Capítulo 3

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Cuando el segundo día de la semana inició; martes, Melkor se dirigió al oeste

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Cuando el segundo día de la semana inició; martes, Melkor se dirigió al oeste. Su viaje duró poco tiempo, después de todo, era un Vala y podía viajar el doble de rápido que los primeros nacidos, los cuales aún tenían ansiosos a casi todos los poderes de la Tierra Media.

Su vuelo fue cómodo siendo un murciélago, más aún cada que recordaba la cara que puso su joven hermano después de haberlo molestado e infundido inseguridad. Soltó una larga y fingida carcajada, eso si como murciélago puede reír. Y pronto vislumbró las tierras de los Fëanturi.

Estuvo revisando el perímetro por un tiempo considerable y al no ver indicios de vida en las tierras de Mandos, las puertas cerradas y todo en completo silencio, llevó su malévola mirada a los jardines de Lórien y en picada, tras haber tomado una forma humana, se dejó caer en dirección a ellos. Su aterrizaje fue perfecto, diez de diez a su juicio, pues había hecho un gran boquete en tan hermosa tierra.

—Una perfecta entrada... —dijo Melkor sacudiéndose la tierra que se le pudo haber colado hasta los hombros.

Con una leve sonrisa y el ceño un poco fruncido, llevó su mirada en todas direcciones y nada más verse cubierto por la incomparable belleza del lugar, le hizo sentir un fuerte rechazo por el señor de esas tierras. Se había adentrado en un enorme y perfecto bosque, con el cielo azul pese a ser de día, dando un toque somnoliento pero hermoso. Los animales, de todos tamaños y especies, ya conocidos y algunos sin conocer, se paseaban por el lugar, ignorando al mismo enemigo de toda la Tierra Media.

Sí fuera por él, con sólo soplar una vez, haría arder todo el sitio. Se jactaría de ver huir a todos los animales y disfrutaría sin fin, las lágrimas no sólo de Niena, sino también de Irmo. Ah, sin duda, aquella era una buena imagen, pero no podía hacer semejante cosa si es que quería conservar su libertad.

De repente un sentimiento de decepción lo invadió, se sintió atado de manos por no poder cumplir sus deseos. Sin embargo, le consoló la idea de que pronto volvería a las andadas de hace un tiempo y que esta vez, regresaría con todo; no perdonaría la vida de nadie, y sobre todo, esclavizaría a los primeros nacidos.

Era un circo de ideas lo que vivía dentro de Melkor mientras comenzaba a andar; deseaba ser más que su hermano, tener un lugar propio y, sobre todo, esclavos, muchos y muchos esclavos. Pero aun así teniendo todo lo anterior, había algo que era fundamental, algo por lo que aún mantenía su libertad, y eso era la ayuda de Mairon; desde el primer momento en que lo vio en las fraguas notó lo perfecto que era y lo bien que le vendría a su ambición tenerlo de su lado.

Una expresión totalmente aterradora se implantó en el rostro de Melkor, había comenzado a soñar despierto y por tanto, no pudo percatarse del hombre que estaba a unos metros de él, arrodillado y sollozando. El azabache detuvo sus pasos y bajó con curiosidad su mirada.

Ahora bien, se encontró con un joven de complexión bastante delgada y de tez pálida. Cuando esta persona le plantó cara, pudo Melkor percibir que era nada más y nada menos que Irmo, quien estaba llorando a mares arrodillado frente a una pequeña flor. Irmo era el Vala señor de las tierras más hermosas en todo Valinor, y como todo se parece a su dueño, Melkor no le tenía demasiado aprecio.

Las cinco fechorías de Melkor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora