10. Pesadillas

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¡Hola, señoras y señores!

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Oigo voces distantes y entrecortadas. Susurros sin sentido que me llenan la cabeza de un gran mareo.

Comienzo a abrir los ojos poco a poco, y lo único que veo es oscuridad.

Estoy tumbado de lado en una habitación demasiado grande y oscura, todo el lugar apesta a moho y hierbas, la humedad se siente en el ambiente. En pocas palabras, es un lugar abandonado.

Subo la cabeza ligeramente y me percato que lo único que hay en la habitación es una ventanita de no más del tamaño de mi mano donde entra la luz solar, y conforme mi vista se acopla, voy recorriendo la habitación con los ojos. Casi no puedo ver nada, así que decido levantar la cabeza un poco más y un gran quejido se escapa de mi boca.

—¡Brad, despertaste! —Me alarmo al oír que alguien más está en la habitación conmigo. Trato de levantarme de golpe pero un mareo aturdidor me detiene a medio camino.

—Tranquilo, Braddy. Soy yo, Stephan —me detiene de los hombros para no caer al piso.

Suelto una gran bocanada de aire tratando de recuperarme, sacudo la cabeza y cierro los ojos fuertemente para que se quite el mareo. Una vez los abro, puedo ver el rostro de Stephan. Está en perfecto estado; parece que no le han hecho nada, sólo que su peinado se está deshaciendo y el cabello se le viene abajo.

—¿Dónde estamos? —digo con esfuerzo.

—Creo que en un tipo de fábrica —dice mientras voltea a sus alrededores.

—De seguro mi pie ya se pudrió, ¿no? —Mi mente ya se recuperó y los mareos ya se fueron.

—¿Qué? ¿De qué hablas, Braddy? —Quita sus manos de mis hombros lo cual me sorprende, ya que por un momento me pareció que Stephan no me creía.

—Si, por eso me desmayé. Cuando estábamos en el ático, las balas empezaron a volar por todos lados y una me dio en el pie.

—Braddy, míralo por ti mismo. No tienes nada en ninguno de los dos pies. Estoy seguro.  —Baja sus manos hasta el fin de mi pantalón y levanta ambos lados. No tengo nada.

¿Cómo es posible?

Abro los ojos como platos, no sé qué pensar. Sentí la bala entrar en mi tobillo derecho y ahora no está, de hecho, ni siquiera me duele el pie, sólo los músculos.

—Es enserio. Le puedes preguntar a Va... —.Me interrumpo inmediatamente y, el cuerpo y corazón se me hielan-. ¡¿Dónde carajo está Vanessa?! —quita sus manos rápidamente de mis tobillos.

Me levanto de un brinco y me dirijo a la puerta, o más bien, donde yo creía que había una tal puerta.

 No me había percatado que la habitación no tiene puerta, es sólo un cuadrado de cemento sin ningún tipo de salida.

Volteo para todos lados desesperadamente, y lo único que hay aparte de cemento es esa pequeña ventanita que permite el paso de la luz solar.

—Brad, como ves, no hay salida de aquí.

No puede ser, no, no, no. ¿Dónde carajo está Vanessa?

—¡Debe de haber una salida! si no la hubiera ¿cómo carajos nos metieron aquí dentro? —no puedo parar de gritar. Tengo que encontrar a Vanessa.

Cuando tienes el poderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora