Capítulo 4

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Todo iba bien encaminado, a ojos de Melkor, las últimas dos travesuras habían tenido el resultado esperado

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Todo iba bien encaminado, a ojos de Melkor, las últimas dos travesuras habían tenido el resultado esperado. Ya podía sentir a Mairon como su mano derecha y, sobre todo, era mejor candidato que cierto Maia acuático, que, a final de cuentas, lo traicionó. Bufó estando a nada de llegar a las "tierras" de su próxima víctima. Había viajado parte de la noche anterior y la mañana del tercer día, en dirección al sur, a las zonas limítrofes de Valinor.

Con las últimas dos visitas, Melkor entendió por décima vez, sus razones para odiar a la mayoría de sus compañeros. Si bien hubo un tiempo en que él mismo era alguien distinto, alguien similar a Manwë, no le gustaba recordar esa etapa suya; actualmente le parecía conocer muchas más cosas de las que Manwë no sería capaz ni de concebir. ¡Había hecho maravillas en Arda! Pero ni una sola vez se le reconoció como a Manwë, de hecho, le apresaron y de tal forma, es que terminó en este estado.

Estaba muy seguro que, todo ese amor que alguna vez sintió por su hermano, ahora era un genuino desprecio y si fuera por él, le parecía satisfactoria la idea de tener el cuello de Manwë apresado entre sus toscas manos.

Era un ser especial, se decía Melkor, y fuerte, y, por tanto, se merecía tener su propio pueblo, su propio rebaño para amordazar y jugar con él a su antojo. Está de más decir que la libertad y su significado, no tienen cavidad en su diccionario y que, si de verdad quería someter no sólo a los hijos de Ilúvatar, sino también a sus compañeros, necesitaba del poder y perfección de Mairon. Hacía eones que algo le atraía de dicho Maia, y no estaba dispuesto a abandonarlo en las conformistas fraguas de Aulë, otro patán al que también odiaba.

Melkor detestó la inocencia con la que encontró a Manwë el lunes pasado, aún estaba incrédulo sobre el amor que Varda le profesaba. No tenía por qué sentirse celoso, pero lo estaba, porque hubo un tiempo en que él, Morgoth, Bauglir y Melkor, se sintió atraído por la Doncella de las Estrellas. Pero fue rechazado cruelmente. Pensó entonces, que el amor era un obstáculo para su convicción, y lo desechó sin más. Claramente ese era sólo un pequeño motivo (de millones, y cada cual más ridículo) que Melkor tenía para repeler a su hermano menor.

Otra cosa era también Irmo, Nienna y Namo; la fémina siempre le resultó débil, una simple cucaracha de la cual, sería fácil aprovecharse. Odiaba escuchar su llanto por las mañanas, tardes y noches ¡todo el santo día la mujer no paraba de llorar! Y provocaba en Melkor, un humor de perros, peor del que era conocido.

En cuanto a Irmo, simplemente le parecía ridícula su existencia. El joven de cabellos platas y verdes no hacía nada más que provocarle problemas al mayor de todos; era un llorón por excelencia, un iluso, más que Manwë y sobre todo, un bueno para nada que solo sabía fumar. Por eso no sintió ni una pizca de remordimiento al arruinar su "bello" jardín. Había pensado en hacer más maldades, pero la inesperada llegada de Namo le arruinó la fiesta, tuvo que inventar una mentira y salir casi con la cola entre las patas de ese lugar.

Ahora, hablando un poco de Namo, en general le parecía un colega bastante aburrido, muy correcto y para su mala suerte, era un buen amigo de Manwë. Cualquier cosa que Melkor infundía en Manwë, siempre iba Mandos a desmentir todo y ayudar a levantar la autoestima del Señor de las Aves. Era quizá, su peor enemigo, dejando de lado a Tulkas, de quien hasta mencionar su nombre le pone la piel de gallina.

Las cinco fechorías de Melkor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora