SEIS. "una excusa".

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Mi habitación ya no es negra, no como mi vida, pensó Manuel, mientras miraba el resultado de varias horas de trabajo, afirmando con su cabeza y bastante satisfecho. Tenía los ojos de la chica que había decidido perder el tiempo aquella tarde con él, fijos sobre todos sus movimientos y gestos. Su mirada y tiempo, le pertenecían en esos instantes, no cabía duda de ello.

— Bueno, pues creo que nos ha quedado bien, eh — eran las diez menos cuarto de la noche de uno de los mejores sábados que Manuel recordaba haber vivido en Buenos Aires y no se esforzaba por disimularlo.

Su felicidad era innegable y su sonrisa casi tan grave como una enfermedad mortal. Sí, era demasiado desmesurada y preocupante. Rompedora. Incluso tal vez, y digo tal vez, por miedo a asegurarlo, era un síntoma de la más común de las enfermedades mortales.

El amor.

Había estado toda una tarde pintado su cuarto mientras conocía más a Bia. Sus gustos, sus aficiones, sus aspiraciones... Y así, solo había quedado más prendado de ella. Era una chica evidentemente enamorada de la pintura, amante en sus ratos libres de las letras, de dieciséis años, que aborrecía, como es normal, el instituto y amaba aprender por su cuenta. La independencia, audacia y lealtad, definitivamente, por su manera de hablar y valores mencionados, la describían a la perfección. También adoraba la música. Tocaba el ukelele y no podía vivir sin escucharla, eso sí, no cantaba. Y esto último, intrigaba muchísimo a Manuel, pues cuando salió ese aspecto en su conversación, fue obvio que la brasileña se puso realmente emocional e incómoda.

El español no dudaba de que si antes quería volver a verla, ahora realmente lo necesitaba. Lo anhelaba. Solo esperaba y rezaba, por que no se hubiera equivocado al actuar como estaba actuando. Dándose demasiada cuenta, y a la vez ninguna, había, en apenas un día, empezado a desarrollar unos sentimientos que había experimentado ya y eran unos viejos amigos, por esa chica.

Sabía que no había pasado casi tiempo, pero Manuel se conocía. Había convivido con él mismo diecinueve años. Y sabía cómo iba a terminar por su parte esa historia. O como quería que terminara en esos mismos instantes.

El siguiente paso, era descubrir que quería la otra parte escribir en el siguiente capítulo.

Al quedarse tan pensativo, la concentración no fue justamente su acompañante y el de Madrid, casi pinta sobre la superficie azul que acababan de terminar, con el color blanco que usaron para maquillar las paredes antes de darles el color definitivo encima. Para el colmo, tuvo que ser Bia la que le dijera que habían llamado a la puerta varías veces.

Otro síntoma. La poca concentración y el amor, suelen ir de la mano, que le vamos a hacer.

Manuel salió de su cuarto, se lavó las manos y fue a abrir esperándose ya quienes podían ser. Y estando en lo cierto.

— Hola, primo — saludó Alex, junto a Víctor que sin siquiera saludar, repuso, con una expresión divertida: — Madre mía pero que cuadro, pensaba que no ibas a pintar de verdad — negando con su cabeza y con una pequeña sonrisa el mayor pasó al piso seguido por su hermano pequeño y se escuchó en la habitación del español el ruido de una brocha caer al suelo.

Los recién llegados se giraron de golpe y a la vez hacía Manuel, que con una mueca, negó con su cabeza e intentó explicarse antes de que ellos le pidieran toda la información posible.

— He estado pintando con Bia, la chica que conocí ayer. Quedaros aquí o salid un poco, pero no molestéis por favor, ya os contaré, os lo prometo — se miraron ambos, con sorpresa y sus bocas entreabiertas. Manuel no supo descifrar que querían o se estaban diciendo. Parecían estar muy asombrados y solo entender la razón ambos.

Serendipia; BinuelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora