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Steve ya no disfrutaba su cumpleaños ni los fuegos artificiales, las risas o las cervezas que acompañaban ese día. Cuando era pequeño le encantaba soñar con que todas aquellas cosas eran dirigidas para él, pero con el tiempo entendió que no era asi, aunque era un detalle hermoso recordarlo.
Como extrañaba los recuerdos que se iban. Pero este año todo había sido un poco más complicado que el resto, y todo se debía a un amor de verano que para él había significado mucho más que solo una aventura.
No dieron sus nombres reales, al fin y al cabo solo sería una noche. Sin embargo, no sucedió, en serio pensó que aquella noche que luego fueron dos, se volvería un para siempre, no sabía que el verano se puede llevar todo.
El chico de cabellos oscuros y sonrisa perfecta se había presentado como Howard, por su parte él se había presentado como Chris, se conocieron en la celebración previa al Cuatro de Julio durante unas vacaciones en California. Ninguno sabía sobre el trabajo del otro, como contactarse, ni donde vivían normalmente, pero les bastaba, no querían compromisos ni ataduras.
Acordaron salir el Cuatro de Julio, el destino era un carnaval, después sería un cuarto de hotel. A la mañana siguiente no se volverían a ver, o al menos ese era el trato. Steve cometió el error de mencionar que el día de la festividad más importante de todo el país era el mismo día de su cumpleaños, Howard había bromeado una y otra vez sobre chistes americanos, le había nombrado señor américa y hasta en un punto lo apodó capitán.
Sin duda alguna, aquel fue el mejor cumpleaños que Steve hubiese tenido en mucho tiempo. De comer helado en la feria, jugar en las atracciones mecánicas y ganar un oso de felpa siguieron a la habitación en la cual Howard estaba quedándose. Era un hotel de alta clase, que seguramente Steve jamás hubiese logrado pagar, con servicio a la habitación y demasiadas comodidades. El castaño ordenó una botella entera de champaña, con eso la conversación fluía y las cosas se iban dando. Fueron fuegos artificiales, ardían y brillaban juntos. Notaron que combinaban perfecto, como si estuviesen destinados a estar juntos, como si hubiesen sido echos el uno para el otro.
Por ello al día siguiente quebrantaron la promesa de desaparecer de la vida del otro, estuvieron todo el día juntos sin hacer nada. Pidieron servicio a la habitación y vieron algunas películas. Rieron y contaron muchas anécdotas, se amaron como por mucho tiempo no habían hecho y nuevamente prometieron no volverse a ver con la excusa de no querer dañar la magia ni el misterio que representaba ser dos extraños que habían llegado a conocerse tan bien.
Aquella semana transcurrió entre amor, salidas y anécdotas, que solo generaba misterio y comodidad, un sentimiento agradable que jamás habían sentido antes. Pero todo lo bueno llega a su final, y los amores de verano también. El día en el que el castaño debía irse prometieron jamás volverse a ver pero guardaban en sus corazones el mejor verano de toda su vida.
Hoy por hoy, Steve se culpaba por no haber sido honesto ya que a donde iba sentía el fantasma de aquel chico castaño de hermosos ojos, sonrisa espectacular y elocuencia inolvidable. Lo peor era extrañar a alguien que no conociste del todo bien, a alguien que suponía ser solo un pasante más en su cama, pero que terminó significando más de lo que le hubiese gustado admitir.
En su momento le dijo que jamás lo extrañaría, buscó hacerse creer a si mismo que no lo haría, solo era alguien más sin importancia pero aprendió la lección de una mala manera, jamás decir de esa agua no beberé. Se dio cuenta que había perdido al amor de su vida, que seguramente para aquel sujeto no había significado nada y no lo sabría, era asunto del pasado y solo viviría en sus recuerdos.
Y volviendo al hoy, Steve no se había movido de su cama en todo el día. La tristeza le inundaba y ni siquiera la visita de sus amigos logró animarlo. Debía ser honesto si se lo permitía, extrañaba despertar con alguien más a su lado, las comidas y las risas, el olor del café en la mañana y de la champaña en la noche. Donde quiera que esté, el rubio espera que aquel castaño sepa que siempre será su "y si..." favorito y su mejor "jamás lo sabré", esperaba que pensara en él, que si quiera lo recordara, pero era imposible.
Sus amigos conocían de aquella historia, aveces bromeaban sobre ello, pero sabían que ese no era el momento. Hicieron su mayor esfuerzo y lograron sacar al entristecido homenajeado de su deplorable estado, lo llevaron a comer, buscaron la manera de distraerlo pero cuando había silencio no dejaba de pensar en él. Era un buen mentiroso, por ello pudo fingir que se sentía mejor frente a sus amigos, les siguió el juego para hacerlos sentir bien pero al soplar las velas para pedir su deseo lo único que pidió fue volver a encontrarlo.
Todo se acabó muy rápido en su momento, y ahora todo pasaba lento. Lo que no sabía era que en aquella misma ciudad un músico no muy conocido pero que rebosaba de talento componía sobre el chico de los ojos azules como el mar y el cabello dorado como el sol, el chico al que había apodado América que había nacido para celebrar a su nación. Los pensamientos del músico podrían calentar o enfriar una habitación, transmitían mucho más allá de las palabras.
Ese día cantaba frente a un rebosado bar de gente celebrando a un amor que no volvería, rogando a las estrellas por una oportunidad más, recordando como fueron fuego y como lo extrañaba en las penumbra de Junio cuando el frío carcomía sus huesos. Oh, como deseaba que supiera cuanto lo amaba, como deseaba que le hubiese importado lo suficiente para ser honesto y convertir un adiós en un quédate, o para al menos haberle dado su nombre. Le pedía a las estrellas que le llevaran su mensaje a donde sea que estuviera su chico de cabellos dorados, que le susurrara que sus melodías todas eran sobre él y que ese verano significó mucho más de lo que podría haber admitido.
Pero la vida es impredecible, seguramente pronto se volverían a encontrar.
Las almas gemelas siempre lo hacen.
