CAPITULO IV :LUNA MENGUANTE

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Tras nueves meses de dicha y ternura, nace el fruto del amor entre Jayah y Gamaliel. Un niño hermoso, que la imaginación humana es incapaz de dibujar. Niño hermoso y perfecto pero con la mancha de la envidia de la reina de la noche nació: piel de luna, cabellos plateados y ojos grises, definitivamente un hijo de la luna. Era tal la alegría de la madre al ver a su hijo que no le permitió comprender, que ese hijo era su sentencia de muerte. La partera aun incrédula ante la escena, entrego el niño a Jayah y esta lo acerco a su pecho sintiendo ese hermoso vinculo que solo las madres sabrán comprender

Inmediatamente llamo a su amado esposo- Gamaliel, amado mío, ven a ver a nuestro hijo, es hermoso como la luna. Es el fruto de nuestro amor, es nuestro hijo. Tuyo y mío. Es nuestro. Que este niño sea la piedra sobre la cual reposen nuestros corazones-. Al entrar Gamaliel, quedo asombrado. Y la cara que anterior fue de felicidad, se había tornado en tristeza, luego en decepción y por último en ira. El padre y la madre de piel morena y el hijo que debía ser como el color de la aceituna, resulto ser blanco...como los payos. La infidelidad era clara, y aunque, en su corazón sabía que Jayah era incapaz de semejante crimen, aunque su alma sabía que ella solo lo amaba a él. La ira se apodero de él, como el demonio poseyó a los cerdos y los condujo al abismo de la tragedia. Así paso con Gamaliel, y preso de la ira y del dolor, se abalanzó sobre su esposa y sujetándola por el cuello le dijo con voz de trueno- ¡Maldita! Yo por ti lo he dado todo. ¡Me sometí a la vergüenza!, soporte los azotes inhumanos que descarnaron mi espalda, me convertí en la decepción de mi padre, en la tristeza de mi madre y en la vergüenza de mis hermanos. Nadie nunca más en la tribu se atrevió a mirarme de nuevo a los ojos, porque me convertí en un cerdo. Y nada de eso me importo, porque ¡TE AMABA, TE AME DESDE QUE TE CONOCÍ, Y AÚN EN MEDIO DE LA RABIA TE SIGO AMANDO!... Todo por ti lo he dado, y de ti nada espere a cambio. Me entregue como un cordero, se entrega a un lobo. Por ti, lo deje todo, a mi familia, a mi gente, deje mi dignidad y mi honor. Mi humillación te glorifico, y ¿así es como me pagas? ¡Maldita eres, y maldita serás! Te odio, te odio como nunca he odiado a nadie, cada parte de mi te odia. Maldigo el día en que te conocí, maldigo nuestro matrimonio, maldigo el haberme unido a ti, maldigo a ese bastardo que diste a sostener a la partera. ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¡Dime! ¿Qué hice mal para que me pagaras así? Que más te hacía falta si yo todo lo entregue. Ahora veo que todo era mentira, maldita perra, jamás te ultrajaron, ¡simplemente siempre has sido una asquerosa ramera!... y yo me deje seducir. Pero esto se acabo, hasta hoy jugaras con mi paciencia.- Y tomando el puñal de su cintura lo clavo en el corazón de Jayah. Ese corazón que solo por él y por su hijo latía, se detuvo. Más que por el puñal, por la herida que le infringía cada palabra de Gamaliel. De ese corazón sufriente, se derramo una sangre escarlata espesa y fría, que hacia un instante había perdido el calor de la alegría. Jayah sosteniendo dulcemente la mano de Gamaliel le miro con ternura, con la misma ternura con que vio hace 8 años a su madre antes de partir por la puerta de la tienda. Una mirada de amor que; aunque deseo ardientemente describir, me resulta imposible, pues es la mirada de quien ama hasta dar la vida por su amado. Con el último esfuerzo que le permitió su alma, pues su cuerpo hacía rato que había dejado de responder. Le dijo- Te amo, mi dulce príncipe- y esos ojos llenitos de amor, perdieron su brillo y se cerraron para nunca más abrir.

Así se acabaron los sueños y la dicha de Jayah. Una mujer cuyo destino parecía ser la miseria, la tristeza y el sufrimiento. Cuan hermosa niña, ¿porque mi dulce Jayah no lograste alcanzar eso que llamamos felicidad? ¿Fueron tus decisiones? ¿O las decisiones de otros? ¿Acaso algún titiritero movía los hilos de tu vida, y te llevo al abismo mientras disfrutaba con tu caída? ¿Acaso puede la maldad humana, más que el bien divino? ¿O es precisamente esa falta de Dios en nuestro corazón la que hizo de tu vida una cruz? Porque mi dulce Jayah, no pudiste vislumbrar la paz que otorga el amor. Por eso te digo dulces sueños mi Jayah, al fin podrás descansar del tormento que se llama vida. Descansa mi amada.

Gamaliel ante ese último te amo, quedo asombrado. La ira que le había motivado a cometer tan infame crimen, ahora se transformó en horror al ver el cadáver de su amada sin vida, junto a la cuna de su hijo. Entrando de nuevo en sí, y entendiendo que debió haberle pedido una explicación, pues, ¡tenía que haber una explicación! Pero ya era tarde, por más que se aferró y grito sosteniendo el cuerpo de su amada, Jayah no despertó. Gritaba con dolor mientras lloraba, y sus lágrimas diluían la sangre del vestido de Jayah, besaba su frente, como con la esperanza de que sus besos le devolvieran la vida. Aunque hiciese lo que hiciese ella seguía muerta, el dolor que oprimía su pecho era intenso y lacerante. Sentía más la muerte de su amada que su vida, y sin dudarlo habría cambiado de lugar. Pero ya era tarde, aunque gritara, maldijera o llorara, Jayah ya estaba muerta.

Después de muchas horas aferrado a su esposa, intentando luchar contra la muerte -una batalla que esta hacia mucho que había ganado.- Se puso de pie, y al ver que, definitivamente su esposa estaba muerta, enloqueció. Se quitó los cabellos con sus manos y descarno la piel de su rostro con sus uñas. Ya no quedaba nada de Gamaliel, solo un cuerpo vacío que erraría sin rumbo fijo, buscando a su amada. Al principio llevo con él a su hijo, pues reconocía en él, el último vínculo que le unía a su gitana. Pero cuando la locura empeoro, y no quedaba vestigio humano en su ser, dejo al niño abandonado en el bosque, y siguió errante hasta el borde del mundo.

Dicen los gitanos que la madre luna, tomo posesión de lo que por derecho le pertenecía, y como buena madre crió a su hijo con amor y esmero. Dicen que si su hijo llora, mengua para hacerle una preciosa cuna, y así calmar el llanto de su hijo...Pero, para mi tristeza; eso es mentira, a la reina madre no le interesaba el niño, pues su soberbia jamás le permitiría conocer el amor. Ese niño jamás le intereso, por lo que dejo el niño a su suerte en el bosque, y este sirvió de alimento a los lobos, quienes destrozaron y devoraron el cuerpo del bebe. La verdadera razón por la que mengua la luna, es porque contempla sonriente la tumba de Jayah.

PIEL DE LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora