uno: ahora

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—Mierda. Mierda mierda mierda.

Christopher busca en su bolsillo sin éxito su boleto para el tren. Precisamente, el tren que se supone que debe abordar en...ocho minutos. Sabe que lo había imprimido el día antes, y está completamente seguro de que lo había puesto en el bolsillo de su chaqueta antes de salir de la casa...o pues, al menos el 50% seguro.

Está empezando a entrar en pánico. Si no encuentra el boleto en los próximos ocho minutos, va a perder su tren y, por consecuencia, también perderá la graduación de Isabela. Piensa en la cara de desilusión de su hermanita menor al ver que no está ahí, sentado en la fila de asientos con el resto de la familia, y niega con su cabeza. Esa no es una opción.

El boleto tiene que estar ahí, en alguna parte. Chequea el otro bolsillo, y los bolsillos de sus pantalones. Nada.

Mierda.

Mira la pantalla donde todos los destinos están listados juntos a los números de las plataformas correspondientes. Su tren llegará a la plataforma seis en...ahora siete minutos, y mirando a su alrededor, está entre las plataformas uno y dos, así que tiene que apurarse. Y todavía no ha encontrado el boleto.

Está a punto de empezar a caminar de nuevo, aunque no sabe en cuál dirección es la plataforma seis, pero se detiene de repente cuando lo ve.

No. No puede ser, piensa Chris. Pero ahora que lo ha visto, no puede dejar de mirarlo.

Nunca había pensado que volvería a ver a su ex-novio jamás en esta vida. Cuando se habían partido, había quedado claro que sus vidas iban de dos rumbos completamente diferentes. No era que quisieran alejarse uno del otro sin ninguna oportunidad de verse, pero simplemente sabían que si no estaban juntos, sus vidas seguirían fácilmente sin la necesidad de cruzar caminos.

No habían sido el tipo de relación que empezó por casualidad y siguió por conveniencia. Al contrario, a cada paso del camino, tuvieron que conscientemente tomar la decisión de seguir adelante. Lo suyo había sido una batalla cuesta arriba; una tras otra vez, se escogían uno al otro con intención. Hasta el día que ya no lo hicieron.

Hasta el día que había dejado a Chris llorando en la calle, la lluvia fresca mezclando con las lágrimas en sus mejillas.

Y ahí está ahora. Richard Camacho, sentado en una mesa afuera de un café. Tiene el teléfono pegado a su oreja izquierda, y toma un sorbo de lo que Christopher sabe es un grande café moca, porque eso es lo que siempre pedía en los cafés, desde que él lo convirtió en adicto al chocolate.

Y maldita sea, luce más bello que nunca. Se había dejado crecer el cabello un poco desde la última vez que lo vio. Unos años atrás, estaba en una fase de cortar el pelo muy corto y teñirlo de diferentes colores. Algunas personas decían que se veía ridículo, pero a Chris siempre le encantaba con cualquier color de cabello.

Le encanta así también, con los pequeños rizos negros decorando la parte superior de su cabeza.

Desea no haber pensado eso.

Richard todavía no lo ha visto, y a Chris le parece mejor así, porque el ecuatoriano no está preparado para que lo vea. Está hecho un desastre, sudado y con todos sus bolsillos de adentro hacia afuera...y está seguro de que si Richard lo echara un vistazo, vería su corazón en su manga, latiendo sin control.

Chris sabe que debe dejarlo tranquilo. Debe encontrar su tren, encontrar su boleto (¿tal vez está metido en su mochila?), y dejar todo esto atrás.

Pero con cada segundo más que mira hacia el moreno, se encuentra menos capaz de irse. Y aún menos cuando lo ve sonreír, las esquinas de sus labios curvándose hacia arriba tan suavemente, infectando cada parte de su cara con alegría.

Lo que siempre había querido Chris era que Richard fuera tan feliz como parece ser en ese momento. No entiende por qué su pecho se aprieta al enterarse de que ha logrado ser feliz sin él.

Mierda, piensa Christopher, porque ha decidido que tiene que hablar con él. 

all these years [oreo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora