La nueva vecina.

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Hablando de hipnótico, y de poner duro el pene. El pequeño trasero rebotando, con el que casi chocó, justo directo a su altura, balanceándose de un lado a otro directo fuera de la puerta de su apartamento. La propietaria de la deliciosa parte inferior se inclinó fuera de la vista, tarareando mientras giraba. Indecentes shorts cubrían sus globos, pero a duras penas. Su ropa parecía por lo menos de una talla demasiado pequeña, dada la cantidad de nalga viéndose a escondidas de los desiguales dobladillos. Infiernos, en su posición actual, incluso podría decir que ella se había afeitado, un hecho que su pene aprobaba, y que por supuesto lo irritaba hasta el extremo.
Darien no sabía si debía darle una bofetada a sus nalgas redondas para llamar la atención de la fémina, o gruñirle para que se quitara del camino. Frenando su tercer impulso, que involucraba girarse en contra del invitante trasero...preferentemente desnudo, se aclaró la garganta.
—Ejem.
El pelo dorado sedoso, casi blanco voló hasta darle una bofetada en la cara mientras la mujer se enderezaba. La madeja de pelo hizo que tensara la mandíbula y sacudiera la cabeza con un gruñido que escupió el pelo que tenía en la boca. El olor de su champú, un embriagador aroma a frambuesa, hizo que su estómago sonara ruidosamente, pero no de hambre, a menos que contara el hambre carnal.
Con un giro, la mujer se dobló enfrentándose a él con una sonrisa de labios delgados que parecía demasiado alegre a esa hora de la mañana.
—Bueno, hola, vecino. —Cantó, con su boca brillante tan dulce que él se dolió por su cepillo de dientes. —Siento si estoy en tu camino. Sólo estaba calentando para mi carrera de la mañana. No creo que nos hayamos presentado. Me acabo de mudar al apartamento 9C. —Estiró su mano y movió la nariz hacia él mientras seguía sonriendo.
Darien frunció el ceño mientras ignoraba la mano extendida. Un olorcillo y podía decir que no pertenecía al genoma humano. Malditos fueran los conejitos y sus naturalezas soleadas. ¿Cómo podría no contestarle correctamente con su sonrisa más linda, como la más tonta del mundo? Si hubiera sido un conejo hombre él podría haberlo esposado de la cabeza, pero con una chica... De alguna forma no creía que arquear su pene fuera la manera de castigarla.
— ¿Así que tú eres la razón por la que no dormí el sábado? ¿Podrían haber sido tus movimientos un poco más ruidosos?
Sus ojos de color celeste intenso parpadearon, sus labios perdieron su curva, y se dio cuenta de que tenía un puñado de pecas en el puente de la nariz.
—Pero eran las once de la mañana. El dueño me aseguró que estaría bien. ¿Te fuiste a la cama tarde?
Él fijó una mirada en ella y respondió en un tono altivo.
—Me gusta dormir por lo menos unas buenas dieciséis horas los fines de semana, incluso a veces dieciocho. A causa de tu alboroto, sin embargo, sólo tuve unas míseras catorce. —Con el invierno lentamente perdiendo el control de la ciudad, el impulso de hibernación en su cama seguía siendo difícil de quitar.
—Hmm, la última vez que pasé tanto tiempo en la cama, no fue porque estuviera durmiendo. —Ella le hizo umguiño.
La insinuación era imposible de pasar por alto, y mientras un loco deseo de arrastrarla de vuelta a su habitación y poner a prueba su cama de resortes cruzó su mente, en lugar de eso fingió ignorancia y frunció el ceño.
—Entonces, debes conseguir un mejor colchón. El sueño nunca debe ser descuidado. —La miró fijamente con una mirada dura. —O interrumpido.
Una sonrisa curvó sus labios y mostró sus brillantes dientes blancos.
—Ahh, eres un oso gruñón más que adorable. —Le hizo otro guiño. —Te diré qué. Te lo compensaré. Déjame hacerte algo para cenar.
Hmm, ¿Conejo desnudo mojado en un plato?
—No. —Gruñó.
— ¿Galletas de chocolate recién horneadas?
No, pero conocía una masa dulce que le gustaría probar. Maldita sea. Su mente se negaba a salir de la cuneta esa mañana.
—No.
Su nariz se movió.
— ¿Un masaje?
Deslizando sus grasientas manos por todo su cuerpo y sobre su pene. Sí, eso sonaba como un plan. Eh, espera un segundo... No. Darien tenía que irse antes de que la erección de sus pantalones atravesara la tela y fuera detrás del pastel del conejito, pero ella estaba de pie en ángulo recto delante de él, viéndose y oliendo demasiado deliciosa.
No perturbada en absoluto por su respuesta negativa, la exquisita hembra de conejo tocó su barbilla con un dedo, mientras sus ojos se reducían pensando, sosteniéndole la mirada. La miró de vuelta, tratando de parecer feroz. Ella no parecía darse cuenta. Inclinando la cabeza hacia un lado, lo miró de arriba a abajo.
A pesar de sí mismo, frunció el estómago, para adquirir más volumen en el pecho ya que era muy importante. Un oso tenía su orgullo después de todo.
—Creo que voy a sorprenderte. —Dijo con un guiño y una lamida de sus labios.
Su pene se sacudió mientras Darien estaba a punto de cruzar los ojos al pensar en lo que podrían hacer desnudos.
—Por favor, no. —Refunfuñó. Demasiado tarde. La conejita, cuyo nombre nunca había llegado a tener, corrió fuera, con su sedoso cabello rebotando por su espalda, llamando la atención sobre las nalgas redonditas expuestas de su nalguéame-muérdeme-tómame-perfecto trasero.
Un suspiro largo de sufrimiento se le escapó. Tengo que estar realmente necesitado de sexo, si incluso las pequeñas criaturas del bosque me excitan.
Ajustándose su pene, que se negaba a hacerse el muerto, Darien tomó su maletín y se dirigió a su trabajo. Una caminata rápida ayudaría a despejar su mente.
Una de las ventajas de vivir en la ciudad era que había alquilado una oficina a pocas manzanas de su apartamento, al otro lado de la calle de una panadería que vendía los bollos de miel más deliciosos. ¿Estaban los dos temas relacionados? Más o menos.
Se había dado cuenta del anuncio de “Oficina en Alquiler” mientras había comido algunos pasteles. Poner una oficina al otro lado de la calle de su panadería favorita parecía ser el destino de un oso que no podía conseguir suficientes dulces.
Culpó a su madre, que, una vez que se había graduado de la universidad, se había mudado a la montaña, llevándose sus deliciosas habilidades con los postres con ella. Darien, mientras que era un experto chef a la hora de hacer platos de carne y patatas, aspiraba a hacer los dulces más delicados que anhelaba. Gracias a la Osa por las panaderías.
Pensando en pegajosos buñuelos, suaves y manejables, en el azúcar glass derritiéndose en su lengua, lo hizo tener hambre, así que tomó una docena y ordenó otras dos docenas para picar más adelante, antes de dirigirse hasta el ascensor a su oficina. Al entrar en su espacio en el tercer piso, saludó a Molly, su recepcionista, una loba que lograba ser ultra-eficiente sin parecer que jamás trabajara. Un rasgo admirable, si le preguntaban.
Ella tenía sus uñas impecables actualmente.
—Tu bandeja de entrada tiene algunos contratos que necesitan un último vistazo y tu firma. Tienes un testamento a las once. Y otro a las tres. —Y así sucesivamente, recitó las tareas que había realizado y transmitido a él para su conclusión. Aburrido. Su castigo, suponía por haber tomado el camino más fácil de abogado y testamentario en vez de penal. — ¿Por qué no puedes ser una secretaria de trasero perezoso como todas las demás?— Gruñó mientras su día comenzaba a verse cada vez más sombrío.
—Sólo me aseguraba de que tengas el dinero para mi extra de verano. —
Respondió ella. —Lo que me recuerda...
Antes de que pudiera salir con otra lista, sonó el teléfono y con un suspiro de alivio, Darien se escapó.
Lo primero que hizo cuando se sentó tras su gran escritorio de madera fue buscar tres pasteles. Su gusto por lo dulce se había calmado, todavía se encontraba con hambre, pero no de comida. La condenada conejita todavía rebotaba en su mente y quería un poco de pastel, y no sólo de cualquier pastel, sino de su tarta dulce.
Lo que lo desconcertaba... ni siquiera me gusta las mujeres lindas y alegres. Eso le molestaba, ¿Desde cuándo hago otra cosa que sentir lujuria después de sembrar una? Los intentos de cambiar el rumbo de sus pensamientos fallaron, y después de quince minutos de incansable, inquieto y ocupado trabajo, llegó a la conclusión de que nada podría detener su excitación, sino el sexo en sí. No con esa conejita sangrientamente alegre sin embargo.
Sacando su teléfono móvil, Darien se desplazó a través de los números en busca de una dama amiga a la que lamar...su conocida amiga Chaos. Ninguno de los nombres le gustaba y, a pesar de sí mismo, no podía dejar de imaginarse a la linda conejita y a sus labios de color rosa, ideales para chupar su pene. Estaba claro que recordaba sus para nada grandes pechos tirando de su camiseta ceñida, un grupo devil hecho para agarrarse y apenas apretar, y apoyar la cara entre limones volando. Luego estaba su cintura, del tamaño justo para que sus manos levantaran su pequeño y dulce cuerpo y disfrutara de hundirse en su centro. Apuesto a que es una gritona. Y ¿qué pasaba con sus angostas caderas, hechas para tener hijos?
Whoa. Darien, casi se cae de su silla de oficina con el último pensamiento. ¿Cómo fui de deshacerme de mi lujuria a un bebé? Establecerse no formaba parte de ningún plan actual, especialmente no con una conejita. El apareamiento entre especies estaba muy bien para los otros cambiaformas. Como el hijo primogénito descendiente de osos de sangre pura, le debía a sus antepasados mantener su línea sin mancha. Dejaría que su hermano Seiya, el hombre de las señoritas en la familia, rompiera con la tradición.
Cuando esté listo para cachorros, voy a establecerme con una agradable osa con buenos genes y un trasero gordo para golpear. Tal vez encuentre a una Kodiak luchadora o a una hembra polar, pero nada más loco que eso.
Como oso pardo, tenía una reputación que mantener, después de todo.
En cuanto a su vecina de orejas largas y su amenaza de hacer las paces con él, sólo trabajaría más duro para usar su propio encanto habitual. Asustaba a todo el mundo...a la mayoría de los humanos o de los cambiaformas, con el tiempo. Y así es como me gusta. Amigos y amantes esperan cosas de ti, como una mano amiga, o compartir las mantas cuando estás en la misma cama, o compartir tu postre cuando sólo hay un buñuelo de miel.
Su última novia había sido grande en el escenario al compartir todo en su conjunto. Era por eso que su relación nunca había ido más allá de la marca de los tres meses, porque después de todo, ¿por qué dividir algo cuando él apenas podía mantener todo para sí mismo?
Por supuesto, su intento actual de mantener su pene para sí mismo no estaba funcionando tan bien, al parecer. No sólo su mano estaba cansada de sobar, sino que nada se podía comparar a la sensación apretada y caliente de una rubia platinada... rebotando en él con energía y gritando.
El teléfono sonó, y su sonido causó que su erección se marchitara con la voz chillona de una señora .

EL OSO Y LA CONEJITA (FINALIZADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora