Mutuo acuerdo

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La música no era de su agrado y apenas ingresó al local que acostumbraba, frunció su ceño y una mueca de desagrado se formó en sus labios. No tenía ánimos de estar allí, hubiese querido quedarse en su departamento junto a ella, pero ya hace varios fines de semanas que no se juntaba con sus amigos, por lo que prefirió salir, pero se iría temprano, se dijo, no se sentía cómodo dejándola sola.

Había pasado una semana desde que habían estado juntos por primera vez, y las cosas entre ellos no eran como antes. Por las noches ya no recurría a su pelota anti estrés, a ella la sentía inquieta entre las sábanas, pero ninguno proponía acercarse al otro. Durante el día parecía avanzar todo con normalidad, era la noche la que hacía cambiar el ambiente, él sabía por qué de su parte, pero no entendía a Hange. La notaba diferente, más callada y lucía siempre pensativa, parecía sentirse incómoda de pronto y estaba seguro que se debía a lo que había pasado entre ellos, sin embargo, no se atrevía a preguntar.

Fue un idiota, lo sabía, no debió avanzar, era más que consciente de las consecuencias que eso podría causar a su relación laboral, y aun así continuó con sus actos, y el meollo del asunto era que empezaba a asumir por qué lo había hecho. La atracción avanzaba a pasos agigantados, lo asustaba, lo que sentía por ella arrasaba todo a su paso, y no sabía cómo extinguir el fuego que había nacido. Tocarla había desencadenado una ola de sentires y pensamientos que no sabía cómo contener, hacerla suya había sido su perdición y ahora no sabía cómo lidiar con todo ello, como lidiar con ella.

Se había vuelto torpe de repente, buscaba llamar su atención con estupideces, la mayoría de las veces con insultos y malos tratos, era un adolescente con las hormonas revueltas y le costaba trabajo controlarse. Ella no era consciente de lo que le provocaba, cada movimiento, sonrisa, atención, era hecha con pura inocencia y sin un ápice de morbo. A menudo se sentía como el lobo que acecha a la ingenua niña de capa roja, que termina tarde o temprano confiando en la bestia, cayendo en su trampa ¿Hange caería alguna vez? En algún recóndito rincón de su cabeza, gritaba esperanzado que sí, era lo que quería. Tenía esa lucha constantemente, en la que sabía lo que debía hacer, pero no dejaba de ilusionarse con su compañera, no sabía cómo parar todo ello.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por la mano alzada de Erwin, que buscaba llamar su atención. Relamió sus labios con ansiedad y caminó hacia ellos, no quería estar allí, pero debía fingir que sí. La luz tenue hacía más íntima la velada, sus compañeros estaban en medio del local, en una mesa pegada a la pared, habían ordenado y parecían ir ya por la segunda copa.

—Tardaste —dijo Mike, cuando se acercó. Levi soltó su muletilla habitual y se dejó caer en la silla junto a Erwin. —Luces como la mierda.

—Como siempre —respondió el detective y buscó a una camarera con la mirada.

—Eso no se puede negar —murmuró Erwin, tomando su jarra con cerveza y dándole un sorbo, mientras Mike reía por su comentario y Levi los ignoraba. Esperaron a que el más bajo ordenara antes de continuar con la plática, una vez que la joven que lo atendió los dejó solos, el rubio miró al más alto y siguió—¿Y bien?

—¿Qué? —Respondió sobresaltado, y una mueca nerviosa se formó en sus labios, ambos amigos lo reconocieron, Mike solía lucir relajado y tranquilo, aquella faceta no era común en el rubio más alto.

—¿Qué rayos te pasa? ¿Estás trancado con tu mierda? —Preguntó Levi, mientras sacaba su móvil y miraba la hora, sin prestar realmente atención a su respuesta. Apenas había llegado y ya quería salir de allí, se quedaría una hora, se dijo, no más.

—No me pasa nada —dijo, desviando la mirada hacia la bandeja con queso y maní que habían ordenado antes.

—No eres bueno mintiendo, Mike —le acusó Erwin—y por algo nos pediste salir un sábado ¿Qué tienes que contarnos? —El aludido dio un largo suspiro, como si lo que tuviese que decir le fuese muy difícil de hablar. Ambos, detective e inspector, esperaron pacientes, y cuando iba a hablar, se calló al ver a la camarera con el pedido de Levi. El trío ansioso miró como la joven dejaba la botella de cerveza cerrada y fría, delante del detective y le entregaba un vaso limpio, que el moreno rápidamente se dedicó a limpiar con un pañuelo que sacó de su chaqueta.

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