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"It's just another sunrise

On another day

It's just another rainbow

Well they're all the same

Let me guess a sunset

Followed by the moon

I think I'm ready for something new."

(Something New by Tom Fletcher.)

18 días. 

Hoy hace 18 días desde que ingresé en este centro. 18 días desde que vendí mi libertad al mejor postor a cambio de una promesa de rehabilitación en la que no creo. 

432 horas de las cuales he sentido el paso de cada jodido segundo como una aguja en el pecho que se hunde progresivamente con cada latido.

El día que ingresé tenía tal mezcla de drogas en mi cuerpo que los recuerdos se aparecen como imágenes borrosas y sonidos lejanos, como cuando sumerges la cabeza en el agua y escuchas a alguien hablando en la superficie.

Una de las normas principales de estos sitios es que tienes que ingresar por cuenta propia, nadie te puede forzar a hacerlo. Y en mi caso esto tiene parte de verdadero.  Sí, me registré yo misma, pero solo porque no me creía capaz de soportar más charlas e intervenciones familiares centradas en mi adicción y en lo preocupados que todos estaban por mí. Sí, repetí hasta la saciedad que quería mejorar y dejar atrás esta etapa, pero solo porque era lo que todos querían escuchar. Y sí, horas antes de ingresar tomé todas las drogas que me quedaban y todas las que pude comprar en la calle, sin preocuparme por la excesiva cantidad o la mezcla tóxica, pero solo porque sabía que iba a pasar los dos meses siguientes de mi vida encerrada en este infierno.

Y aún no sé cómo sobreviví. Ni si era mi intención hacerlo.

La desintoxicación me llevó toda la primera semana, y aunque había leído que está es especialmente dura cuando se trata de cocaína, eso fue antes de experimentarlo en primera persona. Dura no le hace justicia, ninguna palabra lo hace. 

Los primeros días fui incapaz de levantarme o de mantener los ojos abiertos por más de cinco segundos sin sentir como la luz, incluso con las persianas cerradas, me abrasaba los ojos. Cerrarlos tampoco solucionaba mucho y dormir no era una opción cuando al hacerlo tenía pesadillas tan intensas y reales como el dolor que invadía cada parte de mi cuerpo, partes que hasta entonces no sabía que podían doler. Comer estaba también totalmente fuera de mi alcance, el solo hecho de pensar en ello me inducía al vómito. Y es curioso como a pesar de tener el estómago vacío, esto nunca impidió que pasara horas y horas vomitando. El agua no ayudaba a quitarme el mal sabor de boca ni tampoco hacía que mi lengua recuperara su estado natural y dejara de parecer una lija raspando contra mi garganta y paladar. 

Las drogas, el alcohol y la falta de apetito me habían dejado en un peso muy por debajo de lo saludable, y podía sentir como todos y cada uno de mis huesos, sobresaliendo de manera grotesca, se clavaban en el colchón a través del fino camisón que llevaba.

El propio sonido de mi respiración me parecía tan alto y desagradable que me pitaban los oídos y me producía migrañas

El frío húmedo e intenso era otra sensación de la que no me podía deshacer. No importaba cuántas mantas utilizara para arroparme porque éste se me había metido en el cuerpo y no pensaba irse. Y aunque estas mismas mantas al estar tan ajustadas me inmovilizaran casi completamente, ayudando a reducir los escalofríos y tiritonas, en cuestión de minutos, el constante sudor, también frío, las empapaba. Por lo que tenía que tirarlas al suelo, solo para que segundos después los temblores volvieran a aparecer y tuviera que volver a cogerlas. Y así de manera sucesiva.

El cuarto día me levanté con ayuda de dos enfermeras y andé hasta la puerta de mi habitación y de vuelta a la cama. Apenas 10 metros en 10 minutos y ya estaba sudando, con los músculos agarrotados y el corazón palpitando rápidamente. 

Pero este proceso tenía algo bueno, y es que tenía tanto dolor y tan poca energía que no podía pensar en nada. Y no pensar era bueno.

Sin embargo, reviviría este infierno una y mil veces con tal de no acabar dónde estoy ahora. El momento en el que las drogas están fuera de tu sistema, así como tus ganas de vivir sin ellas; cuando la apatía sustituye al dolor físico y te encuentras a ti misma ahogándote en el vasto océano de la desidia. El momento crucial en el que pagarías lo que fuera por volver a sentir alegría, dolor, desesperación, tristeza; cualquier cosa en realidad, porque la indolencia te consume por dentro y te das cuenta de que, a pesar de haber sobrevivido, estás muerta por dentro.

Y la única opción que se te ocurre para volver a sentirte viva es precisamente aquella que te acabará matando… con la esperanza de que estando al borde de la muerte dejes de sentirte anestesiada.

The Missing PieceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora