Prólogo

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Echando la vista atrás, la mía no fue una infancia particularmente traumática; crecí en una familia cristiana con dos padres que se querían, o por lo menos soportaban estar en la misma habitación la mayor parte de las veces, y una hermana mayor cuyos rasgos más característicos eran aquellos de los que yo carecía. Pero aquello no era una competencia; de haberlo sido, ambas habríamos sido pésimas jugadoras, pues crecimos sin que la envidia y el odio plantaran sus caprichosas raíces en nuestra tierra. 

Podría decirse que la mía era un ejemplo del tipo de familia que uno aspira a formar cuando aquella en la que ha nacido se le queda pequeña. Quizá porque no había nada que saliera de lo ordinario, o quizá debido al tiempo que me tomó darme cuenta de lo contrario, siempre me he encontrado a mí misma queriendo más. Más excursiones familiares, más atención, más dinero. En definitiva, MÁS, porque nunca nada era suficiente.

Quizás fue por todas las experiencias que no viví durante mi infancia y adolescencia; pero de las que más tarde en mi vida, a medida que iba dejando atrás el peso de mi timidez, me volví adicta. Tenía un apetito insaciable por esas sensaciones de las que yo misma me había privado.

O quizá había un gen común a todos los adictos y yo había nacido con él, convirtiéndome en una víctima del azar cuyo destino estaba escrito desde antes de nacer; y por lo tanto no había sentido alguno en torturarse pensando en lo que hubiera pasado si mis decisiones hubieran sido diferentes, pues todos los caminos me habrían llevado a este mismo punto. Esta era la respuesta favorita a todos mis problemas porque me dejaba la conciencia lo suficientemente tranquila para dormir por las noches. Y seguir jodiendo todo durante el día. Quizá ese era el problema.

O quizá fue que nunca creí que esta opción fuera más que una excusa que me decía a mí misma para seguir por el mismo camino. Y funcionaba durante unas horas, hasta que se pasaba el subidón y no había droga en el mundo que me impidiera odiarme a mí misma por mi falta de voluntad.

Quizá era porque pensaba las cosas demasiado.

O quizá por lo contrario.

Quizá porque quería sentir más.

O quizá porque no quería sentir nada.

Quizá…

The Missing PieceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora