DIEZ. "putas personas. puta vida".

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— ¿De qué debe o tan solo puede tratar el primer capítulo? — cuestionó el español, tumbado en su cama, mirando al techo, en cuanto a su trabajo, algo perdido y falto de inspiración aquel día. Y eso, teniendo a su nueva y más reciente musa al lado.

— Averigüémoslo — respondió Bia, tumbada en el otro lado de la cama, junto a él, mirando también hacia arriba y posiblemente más perdida.

La habitación se mantuvo en silencio durante diez minutos después de eso. Ambos simplemente pensaban. Posibles temas, ideas o conceptos. Pequeñas cosas. Pero que no fueran obvios, esperados o pedazos sin mucho sentido. Que encajaran con ella, la temática del trabajo y lo que pensaba él de lo que la joven decía, como debía representar en ese proyecto.

Llegó un momento dado en el que Manuel entendió que el tema había estado frente a él durante toda la velada. Ya sabía sobre que podía escribir el debut en los capítulos de su novela. Era simplemente el justo.

Averiguar. Sobre eso iba a ir el primer capítulo, sobre averiguar.

Averiguar lo máximo posible acerca de lo máximo posible.

Empezó por algo sencillo, evidente y a la vez necesario. La penúltima cualidad se compensaba con la última.

— Personas... — musitó, mirando su mano, elevada, esperando a que Bia dijera algo que comenzara una intensa y entretenida conversación.

Esperando, por esa vez, bien.

— Putas personas... — dejó escapar aire entre sus labios Beatriz después de esas dos pequeñas palabras, acto seguido, formuló una pregunta en alto.

— ¿Te han dejado muchas personas? — él se giró, por primera vez en eternos minutos, hacia ella, y la miró fijamente. Le costó a la muchacha, pese a que era perfectamente consciente de que él justamente le estaba mirando, hacer lo mismo, pero finalmente lo hizo. Se dio la vuelta también y ambos hicieron un contacto visual directo entonces.

— Demasiadas. Pero supongo que siempre que se deja, es demasiado — repuso el joven, algo pensativo, sin poder evitar recordar lo solo que se sintió cuando su madre falleció.

Eso, no era tal vez de lo que hablaban exactamente, pero Manuel no podía evitar pensarlo. Era una de las cosas que más le había marcado y dolido. Una de las cosas que más le atormentaba. Como su madre le abandonó, dejándole en su mente con la idea de que él, fue el culpable de tal cosa. Aún recordaba la mano de su mamá, aquel último día que la vio. Fría, sin vida, entre las suyas, mojada por sus lágrimas, escuchando donde quisiera que ya estuviera gritos desesperados por parte de él, su hijo, su niño.

Cerró sus ojos con fuerza y Bia, al darse cuenta de ello, le acarició la mejilla. Como si fuera un pequeño pájaro herido, indefenso, perdido y solitario, caído en la acera de una ciudad. Y digo como si fuera, equivocándome. Porque lo era. Estaba claro que lo era. Y necesitaba que alguien le ayudara a seguir y a curarse. Que alguien le vendara el ala, le ofreciera su nido para quedarse por unos días y luego, le ayudara a volver a emprender el vuelo.

— La gente no te deja del todo si la sigues recordando, así que ¿Realmente te han dejado muchas personas? — mencionó ella, intentando que el nacido en San Sebastián volviera a pensarse mejor su respuesta y sobre todo, sin saber mucho de lo que pasaba en su mente, con la intención de reconfortarle.

Lo consiguió, no del todo y desde luego como sorpresa, pero algo lo consiguió. No había dicho ninguna novedad o cosa que el español nunca hubiera escuchado salir de la boca de sus amigos, pero es que, lo que cambiaba no era el contenido de la frase, lo que cambiaba era la voz que se lo estaba diciendo. Era la voz de Bia. La voz que hacía tanto tiempo había necesitado escuchar.

Serendipia; BinuelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora