Galera de sangre

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Debajo de un cielo de paños grises, cuna de centellas que atronaban furiosas hasta asustar a la tierra, que miedosa, temblaba ante su eléctrico tacto. Las calles de la ciudad eran abrumadas por las sombras frías de la noche, y de entre ellas se escondía él. Quien no le temía a la oscuridad y mucho menos a la sangre. Esperó que los goznes metálicos giraran y revelaran la figura que estaba esperando desde hacía horas, cuando lo vio salir del local, surgió de entre las sombras, y allí llevó a cabo su cometido. Desfundó el arma blanca que guardaba oculto en el interior de su bastón y con la hoja fina y férrea, apuñaló al desconocido, si bien era la primera vez que lo veía en persona, sabía muy bien de quien se trataba, lo había estado estudiando durante los últimos días. Sabía que bares frecuentaba, que clase de mujeres lo acompañaban, cuáles eran sus horarios y amistades. Lo sabía todo. Y aquel estudio minucioso que había trabajado el último tiempo lo llevó a este momento justo, y a que fuera factible terminar con el encargo.

Ni siquiera se paró a pensar, ni siquiera algún miedo lo detuvo, porque era incapaz de sentirlo. Virtudes como el temor y la moral le eran imposibles, y sí, virtudes, porque creía que el hombre que las sintiera era sin duda virtuoso, llenó de sentimientos que él nunca conocería. Incluso en algunas ocasiones extremas llegaba a sentir envidia de ellos. Una dura infancia y adolescencia lo había llevado a ser quien era hoy en día, todos aquellos sucesos que en un principio lo atormentaban, hoy eran la razón que lo hacían el más apto para este trabajo.

Cuando el trabajo estuvo terminando, retiró el cuchillo del pecho de su víctima. Era algo rudimentario, en esta época podría tener un arma de fuego efectiva y veloz, que le ahorraría gran parte en su oficio, pero seguía prefiriendo aquel cuchillo, no sabía las razones exactas, pero estipulaba que podría ser porque el caudal de sangre no se comparaba, y además podía sentir en la palma de su mano y en la yema de sus dedos cuando la hoja penetraba, eso no se podía experimentar con una bala. Y lo más importante, aquel cuchillo era un vínculo con su pasado.

Dejó al cuerpo allí, abandonado en aquel callejón escaso de luz eléctrica. Y haciendo uso de aquella oscuridad, la utilizó para irse de la misma manera que había llegado, sin que nadie lo notara.

Se acercó a un teléfono público y desde allí llamó a su jefe.

— El trabajo está hecho — fue lo único que dijo y volvió a colocar el tubo de teléfono en su respectivo lugar.

Se acomodó la galera negra y se aventuró al interior de la lluvia, que caía violenta y filosa.

Cuando era más joven lo atacaban las pesadillas, que eran fragmentos de realidades vividas, meros recuerdos tormentosos, pero había logrado apagar el tormento superándolo, se volvió peor de lo que le causaban aquellas pesadillas, y si él era más peligroso ya no debía porque temerle. Un padre golpeador, que no hacia distinción entre un niño y una mujer, a ambos le pegaba igual, y sin razón alguna. Con puños, palos, patadas o incluso con la misma botella con la que se había emborrachado, todo era un arma, y las cicatrices de su cuerpo eran testigo de eso.

Su primer muerte fue la que lo liberó, pero a costas de convertirse en otra persona. Desde ese momento ya no fue el mismo.

Su padre estaba endeudado hasta los dientes, incluso le debía una gran cantidad a la mafia.

Aquel día fue como cualquier otro, su padre se pasaba de alcohol hasta volverse violento, y descargaba toda su rabia y enojo contra su madre. La golpeó y esa vez, sucedió algo diferente, la mujer, sumisa y temerosa nunca se había atrevido a enfrentarse a su esposo, pero llegó un momento en el que su paciencia se agotó, ya no podía soportarlo más, y aquel nuevo sentimiento en ella la volvió de ser una mujer sumisa a ser una mujer que por primera vez en su vida se oponía, se negaba a seguir sufriendo, y ese cambio fue su fin.

Antología "Cuentos Realistas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora