El diario de Akira.

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Yuu me regañó luego de que se diera cuenta que había ocupado las pantuflas de la casa, pero yo me defendí alegando mi integridad, además de reclamarle, ya que él había usado el otro par restante, por lo que no tenía el derecho de regañarme.

Luego de eso bajamos y dejamos las llaves con el portero, realizando una reverencia antes de retirarnos hasta la van que nos llevaría a la casa de cada uno. En el camino Yuu me fue relatando lo que le había dicho la agradable anciana.

—La mujer me contó sobre el señor Matsumoto y el señor Suzuki. Dijo que vivían ahí desde que Takanori finalizó la universidad. Takanori trabajaba como ilustrador, mientras que Akira se quedaba en casa y escribía cuentos infantiles como hobbie. Creo que algunos de estos se llegaron a publicar bajo un seudónimo. La señora Takeko me contó que Akira solía leerlos a los hijos de ella. Eran una pareja normal, se veía que se querían, Takanori acompañaba a Akira a sus controles con el médico y se quedaba en casa cuando este caía enfermo. También me contó sobre la noche que Akira falleció.

Aquello captó toda mi atención, recordando como un flash que tenía el diario de ese chico en mi morral.

—Me contó que escuchó gritos provenir de la casa, tal parece que Akira y Takanori estaban discutiendo, aquello venía pasando hace un tiempo.—la foto en la que ambos parecían muy felices pasó por mi mente.— De pronto todo quedó en silencio y escuchó los gritos de Takanori y poco después como golpeaba su puerta desesperado. Ella era enfermera, por lo que fue a socorrer a Akira que había sufrido un paro cardiaco. Akira no sobrevivió y Takanori cambió radicalmente. Casi no se le veía, ni siquiera su familia podía sacarlo del departamento hasta que cometió suicidio.

—¿Crees que se haya sentido culpable por la muerte de su pareja?

—Tal vez.

No hablamos más, cada uno concentrado en sus propios pensamientos.

Fuí el primero en bajar, me despedí con una reverencia de Yuu y agradecí al chofer antes de ingresar a mi departamento y dejar mis cosas a un lado, necesitaba una ducha. El resto del día pasó normal, me hice de comer, respondí un par de correos, corregí algunas fotos de trabajos que tenía pendientes y con eso llegó la hora de ir a la cama.

De camino mi mirada topó con mi morral. Me la pensé un momento y con paso lento me dirigí a este para cogerlo y sacar la libreta que me lleve del departamento. Suspiré nervioso. Esperaba que a la familia no se le ocurriera ir al lugar para verificar que habíamos seguido las reglas y encontrarse que me había llevado algo tan personal.

Caminé hasta mi cama y me recosté, volviendo abrir en la página donde había dejado mi relato.

"Es bastante irónico el pensar que mi familia posee un imperio en cuanto a hospitales se refiere y, aún más irónico, es que mis padres, siendo de los mejores médicos de Japón, tuvieran un niño tan enfermizo como yo, alguien a quien no podían curar de ninguna forma, sólo extender mi tiempo de vida que, en algún momento llegaría a su fin. Pero está bien, a pesar de todo tuve una buena vida, una en donde pude conocer a, quien pienso es, mi alma gemela, aunque a él le parezca algo tonto el tema.

Mi psicólogo dijo que sería bueno que escribiera mis memorias en un diario, que me enfocara en lo positivo, que tal vez así podría hacerme más fácil aceptar el hecho de que en cualquier momento mi corazón iba a fallar. También me dijo que sería bueno que le dijera a Taka las noticias que me había dado el doctor, pero supongo que este es un inicio.

¿Por dónde debería empezar? Ah, tal vez por el recuerdo más lindo que tengo de mi niñez. El día en que conocí a Takanori.

Yo era un niño que nació un 27 de Mayo de 1993 prematuro. Era tan pequeño y débil que los médicos dijeron que no sobreviviría, pero mi familia es terca y creo que me lo heredaron, porque lo hice, sobreviví, aunque muchos dijeron que hubiera sido mejor que no lo hiciera. Mi cuerpo jamás se recuperó, crecí enfermizo y la mayoría de mis recuerdos son en salas de hospitales. Mis padres no querían eso para mi, así que me llevaron a casa donde habían preparado un cuarto especial para mantenerme seguro de cualquier enfermedad que pudiera apartarme de su lado. No tenía permitido ir a la escuela y sólo podía salir a jugar al patio trasero un par de veces a la semana por unas horas, sólo cuando el sol calentaba. En invierno me la vivía encerrado y para mi corta edad ya comenzaba a pesar que lo que tenía no era vida.

In memory of...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora