Los beneficios de ser el otro

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Las luces exteriores caminaban de manera intermitente por la pared de enfrente, y cuando terminaban el recorrido volvían al principio. El vagón estaba vacío, a excepción de un hombre algo adormilado, y una anciana sentada al otro extremo, que siquiera lo había mirado una vez.

Había sido un mal día. El hombre había perdido su trabajo, pero en vez de sentirse enojado o triste, se sentía con sueño. Simplemente estaba cansado, de luchar contra la vida, de sobrevivir, de intentar. Cuando el tren se detuvo en la siguiente estación, descendió y arrastrando los pies caminó fuera del lugar en dirección a donde vivía. Estaba decidido a tirarse en el colchón que descansaba en su precario monoambiente y dormir por días y ya nunca despertar. Simplemente quería perderse y ya no saber nada de nada.

Mientras caminaba de vuelta a su hogar, con las manos en los bolsillos, y la mirada cabizbaja, percibió de perfil una sombra. Se giró en un segundo, y descubrió, que a unos metros caminaba un hombre, se tambaleaba y se sostenía de la pared más cercana. Se lo veía muy descompuesto.

— ¿Se encuentra bien? — le preguntó cuando se acercó a él. Su interlocutor no le respondió — Obviamente no — terminó por responderse a sí mismo.

Pasó el brazo ajeno por su hombro y de aquella manera lo acarreó hasta su precaria casa.

— Mi casa está cerca, aguanta.

Los pies del enfermo daban pasos insignificantes que no eran de mucha ayuda. Agradeció internamente por no encontrarse muy lejos de su casa y de manera dificultosa lo llevó hasta su monoambiente, allí lo dejó sobre su colchón, pero con algo de vergüenza, su casa era extremadamente pequeña y desordenada, se sentía totalmente penoso llevar a alguien con un traje tan caro a una casa tan pobre.

— Señor, ¿Cómo se encuentra? — el hombre lo sacudió un par de veces, y al ver que no recibía ningún tipo de respuesta por la otra persona comenzó a preocuparse. Lo sacudió con un poco más de vehemencia, pero eso no alteró el resultado. El desconocido seguía sin moverse.

Comprobó su respiración y luego su pulso, y como le temía. El hombre estaba muerto.

Inmediatamente un breve ataque de nervios lo invadió. Lo que le faltaba, encima de haberse quedado desempleado ahora tendría que enfrentar una causa judicial donde lo apuntarían como principal sospechoso de un homicidio, porque después de todo, el hombre murió en su habitación. Este miedo fue esfumado de repente al percatarse del rostro del desconocido. Tenía un gran parecido con él mismo. Era como si se hubiera encontrado con un gemelo perdido. Lo único que los diferenciaba era la forma de la quijada y un lunar en la mejilla izquierda, que ambas cosas eran convenientemente disimuladas por su barba ya algo crecida. Pero fuera de eso, era una reproducción de sí mismo, como verse en un espejo.

Rebuscó en los bolsillos del traje y encontró una billetera colmada de dinero, más la identificación del hombre. Jacobo Bacon, su apellido era como aquella famosa marca de electrónica. "Empresas Bacon", cuantas veces había escuchado de aquel famoso imperio, una potencia que no solo se detenía en la invención de electrónica, sino que tenía negocios de indumentaria y comida chatarra. Si este hombre se trataba de quien creía que era, tenía ante él el cadáver de uno de los hombres más influyentes del país, y posiblemente del mundo. Y tenía la dicha que fuera patéticamente parecido a él.

No lo pensó mucho, ya no quería dejar de existir como antes, ante él se abría una nueva puerta, una posibilidad que si osaba de ignorar se sentiría verdaderamente estúpido.

Primero le sacó el traje y los zapatos, y se los probó. Incluso compartían hasta la misma estructura del cuerpo, el traje le acuñaba a la perfección y los zapatos eran el talle correcto.

Antología "Cuentos Realistas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora