En todo Valinor, entre los mismos valar, era bien conocida la malicia de Melkor para con prácticamente todo el mundo. Sin embargo, nada que hizo después el Vala, se pudo comparar con lo que Maedhros y Maglor maquinaron para vengarse de Celegorm y el chisme que le dijo a su padre. Todo sucedió un par de noches antes de la quedada del rubio con su amiga.
Aquella vieja noche ninguno de los dos hijos mayores de la casa de Fëanor durmió como hubiese querido. Después de que Celegorm dejó la habitación y Fëanor llegó despertándolos de un grito; primero recibieron un regaño, después la historia de los materiales con los que Fëanor trabajaba, y por último, una obligada invitación a pasar sus tardes en las forjas con su padre. Sí o sí debían vengarse, y todo fue perfectamente planeado por Maedhros, quien era el más pillo en esos tiempos.
El pelirrojo se aseguró de que sus padres ya estuvieran dormidos, después volvió a la habitación que compartía con ambos y con una sonrisa despertó a Maglor.
—Es ahora, hermano —le susurró Maedhros.
Maglor asintió, a decir verdad, una gran parte de él no quería hacer lo que estaban pensando. Pero su carácter heredado por Fëanor, le gritaba, desgarrándolo, que debía hacerlo sin sentir remordimiento. Se levantó y ató el cabello en una coleta. Miró con desgano la tierna expresión adormilada de su hermano menor.
—¿Estás seguro de que vale la pena? —le dijo Maglor—. ¿Y sí algo malo le sucede?, nuestros padres nos mataran.
—No creo —le respondió con simpleza, al momento en que tomaba un par de cobijas y ambos enrollaban a un dormido Celegorm en ellas—. La verdadera pregunta es, ¿Será suficiente escarmiento para él? No puede estar de chismoso donde sea que vaya. Además, así puede ir madurando.
De nuevo, el morocho asintió, él no olvidaría el detonante que le hizo madurar un poco su forma de pensar.
Cargaron a Celegorm y salieron, en medio de la noche, del hogar de su padre para, en medio del frío y su tranquilidad, dejar a Celegorm dentro, muy dentro del bosque de los gritos. Lo ataron con fuerza suficiente para que no escapara y poder volver por él después de un rato, o al menos esa era la idea; asustarlo un poco y después burlarse.
Ahora bien, estando ya solo y sintiendo de a poco el frío invadir su cuerpo, Celegorm comenzó a sentirse incomodo por la posición en la que dormía, tuvo que olvidarse de su sueño y despertar lentamente. Aún era un tonto ignorante en cuánto a su situación.
—Russandol... Tengo frío, no te quedes con las cobijas.
Masculló Celegorm. Intentó restregarse los ojos, pero en cuanto quiso levantar el brazo, algo muy fuerte se lo impidió de golpe. Algo le gritó desde su interior que despertara, y cuando abrió los ojos y su visión se volvió más nítida, un grito de espanto no fue suficiente para él.
Después de haber llamado por ayuda, llorado y maldecido a sus hermanos, porque sabía que eran ellos los responsables, que esta era su venganza, se tranquilizó todo lo que su alocado corazón le permitió. Sabía que nadie iba a volver por él, que nadie estaba a esa hora por aquel rumbo, pero lo que más lo inquietaba era encontrarse con la bestia de la que hablan los cuentos.
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Ladrando a la luna
FantasyCelegorm necesitaba de algo o alguien para encontrar la valentía con la que se le conocería después por todo Valinor y la Tierra Media. Amaba a su familia, pero no creía compartir la misma razón de valentía que su madre. Fue entonces que se escribió...