El Gran Concejo

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-Héctor, ¿Vamos?

-Sí, Pau. Vamos.- Paula vivía a tres cuadras del colegio en un sexto piso. Llegaron y los recibió el portero del edificio. Subieron por las escaleras los seis pisos y entraron en el departamento.

-Hola paulita, hola Héctor, ¿Cómo les fue?

-Buen día señora, Creo que bien.

-Hola ma, sí, bien supongo.

-¿Cómo que "creo", "supongo"?- los amigos se miraron y le dedicaron la misma sonrisa cómplice a la madre de la chica.

Hicieron la tarea que les habían dado (quejándose obviamente porque era recién el segundo día de clases) y se pusieron a hablar sobre lo ocurrido en el Olimpo.

-¿Vos qué pensás que pasó?

-Si te soy sincero, creo que fue Ares. Es el único que veo capaz pero...qué sé yo. ¿Vos?

-La verdad que no sé. Por mi, diría que Dioniso tiene algo que ver. Yo digo que él y Ares son re amiwis y por eso atacó a Apolo así de gratis sin dar argumentos.

-También lo pensé pero Dioniso es más inteligente que esto. No creo que cayera tan bajo solo por armar bardo.

-O a lo mejor él no quería bardo.

-Che, se me ocurrió que quizás y a lo mejor, Dioniso quería hacerle una broma a alguien, tipo, darle una lección.

-Una lección malévola decís

-Claro, no es bardo por bardo. Es bardo con un sentido. A lo mejor el que lo hizo, dejando de lado los nombres, lo hizo para desencadenar la guerra y no es pura coincidencia.

-Tiene mucho sentido porque así los semidioses y otras criaturas tienen que ponerse sí o sí del lado de uno o del otro.

-Obvio, sino mirá lo que pasó en el colegio que parece una guerra entre los semidioses del lado de Atenea y los del lado de Ares.

-Sí pero la verdad...no tengo idea de qué vamos a hacer. Sos el único hijo de Atenea que va al colegio

-Soy en este momento el único hijo de Atenea, convengamos

-De tu edad sí.

-No cuentan las personas de tercera y cuarta edad

-Ah ya. Entonces sí sos el único.

-Che Pau, ya son las tres y cuarto. Me tengo que ir.

-¿Te acompaño a la parada?

-No no. Voy caminando, no en colectivo. Necesito moverme

-Okey, dale. Chau nene, cuidate.

-Vos también Pau. Chau.- Héctor le dio un beso en la mejilla y un abrazo a su amiga, y se fue; no sin antes despedirse de la madre de Paula.
Abandonó el centro y se adentró en una zona más tranquila de la ciudad. Caminó hasta el puente y tras cruzarlo, notó que había alguien tras él. Actuó con naturalidad y siguió adelante.

-Hoy es un buen día, ¿No?- el hombre que lo seguía le puso la mano en el hombro y le habló. Iba vestido con ropa de ejercicio: una musculosa, unos shorts y zapatillas con suspensión. Era alto y esbelto, como un atleta olímpico (Nunca mejor dicho)

-Supongo, sí. Hay mucho sol.

-Creo que estarías teniendo una idea de quién soy.

-Sí, la verdad que sí. Desde que salí de la casa de Paula. Me parecía que me era familiar. Usted es Hermes. Está igual que cuando nos conocimos hace unos años.

-Touché hijo de Atenea.

-He escuchado esa frase demasiado últimamente.

-uh, lo siento.

-Nah, no importa. Me gusta oírla.

-Me agrada oír eso pues- el dios le dedicó una sonrisa.

-¿Por qué me buscaba?

-Pues, tengo un mensaje para ti.

-Uhhh, noticias de los dioses...interesante.

-Me gusta tu condescendencia. No eres arrogante pero sí algo reticente...me agradas.

-Gracias señor, es un honor.

-No me trates de señor, me siento viejo...no digas nada.- Héctor reprimió una sonrisa. -Bien, el caso es: se celebrará el Gran Concejo el día del equinoccio de otoño.

-...Ajá...¿Y?

-¿Cómo Y? Los semidioses deben asistir. Todos. Bah...todos los que tengan más de once años.

-Ahhhhh...¿Y?- Hermes rió.

-Es de suma importancia que tú asistas. Por estatus, no sé si me explico.

-Y...la verdad que no.

-Por el hecho de ser hijo de Atenea y Hernesto, y por añadidura, un futuro ascendido, tendrás facultades. Los mestizos menores de quince solo pueden votar. Tú puedes participar de la asamblea.

-Ahora hablamos en serio. Bien, me prepararé.

-Hay dos indicaciones: La primera es que tienes que debes ir con tu guardiana

-No iría a ningún lugar sin Astrid.

-Excelente.

-¿La segunda?

-Debes ir ataviado con toga o con armadura y obviamente las armas. Tienes que portar tu insignia y un distintivo...Atenea se encargará.

-Genial entonces.

-¡Ah! casi lo olvido. Luego de la sesión habrá un banquete y juegos.

-Uf...bueno, voy a prepararme para todo.

-Me encanta escuchar eso. Alguien debe bajarle los humos a Ares...y a Dioniso.- el dios estaba algo frustrado.

-No se preocupe. Nos encargaremos.

-Alegras mi divino corazón. Pues bien, sigue tu camino muchacho. Nos vemos.

-Adiós.- Héctor parpadeó y Hermes ya no estaba. Siguió andando hasta que por fin vio la alta techumbre de su casa de mármol blanco.

-Hola Héctor- Astrid venía del otro lado de la calle sonriendo. -¿Cómo estás?

-Bien. Y mejor ahora que te veo- se abrazaron y entraron a la casa.

-¿Cómo te fue?

-Bien. Hicimos la tarea con Paula.

-¿Tarea? ¿Ya?

-¡Sí! No lo podía creer pero bue, fue. Caminando para acá me encontró Hermes. Me habló del Gran Concejo.

-¿En serio? Eso fue rápido. ¿Qué te dijo?

-Que puedo participar y que tenés que venir conmigo.- los ojos de la ascendida se iluminaron.

-¿Yo?

-Sí, vos. Al parecer mi participación es muy cotizada por los Olímpicos.

-Señor importante, espero tenga tiempo para mi.- el chico la alzó y la sentó sobre la mesa de la cocina. -Apa.

-Nunca pensés que me puedo olvidar de vos.- se abrazaron.

-Bueno, me voy a bañar y después practicamos arquería.

-Yo me voy a bañar también.

-Uy Héctor...- dijo Astrid coqueta.

-No te pases che.- el muchacho se puso rojo.

-¡Jaja! ¡te gané!

-Sí, sí, sí. Bien jugado Astrid, bien jugado. Después de tirar un poco al blanco, quiero practicar duelo.

-Estás malo hoy...Bien, desafío aceptado. No me ganarás como la última vez.

-Ya veremos dijo el ciego.

-Sí, ya veremos.

Hijo de AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora