ONCE. "que era".

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— ¿Os conocéis? — fue lo primero que pudo preguntar el español a su primo y a su no sé, los cuales estaban ahí; de pie, plantados, por poco no literalmente, en el suelo, mirándose con la sorpresa siendo protagonista en sus caras acompañada de nostalgia y tristeza como secundarias. Era algo obvio, supongo que es lo que piensas en cuanto a su pregunta, sí, pero es que él no se veía capaz de preguntar de dónde, porque parecía tan horrible que prefería vivir, aunque fueran tan solo un par de segundos más, en la ignorancia.

— Es... Es... — Bia comenzó a tartamudear mientras intentaba completar la frase. Fue incapaz de responder correctamente a la cuestión así que el más mayor de los tres decidió justificar un mínimo de lo que estaba ocurriendo en esos instantes.

Porque todo... Todo era siempre mucho. Pero ese era uno de esos casos, en los que era una no cantidad, muy grande. Enorme. Inaccesible. Invencible. Y también, inamovible.

— Primo, es la hermana de Helena, Bia — solo hicieron falta esas seis palabras, que incluían dos grandes y conocidos para todos nombres, y sus ojos con un aire crítico, para hacer que su primo entendiera prácticamente todo. Tal vez no de la misma manera que ella o digamos, con su misma vehemencia, pero sí con la que debía.

Bia.

Helena.

Urquiza.

Helena Urquiza.

Bia.

"Hermana".

Bia Urquiza.

Urquiza.

"Los Urquiza destrozaron a nuestra familia y su hija mató a nuestro pequeño Lucas ¿Qué quieres que diga? ¡Es la verdad, Víctor!" recordó el de diecinueve años una de las frases que había oído salir de la boca de su tía semanas atrás, en una de las más tensas y angustiantes conversaciones que nunca había oído a nadie tener.

El "primo" que Víctor dijo al principio de la frase no fue simple casualidad. Oh, no. Víctor sabía como llevar las situaciones y cuando tocaban las casualidades. Aquel no era el momento, desde luego que no.

Alex era el que solía llamarle continuamente primo a Manuel, y pese a la falta de costumbre y gusto por ello, el argentino lo utilizó. Lo usó para dejarles de una manera, menos directa de la que podría haber sido si no, algo que debían tener en cuenta.

Él era un Gutiérrez y ella, una Urquiza.

En esos tiempos que corrían, juntar esos dos apellidos era todo un riesgo a ser encarcelado por tu más cercano e importante entorno. Por tu propia familia.

No era Víctor quien les condenaba, pero sí el que les advertía, porque por desgracia, conocía bien a las malas lenguas. Y las malas lenguas eran profesionales en criticar lo que no les gustaba, como una nueva pareja, mejor dicho, una y otra más, entre esos dos apellidos.

— Así que tú eres un Gutiérrez — susurró ella, horrorizada prácticamente, con su boca abierta, en la cual sus labios temblaban ligeramente y con sus ojos cristalizados.

Se miraron directamente sin disimular su espanto. Estaban llenos de lástima y de asombro. No podían creérselo y a la vez, se lo creían demasiado.

— Y tú una Urquiza — musitó él, tragando acto seguido saliva, mientras trataba de recordar todas las cenas familiares en las que con tan solo decir el nombre de la hermana de Bia, Helena, el ambiente se tornaba repentinamente serio y tirante. Desagradable y preparado para observar una resistente y por desgracia sincera discusión.

Serendipia; BinuelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora