Miré hacia abajo. El fuerte oleaje batía contra el muro de piedra sin descanso, y no parecía que fuese a parar. Porque esa era su arma secreta: la perseverancia. En décadas, siglos, incluso milenios, el mar acabaría rompiendo la roca. Pero por ahora sólo golpeaba, una y otra vez, la pared natural que tenía enfrente. Quizás al fin y al cabo me parezca al mar: yo también sé cómo funciona el tiempo, al contrario que muchas otras personas. El tiempo es una escalera: cada peldaño que asciendes, desaparece, y si dejas de moverte, caes al vacío. Por eso, siempre hay que tratar de moverse a un ritmo constante. Sin andar muy rápido ni vivir en el pasado. Es aquí donde está el dilema: la gente normalmente se centra en mantener dicho ritmo, pero olvidan que hay más cosas además de la escalera. Luego, evidentemente, cuando llegan al final de ésta se preguntan cómo pudo pasar tan rápido.
Por esa razón hay que ser consciente de que no es efímero el tiempo, sino nuestra capacidad para aprovecharlo.