OCHO. "diamante más caro".

311 34 15
                                    


Bajaron los dos de la moto y guardaron los cascos en el vehículo de Manuel. Bia fue la que comenzó a andar antes y empezó a guiar al español hacía su deseado destino.

Andaban por la verde hierba de las afueras de Buenos Aires, ciudad la cual, poseía un día que no era tan brillante como otros que habían hecho que sus ciudadanos se acostumbraran mal. El cielo estaba cubierto por unos grandes y oscuros nubarrones que avisaban de una cercana y grande tormenta. Además de ese clima, el silencio formaba su conversación, que no por ello era incómoda. Los dos pensaban en cosas distintas y lo mejor, dejaban que sus cerebros maquinaran y trabajaran con calma. Manuel y su curiosidad se preocupaban por el sitio a donde Bia deseaba llevarle y esta última nombrada, por mostrarle por primera vez a alguien más ese lugar.

— Suelo venir por aquí cuando quiero escapar un rato de los problemas. A veces, aún se escuchan desde aquí, pero otras... Otras parece que han desaparecido, aunque claro... Tan solo es una ilusión — le explicó ella, con sus manos despejando la vegetación de alta estatura, sin parar de andar, cada vez más ansiosa por llegar a ese lugar que era tan importante para ella.

— ¿Y ahora? ¿Se escuchan? — cuestionó Manuel, interesado en saber si tal vez él podía ayudar, aunque fuera en una pequeña medida, a que ella se olvidara de lo que sea que normalmente, o simplemente en esos instantes, torturara su cerebro.

Bia bajó su cabeza e intentó responder como si eso fuera un hecho menor, pero con ambos sabiendo, que era algo que tenía su importancia.

— Ahora no, ahora mismo si me he librado de ellos realmente — fue totalmente franca y él no pudo evitar ocultar la sonrisa que se formó en su rostro en ese instante. Porque ella se estaba librando de ellos en ese rato, pero no era la única. Él, también.

La compañía del otro, para cada uno, era como el alcohol que te hace olvidar. Un cigarro que te relaja y es adictivo. Algo que necesitaban, tal vez no de verdad, pero sí para ser mínimamente felices, y por ello, terminaba siendo una necesidad mortal.

Se situaron finalmente en el lugar al que la brasileña quería llegar a parar. Era un pequeño terreno, con la vegetación excesivamente descuidada, varios bancos de piedra puestos en distintos lugares, y lo que podríamos llamar un estanque, ahí, en medio, lleno de hierbas y suciedad, pero aún así aún visible. Lo más llamativo era sin duda una guitarra que parecía funcionar como una maceta, pues tenía en su interior y también en algunas partes de su exterior plantas y flores. Estaba hecha con una madera clara y delicada, y era bastante grande. Se encontraba apoyada en una piedra grande, pues también las había en ese pequeño paisaje.

Era un conjunto de cosas extrañas, que no tenían mucho que veré y terminaban siendo una mezcla muy bella.

— ¿Cómo te topaste con este sitio? — le preguntó Manuel a Bia, observando todo atentamente y con sorpresa. Era realmente bonito y agradable, pero sobre todo, muy relajante.

— Solía traerme mi hermana cuando era pequeña — respondió la chica, cerrando sus ojos y disfrutando del viento que golpeaba con dulzura su cara.

Manuel, supo por cómo lo dijo, que no debía, o por lo menos no era el momento, de preguntar más. Si habían ido ahí a no recordar, no era él quien le refrescaría la parte de su memoria que guardaba el dolor. Definitivamente no.

Se quedó mirando a la castaña, mientras ella abría sus brazos, miraba hacia el cielo, hacía los lados, hacía él... Hacía todos los sitios posibles. Y se sintió demasiado bien al verla así. Al verla sentirse tan libre, tan tranquila, tan alegre... Al verla tan ella. Simplemente al sentirse tan, tan. Muy tan. Un buen grande tan de cosas positivas. Rió inevitablemente al verla así, tan contenta, parecía estar en casa.

Serendipia; BinuelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora