Capítulo único.

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Aziraphale llegó al departamento de Crowley con los nervios de punta. Si bien desde que eran novios formales se había vuelto el hogar de ambos, él aún lo sentía como el reducto privado del demonio, donde hacía sus cosas y descargaba sus pasiones a solas para no importunarlo a él. Al pensar en eso también se sonrojó: no habían ido más allá de los besos en la boca y algunas caricias, pero él sabía que Crowley quería y necesitaba más. Era un ser demoníaco a fin de cuentas; la castidad no era lo suyo y sabía que al negarle placeres carnales lo estaba debilitando.

"Pero hoy cambiaré eso" se dijo con más valor del que sentía. "Tengo el permiso de Dios para ser su novio, así que no es pecado que hagamos... cosas... ¿verdad?"

Crowley lo recibió con la luz baja y velas rojas encendidas, sus favoritas, y una tenue música de fondo que combinaba muy bien con el ambiente. Rápidamente se acercó a él y lo ciñó por la cintura, besándolo despacio para darle la bienvenida. El calor se expandió velozmente por su rostro y no tardó en oír a su pareja riéndose feliz.

-Que bueno saber que disfrutas de cada beso como si fuera el primero.

-Basta... no te burles de mí...

-No es burla. Me encanta como te sonrojas- le aseguró tocándole la punta de la nariz y riendo de nuevo.- Ven, preparé la cena y no quiero que se enfríe.

Zira se dejó conducir a la mesa y disfrutó de todo, tanto de la comida como de Crowley. Estaba muy guapo esa noche. Siempre era guapo, pero aquella vez parecía brillar de un modo especial. Se preguntó si de alguna forma su novio intuía lo que había decidido hacer, y volvió a respirar hondo para templarse los nervios.

-Crowley- musitó después de terminar el postre.- No voy a volver a la librería por hoy. Me quedaré a dormir aquí.

Crowley dejó su copa y lo miró fijo, advirtiendo en su mirada una determinación que nunca antes le había visto. Una mirada de fuego como la suya, cada vez que iba a la librería y lo invadía el deseo de devorárselo contra los estantes. Poco a poco su sonrisa se fue haciendo más grande y torcida, a medida que asimilaba las posibilidades.

-¿Estás seguro, Zira? ¿No tienes trabajo que hacer?

-Puedo... puedo esperar a mañana- vaciló Aziraphale sudando.- Hoy quiero dormir aquí contigo.- Fue decirlo y ponerse como un tomate por lo atrevido que había sonado, pero Crowley parecía tan feliz que logró sobreponerse. El demonio, visiblemente entusiasmado, estiró la mano sobre la mesa y tomó la suya con tanto cariño como para derretirlo.

-Entonces vamos yendo al cuarto ya mismo, ángel. Así podremos aprovechar la noche.

-¿Y los... y los platos?

-Olvídate de ellos. No se irán a ninguna parte.

Trataba de recordarse que no era la primera vez que dormían juntos, es decir, vivían en el mismo departamento y en muchas ocasiones habían compartido la gran cama matrimonial de Crowley, pero en el fondo sabía que la situación era distinta. Antes, aunque durmieran uno junto al otro ponía una barrera de almohadas y le hacía jurar al demonio que no se propasaría. Crowley, consciente que la castidad era importante para un ángel, aceptaba esos términos y se conformaba con agarrarle las manos bajo las sábanas. Pero esta vez era muy distinto y la culpa era por entero suya, al dejar implícito que quería tener relaciones íntimas.

-Ponte cómodo, ángel. Supongo que querrás ponerte un pijama antes de... dormir.

-¿Tú no te cambias?- preguntó como para distraerlo un momento.

-Na-ah. Yo duermo con el cuerpo que el diablo me dio y nada más.

Aziraphale huyó al baño para cambiarse y empezó a hiperventilar, recordando que con frío o calor Crowley dormía desnudo, o como mucho con un bóxer. ¿Por qué no había recordado eso antes de hacer preguntas bobas? Seguro que ahora estaba en la cama riendo y esperando para hacerle toda clase de cosas cochinas.

Pecarás por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora