Los eldar más jóvenes de Valinor tenían la costumbre de inventar o escuchar (en especial las mentiras de Melkor) un sin fin de historias con el propósito de perder el tiempo, demostrar cosas que no eran en realidad muy importantes, y sobre todo, jugarse bromas pesadas los unos a los otros. Digamos que tenían su forma peculiar de disfrutar esa vida tan placentera y fácil que tenían en el reino de Valinor.
Pero en aquellos tiempos, un ser de extrema malicia rodaba entre ellos. Melkor fue el autor de más de una mentira en cuanto a las tierras de sus compañeros Valar; entre ellas, el bosque de los gritos.
Los elfos mayores no encontraban sentido a las palabras de los menores; los niños llamaban malditos a los bosques de Oromë. Las salas de Mandos no eran otra cosa que cuartos oscuros donde los niños se perdían. Los jardines de Lorien, se decía entre jóvenes, eran lugares a los que nadie debía ir, ¿por qué? Bueno, ni para eso tenían un respuesta lógica.
La juventud gozaba de una imaginación bastante viva y sin medida. Por más que eran corregidos por los sabios y primeros nacidos, ellos hacían oídos sordos y preferían tragarse los bobos rumores infundidos por Bauglir, el aprovechado.
Ahora bien, en cuanto estos relatos llegaron a los oídos de los valar, cada cual reaccionó a su manera; Melkor, vala de mirada profunda y cabello tan oscuro como sus palabras, estaba más que satisfecho ya que él había iniciado los rumores. Manwë, de tierno corazón y hebras platas, cayó de espaldas debido a las risas que le sacaron; pronto reunió un par de elfos niños para mostrarles lo equivocados que estaban. Varda y la mayoría de los otros Valar se mantuvieron al margen del asunto, pero sí se topaban con alguna alma joven charlaban un buen rato, en un intento de cambiar la travesura impuesta por Melkor.
Una semana después de la noche donde uno de los cachorros de Oromë demostró un comportamiento inusual y donde Celegorm conoció una importante lección por parte de Nerdanel, Oromë, el cazador, se encontraba vagando en las zonas meridionales de Valinor. Iba de un bosque a otro, gozando de la luz dorada que ofrecía Laurelin a toda la tierra; era de día, después de todo.
Oromë ya había escuchado lo que decían de sus bosques, y al igual que Manwë, se burló de la inocencia de algunos. Adoraba a los eldar, era de corazón blando y de amables intenciones, por eso no encontró tan fácilmente los propósitos de Melkor.
Oromë y Aulë, siendo buenos amigos, habían visto con buen humor lo que se decía de ellos, pero con el tiempo les importó cambiar su imagen; Aulë permitió la entrada a más de los eldar a las forjas. En cuanto a Oromë, pronto daría su primer paso. Comenzaba a creer que algo bueno podría sacar de aquel comportamiento de su compañero canino y de ese elfo de hebras rubias.
Por el momento, el Vala se dirigió al bosque de los gritos (llamado así por los elfos. En realidad tenía otro nombre). Sin una forma corpórea, apareció en la entrada del bosque; adoptó una apariencia y estatura similar a la de la noche pasada.
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Ladrando a la luna
FantasyCelegorm necesitaba de algo o alguien para encontrar la valentía con la que se le conocería después por todo Valinor y la Tierra Media. Amaba a su familia, pero no creía compartir la misma razón de valentía que su madre. Fue entonces que se escribió...