Capítulo 1. Recuerdos

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7 de mayo de 1923

Las notas musicales que emite el fonógrafo suenan fuerte y claro dentro de mi estudio, y seguramente, su eco retumba en cada rincón de la casa. Quizás el volumen es demasiado alto, pero no me importa. Así es como me gusta escuchar a Bix Beiderbecke, mi Jazzista predilecto.

Podría decir que el Jazz es mi género preferido, pero estaría mintiendo.

Mis gustos musicales varían de acuerdo a mi estado de ánimo.

Hoy tengo ganas de oír a Bix, mañana quizás amanezca con ganas de maldecir mis malas decisiones y prefiera escuchar los lamentos del violín de Chopin. Pero a veces _mínimas ocasiones he de admitir_ bailo Charleston hasta que el sol de la mañana disipa la noche.

Soy de emociones intensas. Nada es a medias.

Hoy, por ejemplo, es un día alegre. Alisa, mi única hermana, cumple 7 años y eso me motiva a sonreír todo el maldito día como un estúpido.

No soy hijo único, tengo 3 medios hermanos, pero nuestra relación es inexistente.

Nunca los he considerado familia.

Gracias a todos los santos en los que no creo, jamás vi a esa vieja con cara de cerdo como una madre.

Alisa, sin embargo, es un regalo que la vida me dio. Eso significa su presencia para mí.

Antes de su nacimiento, mi existencia se había convertido en un monótono color gris, y esta fecha en especial, traía a mi mente dolorosos recuerdos.

7 de mayo... el cumpleaños de ella. El colegio en Londres. El baile de primavera. Ella de Julieta y yo de Romeo, nuestro primer baile...

Han pasado nueve años desde nuestro rompimiento, y aun hoy, no puedo pronunciar su nombre sin que mi corazón se desgarre al evocar su recuerdo.

Terry, eres un hombre de 27 años. Compórtate como tal, me digo mientras caigo en la cuenta de que una vez más he dejado que las emociones se desborden dentro de mí pecho.

Sostengo mi cabeza entre mis manos y entierro con furia mis codos en mis rodillas. No cierro los ojos por miedo a verla en mi mente, sonriendo, bailando, corriendo por el campo vestida de enfermera sólo para verme por breves segundos antes de irme de Chicago.

¡MALDITA SEA!

Sacudo la cabeza, y desesperado, paso una de mis manos sobre mi cabello.

Hace siete años me hice la promesa de no arruinar este día tan maravilloso con mis congojas. No rompería hoy mi palabra.

Me pongo de pie y apago cuidadosamente el fonógrafo mientras escucho el rechinar característico de la silla de ruedas de mi esposa acercarse.

Antes que pronuncie mí nombre, giro mi rostro y la veo en medio del salón bellamente arreglada. Sonriéndome.

Hace un par de años se había cortado el cabello. No sé mucho de moda femenina, pero según mi madre le llaman corte estilo Bob, es lo que actualmente está en boga. Incluso Alisa lleva un corte parecido.

Susana había arreglado su cabello con ondas bastante pronunciadas, una diadema joya que cubría parte de su fleco, adornaba su peinado. Su maquillaje era oscuro alrededor de los ojos y carmín profundo en sus labios, mientras que su vestido amarillo de delgados tirantes, con escote en V y ceñido a la altura de la cadera, cerraban con broche de oro lo que prometía ser un look de primera plana en la sección de sociales de los periódicos más importantes de Nueva York.

Si tan sólo el atractivo físico fuese suficiente para hacer nuestro matrimonio feliz, seguramente ahora seríamos la pareja del año. Después de todo, Susana es una mujer de inigualable belleza.

Rosa de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora