CAPÍTULO X. El Hada Roja.

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ALFRED

Mi intención había sido que el beso fuera una mera actuación, que los medios sacasen unas cuantas fotos rápidas y luego llamar a Toni para que contactara con el programa del corazón, y concederles una entrevista en el mismo día que tenían pensado sacar lo de nuestra ruptura. No sentía nada por ella, solo una breve familiaridad, sin embargo, algo extraño ocurrió cuando la besé: olvidé absolutamente todo a mi alrededor, incluso los tres años que habían pasado, y mi mente y sentidos se unieron exclusivamente para ella.

Bebí de sus labios desesperado, agresivo, incitándolos a quedarse junto a los míos, castigándolos con una pequeña mordida por haberse ido. Al principio fueron reticentes, tímidos, yo llevaba el control, pero pronto comenzaron a batallar con los míos en una guerra por quién podría devorar a quién.

Joder...

Ella en público siempre había sido tímida, vergonzosa, dulce, nunca dándome más que una caricia o un beso esporádico, cuando se dejaba llevar, que combinaba con una expresión de sorpresa por haberse descontrolado demasiado. Sin embargo, todo cambiaba cuando ambos estábamos solos. Amaia sabía jugar, llevarme al límite, hacer todo lo posible porque le rogase más, y eso, es lo que estaba haciendo ahora.

Ella no se apartó, llevó sus manos a mi cuello y acarició mi nuca en un gesto que me resultó tan natural, tan familiar, que me hizo querer compensárselo. No quería que aquello acabase, no quería desenredar mis dedos de su pelo ni apartarme un solo milímetro de ella. Pero tan pronto como la magia volvió, se fue. Un gemido profundo de ella en busca de aire me devolvió a la realidad y me alejé de ella de forma quizás demasiado brusca al darme cuenta de lo que estaba haciendo.

La miré y vi como en una décima de segundo, los ojos que me miraban radiantes de anhelo, satisfacción y añoro, se apagaron. Bien, así era como tenía que ser. Esto no había estado bien, nada de lo que había pensado estaba bien. Ella no merecía ni un solo segundo de mis pensamientos.

Quise herirla, quise defenderme de todo lo que ella estaba volviendo a influir en mí en tan solo un día y medio, quise hacerle ver y demostrarle que el beso no me había afectado. Así que, en un mal impulso, e ignorando mi conciencia que decía a gritos que parara, la volví a acercar a mi cogiéndola por la cintura, me aproximé a su oreja y susurré:

- Vaya... se nota que has entrenado.

No me hizo falta verle la cara para ver su rabia y decepción ante mis palabras. Toda ella se tensó, su respiración se cortó y sus brazos trataron de apartarme. No se lo permití.

- Todo el mundo está mirándonos y ya hubo suficiente espectáculo por hoy, no demos otro. Vayámonos al coche.

La alejé un poco pero aún así había que mantener las apariencias, así que la tomé de la mano. Amaia ya no se aferraba a ella, estaba suelta, casi obligándose a sí misma a soportar mi contacto.

Cuando subimos al auto, ella sacudió mi mano de la suya y se arrinconó contra el lado derecho del coche, alejándose de mí tanto cuanto el espacio le permitía. En silencio me abroché el cinturón y esperé a que ella hiciera lo mismo antes de decirle al conductor nuestra dirección, sin embargo, no hubo ni un solo movimiento. Miré hacia ella y rápidamente me di cuenta de error que había cometido.

Ella no solo quería escapar de mi, parecía tenerme miedo. Respiraba profundamente y soltaba el aire por la boca con los ojos cerrados, mientras sus manos se sujetaban la una a la otra para tratar de contener los leves temblores. Reconocí lo que estaba haciendo. Desde mi adolescencia con mis problemas de ansiedad mi psicóloga me había dado diversas técnicas de relajación y contención de los ataques y lo que ella estaba haciendo era precisamente eso.

Una Nueva VersiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora