Fast, Furious and Fucking Fun

31 2 12
                                    

En mi casa, las buenas notas se canjean por premios variados: ese CD que querías desde hace milenios, esas gafas de sol estilo aviador de las que te has encaprichado, licencia para hacerte mechas... algo que quieras y que te tengas que ganar.

Este año al parecer cumplen las expectativas de mis padres, porque se traducen en permiso para ir a la playa con la pandilla de mis hermanos. Cinco adultos con el cerebro de un chaval de doce y permiso de conducir, va a ser genial.

La minivan de Vero está aparcada delante de nuestro bloque, con los costados llenos de grafitis y pegatinas (en una de ellas se lee «Drive it like you stole it»). Toca la bocina dos veces para llamar nuestra atención.

—Te me portas bien, ¿eh?— me dice mamá: —Hazle caso a tus hermanos y no hables con desconocidos—

–Que sí, mamá...—

—Y te me abrigas no te pongas malo, haz dos horas de digestión antes de meterte en el mar, y a dormir pronto, y...— sigue ella.

Consigo librarme de sus abrazos asesinos y despedirme. Vero y Sebas nos saludan desde los asientos delanteros, Marta, Dani y yo ocupamos los de la segunda fila, lo que deja a Fer, cuando le recogemos, en los del final, con algunas de las mochilas. Le acabó cambiando el sito, él quiere ir con Marta y yo tener un asiento más grande. Todos ganamos.

En cuanto están los cinco comienzan a pelearse por poner música, la lista final es un batiburrillo de estilos varios mezclados sin ningún control: pop setentero, rock moderno, salsa, clásica renacentista, metal, punk, bandas sonoras de películas... de todo un poco.

—¡So you think you can love me and leave me to dieeee!¡Oh, babeeee!— Estamos todos pasándolo genial cantando como desquiciados (que no vale con cantar la letra, tienes que cantar también los coros y el solo) cuando comienza a sonar un teléfono en el maletero.

El tono de llamada es Skyfall, de la peli de 007, pero un cover más rockero que la versión original de Adele. Está en una mochila negra estampada con circuitos, casi seguro es propiedad de Sebas, pero contesto para que no se corte.

—¿Diga?— la voz al otro lado dice algo que no entiendo pero que suena a dialogo de anime (que viene a ser todo el japonés que yo escucho): —Cuñado, es tuyo—

Creo que el teléfono pasa por manos de todos antes de llegar a su legítimo propietario, que se lo pone en la oreja con desgana y atiende la llamada con la mirada perdida. De cuando en cuando esboza una sonrisilla burlona y asiente con ironía. Al final se despide y cuelga con cara de aburrimiento.

—Mi tía preguntándome si es verdad que soy gay, increíble— levanta las cejas con incredulidad y me lanza el teléfono para que vuelva a meterlo en su bolsa: —Le dije que sí, casi pierde la cabeza— hace un ruido a medio camino entre resoplido, gruñido molesto y carcajada burlona: —Creo que voy a fingir que no pasó nada y a no cogerles el teléfono nunca más, por si acaso me han concertado una cita con un exorcista titulado— hace una señal con los dedos corazón de ambas manos que se parece sospechosamente a una cruz invertida.

"When you're gone
How can I even try to go on?
When you're gone
Though I try how can I carry on?"

Tras ello se enzarzan en una discusión sobre si los exorcistas tiene algo que ver con la orientación sexual. Con citas a teólogos y todo. La palma aquí se la llevan Fer (que estudia filosofía en su tiempo libre) y Vero (que está a falta de un año para ser abogado), que debaten de puta madre. La conclusión final es que como las preferencias de cada uno no tienen que ver con demonios, tampoco tienen nada que hacer los exorcismos.
Pero al parecer, los padres de Sebas le echan al pobre Satán la culpa de todo lo que no encaja en sus estándares.

Cuidado con el tren.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora