UNO. "once y once".

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ella. Primera carta de presentación, primer deseo pedido.

Sonaba "Señorita" de Shawn Mendes y Camila Cabello en los auriculares de la impaciente chica que esperaba a que su zumo de naranja llegara. Estaba sentada en la mesa de la esquina derecha, justo al lado de una ventana, por supuesto, puesto que ese era su lugar favorito del bar. Un bar, que ella conocía muy bien. Se llamaba "El Cascanueces" y desde pequeña, iba ahí. Tenía miles de historias que contar sobre ese lugar y casi ninguna, era poco entretenida.

Estaba entonces, aquel Lunes, disfrutando de uno de sus últimos días libres antes de volver a su "querido" instituto y tener que trabajar de nuevo en el curso.

Bia, la chica amante de las esquinas derechas con ventana y de bares llenos de anécdotas, era más soñadora que un loco enamorado de algo o de alguien. Que un corazón roto y que un objeto deseando estar vivo. Era más apasionada de lo que Mulder (*) nunca lo fue, y eso, sin duda alguna, ya es mucho decir. Era un huracán hecho de fuego y cristal. A veces, un huracán realmente difícil de frenar, tanto como para lo bueno, como para lo malo.

No paraba de observar y en consecuencia imaginar constantemente. Su imaginación la divertía más que a nadie. Sin ella, no tenía ni la más remota idea de cómo podría disfrutar. Tenía pese a eso los pies bien puestos en la tierra y sabía cuál era su vida, la realidad, lo que pasaba en el mundo, pero no podía evitar dejar siempre volar a su creatividad, pensar en cosas que nunca le ocurrirían, o por lo menos no en condiciones normales, pero que serían una gran anécdota para un dibujo o escrito. Esa, imaginar, era sin duda alguna una de sus especialidades. Por todo esto, con una boba sonrisa en su rostro pensó en la posibilidad de vivir algo parecido a lo que ocurría en el vídeo de la gran canción que escuchaba en esos instantes y he nombrado en el primer párrafo.

Se imaginaba todos los detalles. Era todo tan típico, que para muchos podía llegar a ser algo desagradable, pero ella nunca había considerado malo lo típico, de hecho, siempre lo había considerado necesario y además, la brasileña, era una fiel amante de esas historias y clichés, típicos de una película, libro o serie y no podía disfrutar más mientras reproducía ese cortometraje hecho por sus ideas en apenas segundos sobre una apasionada historia romántica.

Sin duda alguna, supongo que estaremos de acuerdo la mayoría de nosotros en que lo peor de la imaginación, o por lo menos uno de sus mayores defectos, es que llega siempre un momento en el que volvemos a la realidad y nos golpeamos cruelmente. Esa, era la parte que la joven más odiaba, que tenía que terminar, que siempre hubiera algo que parara la historia creada por su consciente inconsciencia.

Claro, odiaba esa parte, si lo que sea que parara a su imaginación, no valía la pena, como la mayoría de las veces, pero oye, que no todas no valen la pena. Algunas si lo hacen.

Después de imaginarse varias situaciones distintas, decidió continuar con el dibujo que estaba realizando desde la madrugada anterior, el rostro de su madre, con una grandísima sonrisa pintada en sus labios. Sus trazos eran delicados y suaves y estaban realizando un trabajo excepcional. El talento que tenía entre sus manos la de dieciséis años, era increíble. Levantó su cabeza de su blog de dibujo porque por fin llegó su bebida y le sonrió al camarero agradeciéndole el servicio cuando este le sirvió el zumo. Cuando el empleado se fue y sus ojos recorrieron un breve caminó para volver a trabajar en el retrato de su madre, estos, se encontraron a mitad de ese camino, con otros que la miraban fijamente. Y a la altura de ellos, paró los suyos.

Se trataba de un chico castaño, sentado un par de mesas más adelante, bastante guapo, que la miraba sin reparo alguno, lleno de curiosidad por conocerla y un flamante interés que no dejó indiferente a nuestra castaña. Bia se quedó sorprendida e intentó, gracias a lo nerviosa que se puso, no mirarle, apartando bruscamente la mirada de sus ojos y mordiéndose el labio, para intentar enfocar su atención en eso, pero se le hizo imposible, la curiosidad por saber si él seguía mirándola o no era lo suficientemente fuerte como para que ella decidiera terminar perdiendo momentáneamente la vergüenza y observara para revisar si él la continuaba oteando.

Serendipia; BinuelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora