La noche, o lo que en esos tiempos se parecía a ella, se había alzado en la colina de tuna. Telperion tomó un brillo más intenso que Laurelin y el tono del día oscureció y las sombras aparecieron. El descanso llamó a más de una puerta, y los elfos más jóvenes comenzaban a caer uno a uno en un sueño placentero.
En las frías y mágicas calles de Tirion algunos elfos aún deambulaban. Algunos iban entre amigos, otros a ciertos lugares a beber y cantar un poco, mientras que algunos otros, usaban el camuflaje de las tinieblas para pasar el rato en pareja.
El fuego de algunas moradas y palacios comenzaba a menguar, pero en las tierras de Fëanor había una sola luz que aún bailaba al son del aliento de los pequeños elfos que la rodeaban.Las sombras se alzaban altas, colosales y tenebrosas en las oscuras paredes del lugar; un joven Celegorm de unos aparente ocho años se abrazaba a sí mismo, tiritando. Maglor de unos dieciséis parecía inexpresivo ante la situación, sí a caso de vez en cuando bostezaba. Pero Maedhros, el mayor, era quien parecía sonreír dichoso a media noche.
—Esta es la historia del elfo que se perdió —Maedhros alzó la voz, hizo una de sus mejores expresiones tenebrosas y elevó sus brazos.
Celegorm, de ojos brillantes, tiernas mejillas y cabello rubio, comenzó a morder sus labios. Los cuentos terroríficos de su hermano mayor generalmente eran mediocres comparados con los de su padre, pero al menos lograban espantar el sueño al rubio y entretener a Maglor, quien de vez en cuando asustaba de más a su menor con otras pequeñas ideas.
—Todos lo encontraron en el Bosque de los gritos —agregó Maglor.
El menor pareció perder su alma en un suspiro y un par de lágrimas aparecieron de sus azules ojos. En esos tiempos en los que sólo eran tres hermanos, Fëanor había establecido su casa a unos pasos de dicho bosque y el temor en Celegorm levantado por los rumores de los elfos jóvenes era bastante justificado.
—Exacto —asintió Maedhros.
—¿Se perdió? —interrumpió Celegorm la historia. Jugaba con sus dedos bajo las mantas. Ya no quería demostrar su valentía escuchando cuentos de terror.
Maedhros asintió.
—Sí —formuló impaciente el pelirrojo —. Lo dije al principio.
—Lo sé —respondió Celegorm con ternura. Rodó la mirada—. Pero pensé que quizá había ido a otro lugar. Quizá estaba cortando setas y nadie se dio cuenta. ¿Estás muy seguro que se perdió?
¿Qué carajo tenía Celegorm en la cabeza?, pensaron sus dos hermanos mayores.
Ante la tierna e inocente idea de Celegorm, los dos elfos mayores se dedicaron una sonrisa demoníaca; en un segundo y sin cruzar palabra, como es propio de la casa de Fëanor, acordaron terminar con la inocencia de su hermano, aplastar su valor, llenarlo de inseguridad y temor para después reír sin medida.
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Ladrando a la luna
FantasyCelegorm necesitaba de algo o alguien para encontrar la valentía con la que se le conocería después por todo Valinor y la Tierra Media. Amaba a su familia, pero no creía compartir la misma razón de valentía que su madre. Fue entonces que se escribió...