Cuatro

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Finalmente llegó el día: alguien se apareció. Era un joven pequeño, sin músculos desarrollados, de esos enclenques que Moon estaba más que segura de que no merecían a Rain... pero lo dejó pasar sin ningún inconveniente debido a lo que le había prometido. El joven caminó, con una armadura demasiado grande para su cuerpo, hasta llegar a la habitación de la princesa. Entró en esta y la dragona no pudo ver lo que sucedía, pero podía adivinarlo: el enclenque se acercó a Rain, se inclinó en su cama y le dio un beso.

Miró el brillo dorado irradiar de la ventana de la habitación de la princesa y supo que se estaba rompiendo el hechizo. Por un lado se sentía feliz por ella, porque ya iba a ser libre, cosa que había anhelado con fervor desde hacía tantos años... pero por otro se sentía mal porque sabía que el debilucho no merecía a Rain, no pensaba que sería capaz de ser un buen rey para la nación de Kuhr, y lo más oculto dentro de sí: extrañaría a la princesa.

Sabía que en los años más recientes la relación con ella se había deteriorado bastante, pero la quería a pesar de todo. No la protegía simplemente porque era su trabajo, sino también porque auténticamente se preocupaba por ella, quería que estuviera bien, que fuera feliz, que tuviera lo que siempre había querido.

Lloró un poco, pero se quitó las espesas y calientes lágrimas de los ojos con rapidez.

—Desde el principio sabías que este día llegaría —se dijo mentalmente—. No llores; ella va a estar bien, y aunque no lo creas, tú también.

Minutos después, vio al enclenque caminando de la mano con la princesa Rain de los Kuhr. Lucía hermosa y con el cabello radiante, porque es que ella siempre había sido hermosa, y suspiró con nostalgia. Probablemente nunca la volvería a ver... y dados los hechos recientes, dudaba que quisiera despedirse de ella.

Y efectivamente fue así: Rain no se despidió. Se marchó con su salvador, siempre mirando al frente, y tras lo que parecieron unos pocos segundos ya se había ido de la torre.

—Es hora de alzar vuelo —Moon anunció para sí misma—. Hora de ir a otros lugares... y comenzar otra vida.

Sin embargo, no pudo hacerlo con la rapidez que quiso. Todavía seguía afectada por todo lo que estaba ocurriendo... así que decidió quedarse allí hasta el día siguiente. Iba a pensar qué haría ahora que su cuidada era libre, que había roto el hechizo, y que ella ya no tenía esa responsabilidad. Siempre había querido viajar y conocer otras tierras, y con esas alas... estaba claro que podría hacerlo sin problemas.

Y bueno, también iba a llorar un poco ahora que estaba sola.

Pero solo un poco...

Y cuando se sintiera mejor, se dijo a sí misma, se marcharía. Para siempre. Tal como Rain.

Por su parte, esta estaba caminando de la mano con un chico que había acabado de conocer, sí, pero con el que estaba eternamente agradecida porque la había rescatado. Le había regalado la libertad, tanto del hechizo como de la torre que la enceraba...

Lo que sentía era indescriptible. Quería abrazarle y llevarle cargado hasta el reino de Kuhr, el castillo en el que vivían sus padres, pero sabía que probablemente a estos no les haría mucha gracia la escena, considerando que se suponía que él la había rescatado porque era capaz de enfrentarse a todo tipo de atrocidades, bestias y pruebas. Se preguntó si él accedería a llevarla a ella cargada hasta el castillo... cuando paró en su musculatura y frunció el ceño.

Era bastante... poco musculoso. Es decir, no era que ella iba a juzgarlo ni nada por el estilo, pero estaba más que segura de que sus padres sospecharían cuando lo vieran debido a que no encajaba con el perfil que imaginaban que habría salvado a su hija (porque, y esto es importante: había vencido al dragón).

La aventura más grande: Una historia lésbicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora