Una rata en el cuartel

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Cuando el despertador sonó, la lluvia, que caía torrencialmente, se podía oír a pesar de estar en el noveno piso. Ya estaba en pie, hace dos horas, terminó de trapear el piso de la cocina a tiempo y fue a su habitación a apagar su alarma. Antes de ir al baño, regresó a la sala de estar, corrió la cortina del ventanal y observó hacia su balcón. Tenía un juego de mesa y sillas de terraza, que, a pesar de la fuerte lluvia, se protegía por la baranda, pero si la corriente del viento cambiaba, la madera se mojaría ¿Debería cubrirlo con algún plástico? Era mejor ser precavido, se dijo.

Después de encontrar un plástico lo suficientemente grande en el cuarto de aseo, y cubrir sus muebles, fue al sanitario a darse una ducha. No sintió frío al desvestirse, pues su cuerpo había entrado en calor al limpiar y ordenar su departamento. Dejó el agua correr unos segundos y se metió a la bañera, se dio una ducha rápida,  ya había perdido tiempo en la búsqueda de la protección para juego de terraza, no recordaba de donde había sacado aquella funda, seguramente de algún mueble anterior. Cuando salió del baño, llevaba una toalla cubriendo su cadera y otra más pequeña, la restregaba en su cabello. Su muda de ese día ya estaba planchada y ordenada a los pies de su cama, tomó la camisa de tono lila pálido y la abotonó con rapidez. Buscó su bóxer y lo subió con cuidado, lo acomodó con precisión a su pelvis y buscó sus pantalones de color gris, usó un cinturón negro y una corbata lila brillante, volvió al baño a cepillarse los dientes. Se preocupó, como cada día, de usar desodorante y su perfume, cepilló su cabello y dejó algunos mechones detrás de sus orejas. Se colocó los zapatos marrones, buscó su saco a juego con el pantalón. Tomó su placa, arma y abrigo, dio una última mirada al departamento y sacó las llaves del auto y del inmueble, miró la hora en su reloj de muñeca al mismo tiempo que cerraba la puerta de su hogar, se había atrasado diez minutos.

No le había dado tiempo de tomar un café o comer algo, maldijo la lluvia. No recordaba que hubieran anunciado algún temporal, pero ya era invierno, era normal que pasara. Ya llevaba dos meses trabajando con Hange, y no había sido tan terrible. El mayor conflicto que habían tenido era el aseo de su cabello, a menudo lo regañaba por ello, y el castaño salía con excusas de cuidar el agua por la contingencia ambiental, o que no tenía tiempo. Pero a pesar de las protestas, al día siguiente lo tenía limpio. Habían resuelto un total de 20 casos en dos meses, situaciones complejas, atracos a bancos o falsificaciones, tráfico de armas, etc. Erwin era el que más estaba contento con los resultados, y si seguían así, la brigada podía recibir una bonificación especial ese año.

Sin embargo, en dos meses no podía decir que se llevara bien al 100% con su compañero. Lo toleraba, contaba con él en lo laboral, pero al mismo tiempo, lo exasperaba. Su personalidad extrovertida lo sacaba de quicio, no se callaba nunca y le había ensuciado el vehículo en más de una ocasión con café o soda, y siempre le dejaba migajas de galletas o pan en el asiento. Eran detalles de convivencia que lo dejaban con los nervios alterados al final del día, no podía decir que no le agradaba, tampoco que sí. Hange era un personaje peculiar, no tenía otra definición para él. Había cruzado la barrera, al punto que los insultos habían dado paso a los golpes, era la forma para calmarlo, se decía. Si no entendía sus advertencias, luego sus gritos, seguía con algún palmazo en la cabeza o tirón de pelo, al menos cuando lo tenía limpio.

Él no se enojaba, nunca. Siempre estaba de buen humor, aunque lo regañara y le golpeara o insultara, a veces le respondía las bromas, y debía contener la gracia que le causaba, sus días trabajando con Hange no eran tan malos después de todo. No notó ninguna diferencia en particular en su personalidad, que le hiciera pensar que se debía a su trastorno, era raro, pero todos en cierta medida lo eran, por lo que no podía tacharlo por ello. Le parecía un chico casi normal, que fueran diferentes en algunos-varios-sentidos, no le hacía considerarlo como un individuo con problemas sociales. Después de enterarse de su condición, se dedicó a estudiarlo con disimulo, sus interacciones con compañeros eran normales, no había visto que lo trataran mal o le ignorasen. Incluso supo de una ocasión en que salió con un grupo del personal de apoyo, por lo que, con el paso de los días, dejó de preocuparse por la vida social de su compañero.

CompañeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora