Astrid

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Héctor acompañó a Liani y luego se dirigió a su propia casa. La estructura desentonaba mucho pero los mortales la veían diferente a lo que era en realidad gracias a la magia de la diosa Atenea. Era un edificio de techo alto, de dos plantas con techo a dos aguas y una galería exterior con una columnata de estilo corintio. La puerta principal daba al patio, circundado por otra columnata esta vez dórica. El patio era empedrado y tenía una fuente al medio. Detrás del patio había dos dormitorios: El de Héctor y el de Astrid pero desde que el chico era pequeño dormían en la misma habitación. Estaba orientada de norte a sur. El ala este de la casa era la estancia y el almacén y el ala oeste era la cocina y dos baños. La planta alta contenía el dormitorio principal (que ocupaban los padres del muchacho cuando iban), dos baños (uno al este y uno al oeste) de mayor tamaño y un almacén que ocupaba la mitad norte del piso.
Cuando cruzó la puerta y la cerró, caminó rumbo a su habitación para dejar la mochila. Cuando iba saliendo, se encontró ante Astrid que lo abrazó tiernamente. Él le devolvió el abrazo y le dio un beso en la mejilla.

-¡Cómo estás? ¡Te extrañé!

-Yo también te extrañé Astrid.

-¿Tienes hambre?

-Quería cocinarte yo esta vez.

-Tentadora oferta...está bien, te dejaré. Te haré compañía.

-por favor.

-Y cuénteme chef, ¿Qué hay de almorzar para el día de hoy?- Héctor se estaba lavando las manos en la bacha y Astrid se sentó encima de esta junto al lavadero.

-Para empezar, haremos el pan. Me gustaría que mi bella asistente me alcanzara el harina en lo que yo preparo el resto de los elementos.- la mujer sonrió y se dirigió a una de las alacenas. Astrid era un poco más baja que Héctor, llevaba el largo cabello rubio platinado recogido en una trenza. Su piel era blanca y tersa. Emanaba una luminosidad plateada y sus ojos eran de un azul eléctrico. Era muy delgada y parecía apenas mayor que el muchacho, sin embargo, era bastante longeva. Llevaba puestos unos jeans, una camiseta de mangas cortas y unas sandalias marrones de estilo obviamente inglés...¿Mal chiste? sí, eran sandalias griegas, no me hagan caso que yo solo me entiendo.

-Tome usted señor chef.

-Gracias.- amasó y cubrió el producto de su trabajo con un mantel.-Ahora haremos dolmadakia. Tenemos la suerte de tener el relleno ya preparado y las hojas de parra separadas.

-Ah, así que ya habías planeado esto. Usted es diabólico.

-Me debo a mi ingenio.

-Touché, hijo de Atenea.

-Bien. Le pediré, bella asistente, que me alcance un plato.

-En seguida chef.- Mientras Héctor preparaba el dolmadakia (niños envueltos hechos con hojas de parra, carne molida y arroz), Astrid lo miraba sentada sobre la mesa junto a él.

-Astrid, ¿Vamos a hacer algo a la tarde?

-Quería enseñarte arquería.

-No me voy a negar- respondió él sonriendo. Le encantaba la idea.

-Tengo que contarte algo después Héctor.- le dijo su madrina en tono serio.

-Bueno. ¿Hay algún problema?

-No todavía pero pasa algo...allá arriba me refiero.

-Oh...

-Sí...pero no te preocupes. Dígame, ¿Qué hay de plato principal?

-Me alegra que me pregunte. Hoy voy a hacer la especialidad de la casa: Mousakás.

-¿En serio? ¡Genial! Hace décadas no como Mousakás.

Hijo de AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora