Capítulo 4

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Me revuelvo en mi cama en medio de la noche aun sin poder dormir. Aún sigo sin poder recobrar el sueño después de esa pesadilla.

No fue una pesadilla en realidad. Es un recuerdo. Un maldito recuerdo que me persigue todas las noches.

No me gusta revivir cada noche ese sentimiento de terror. No me gusta revivir cada noche la tristeza de mi madre. Y detesto ver la cara del hombre que se hacía llamar mi padre.

Me levanto derrotado.

Puedo vencer a cualquier persona que se me ponga en frente pero nunca podré vencer al recuerdo de mi niñez.

Son las cuatro de la mañana. ¿Qué puedo hacer a las cuatro de la mañana? No hay nada que pueda hacer. El gimnasio abre a las seis de la mañana y no tengo nada aquí en la casa. Tal vez pueda correr un poco y cuando regrese aquí como un rápido desayuno y luego puedo ir al billar. Bueno, eso suena bien.

Comienzo a hacer mi rutina (que normalmente hago dos horas más tarde). Levanto mi ropa y hago mi cama. Me visto con ropa deportiva gris oscura y salgo de la casa corriendo. Y doy unas cuantas vueltas al vecindario corriendo.

El vecindario es lúgubre y me trae malos recuerdos; de cuando era un niño y vivía exactamente en la misma casa con mi abuela. La diferencia es que esa anciana ya ha muerto y yo pude quedarme con la casa. Claro que la he remodelado y la he hecho mi “departamento de soltero” por decirlo así, aunque nunca he llevado a ninguna mujer. No es algo que haga pues mi casa es un lugar muy íntimo y muy mío que solo Winnie y yo conocemos.

Paro de golpe justo cuando una imagen de esa chica aparece en mi cabeza. Esa chica con ese nombre tan hermoso y un par de ojos tan comunes pero a la misma vez bellísimos. ¿Sería capaz de llevarla a mi casa?

¿Pero que estoy pensando? ¿Por qué demonios no puedo sacármela de la cabeza? ¡Idiota! ¡Eso es lo que soy! ¡Soy un reverendo idiota!

*******

El agua caliente siempre me relaja después de hacer mi rutina de ejercicios y esta vez no es la excepción.  

Me recuesto semidesnudo sobre mi cama y cierro los ojos y espero a que esa sensación relajante no se esfume como siempre. No oigo más que silencio y me reconforta. Una gélida brisa entra por la ventana y roza mi piel y provoca que se me ericen los vellos del cuerpo y mi piel se pone de gallina. Sin embargo no me muevo, me gusta sentir el viento.

El hambre me ataca interrumpiendo mi pequeño momento de paz y mi estómago ruge. Me pongo de pie y voy la cocina a cocinar algo para alimentarme.

Ese es uno de los pocos recuerdos felices de mi infancia.

Mi madre me enseñó desde muy pequeño a cocinar y le agarre gusto a hacerlo. Me gustaba ayudarla en todo lo que podía, en asear la casa y ayudarle a desenredarle su cabello cuando salía de bañarse. Esos pequeños detalles que de vez en cuando hacían que le saltara una que otra sonrisa. Esas sonrisas son las que aun guardo en mi corazón… Si es que aún tengo algo que pueda llamarse corazón.

Cocino algo sencillo; solo pasta y un guisado de carne. Aunque me tardo un poco y me impaciento por no tener comida en la boca logro hacer algo digno de comer.

Odio admitirlo pero tengo que hacerlo. Creo que lo único bueno que heredé de mi padre y su sangre italiana fue el don de la comida. O por lo menos eso creo, nadie más que yo ha probado mi cocina y me gusta así.  No quiero que me juzguen, para mí es más que suficiente.

*******

Winnie no ha hecho más que joder.

No quiero subir de nuevo a pelear. Tuve una pelea hace unos cuantos días y estoy bien. Además tengo más cosas que hacer y no necesito del dinero. Tengo que terminar un trabajo para el estudio de tatuajes, tengo que acabar de hacer unas cuentas que no tardo demasiado.

Suena estúpido que un chico de veintiuno se gradúe apenas del bachillerato. Y lo es pero abandoné la escuela por un tiempo por todas las jodidas cosas que me pasaron. Y creo que la mejor elección que tuve hasta ahora fue regresar a la escuela. De otra manera no hubiera podido encontrar este trabajo. Las posibilidades de tener una buena vida aumentan más si acabas el bachiller. A veces me imagino lo que hubiera pasado si no me hubiera pasado toda esa mierda. Me gusta pensar que podría estar en la universidad estudiando derecho o medicina. En cualquier lugar fuera de esta horrible ciudad. Pero mi realidad es otra y no podré salir de aquí nunca. Muchas veces he querido encontrar una razón por todo eso pero no la encuentro. Trato de encontrar a algún culpable pero no lo hago y por alguna razón siempre termino culpándome a mí.

-¡Civatti! –El último grito de Winnie hace que me saque de mi ensimismamiento.

-¿Qué quieres? –Sueno irritado.

-¿Vas a subir o no?

-No. No quiero pelear.

-Entonces, hazme un favor.

-Aja.

-Consigue una bujía para el Chevy.

-¿Dónde?

-Con Harry.

-Sabes que no le agrado a ese viejo.

-A nadie le agradas.

-Cierto. Es porque piensan que soy un criminal.

-Pero no lo eres, anda y ve.

-¿Ahora?

-Sí.

-Es tarde y está a punto de llover.

-Pues me la das mañana y listo. –Ruedo los ojos.

-Está bien.

Me pongo de pie y Winnie me ofrece un billete de cien pero yo niego con la cabeza y salgo del pub. Me paso la gorra de la sudadera por encima de la cabeza ya que algunas gotillas comienzan a caer al suelo y camino hasta el depósito del viejo Harry.

Al llegar me asomo a su “oficina” que más bien es un cubículo con techo hecho de madera comprimida ya hinchada por las lluvias. Me acerco a la puerta y toco dos veces con el puño cerrado y espero a que el viejo salga. Al salir su ceño se frunce y su bigote se mueve con sus facciones.

-¿Qué quieres?

-Winnie me mandó.

-¿A qué? –Se agarra de la puerta con firmeza y se inclina para poder hacerse más grande. Aunque esta un escalón arriba de mi yo soy aún más alto que él.

-Por una bujía para el Chevy.

-¿Es el que usan para las carreras?

-Así es.

-Dile que no, me debe mucho dinero. –Tira de la puerta para cerrarla pero yo interpongo mi mano rápidamente impidiendo que cierre.

-La pago yo.

-Voy a creer que tienes dinero.

-Lo tengo. –El pequeño hombre niega con la cabeza. Comienzo a impacientarme. Con la mano libre saco de mi bolsillo un billete de veinte y dos de cien. El hombre examina el dinero y suelta la puerta, entra de nuevo a su pequeño cubículo y sale de nuevo con una caja. Estira la mano para tomar los billetes pero yo la retiro antes. –Primero dime el precio.

-Setenta. –Le doy el billete y me da el cambio. Guardo la caja en el bolsillo y le agradezco y me largo de allí.

La lluvia es constante y se hace sonar pero aun no es demasiado fuerte. Camino de regreso al pub para ir por mi camioneta y cruzo por una calle, justo detrás de una parada de autobús. Me detengo un poco para examinar a una muchacha que se encuentra sentada de espaldas a mí. Su ropa no combina demasiado y no llama la atención. Y su cabello castaño cae a sus espaldas haciendo pequeñas onditas. Su ropa está salpicada por el agua de lluvia. Y entonces la reconozco…

Christina.

Corazón oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora