi compañera seguramente lo haría muchísimo después. Recorrí a toda prisa el laberinto de pasillos con paredes de contrachapado y, una vez encontrada la oficina, entré sin llamar.

Me había equivocado, ella ya estaba aquí, no iba a llegar más tarde que yo después de todo.

Si pensé que durante el trayecto me había mentalizado para tenerla frente a mí, es que era un idiota.

Sentada en una silla frente a la enorme mesa de oficina, me daba la espada, pero se giró ante el sonido de la puerta al abrirse, e inmediatamente sus ojos se clavaron en los míos. Por ellos pasaron un sin fin de emociones en una décima de segundo. Una vez me había acostumbrado a eso, al desborde de sentimientos que Amaia era capaz de acumular en su mirada. Sin embargo, ahora estaba desentrenado, me arrasó. Ella estaba más adulta, sus facciones habían abandonado la niñez pero apenas había cambiado. El mentón caprichoso seguía desafiándote a tratar de llevarle la contraria a su dueña, sus pómulos se sonrojaron como cada vez que los nervios la abordaban y lo que una vez había sido mi perdición hizo acto de presencia, como un niño que trata de captar tu atención: la marca de nacimiento en su labio inferior, la que ambos compartíamos y que en su momento había adorado acariciar con la lengua y raspar suavemente con los dientes.

No podía hacer lo que me pedían. No podía volver atrás. No me arriesgaría a volver a confiar en ella y que de forma egoísta rechazara esa confianza otra vez.

Por eso me di la vuelta y salí de la habitación cerrando la puerta tras de mí, como si eso pudiera impedir el paso a mis demonios. 

Una Nueva VersiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora