PUPPET II |PARTE 9

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Irene

3 de Noviembre, 2019.

Nuevamente me encontraba merodeando por los alrededores de la clínica donde laboraba el doctor Jeon, traerme aquí se había convertido en su ritual de casi todos los días, excepto los sábados o domingos. Aquellos fines de semana podía decidir a donde quería ir, estaba empezando a tener mi propio espacio de libertad, pero una libertad condicional puesto que no podia ir por la vida sin documentación y sin rumbo alguno. Siempre que podia salir, iba a los lugares más comunes y menos peligrosos para mi según las palabras del Doctor Jeon.

—« Y tienes terminantemente prohibido pisar la playa »— fueron las últimas condiciones que puso antes de poder confiar en que podría cuidarme sola, fue como un padre soltando a su pequeña en el jardín de niños, en su primer día de clases.

Ahora mismo había decidido venir con él a la clínica, ya los lugares a los que se me tenía permitido visitar me parecían monótonos y aburridos. Él lunes al cafe del señor Jhon a una cuadra del departamento, el parque central los martes quedaba a media hora, miércoles el mall, jueves el centro de patinaje de hielo a diez minutos y viernes cine, teatro. Cualquier cosa que me distrajera ya no lo hacía. 

—Buenos dias, Sully— saludé a una de las enfermeras y ella respondió con una brillante sonrisa muy tierna, todos en la clínica actualmente me conocían como la pequeña hermana del doctor Jeon o simplemente señorita Jeon. Y, a decir verdad, al principio me incomodaba un poco porque tenía la extraña sensación de que todos podían ver mas allá de la fachada «No era la hermana del Doctor y mucho menos familiar suyo» Pero con el tiempo solo dejé que me acostumbrara a ello, más no a decirle hermano al Doctor Jeon y a decir verdad, necesitaba más tiempo para poder hacerlo puesto que solo habían pasado algunos pocos meses desde que inicio dicha falacia.

Producto de la mente maestra del Doctor Jeon.

Caminando por los jardines de la clínica pude divisar en mi campo visual, un parque de descanso a una pocas cuadras « por no llamarlo descanso para los muertos, que sonaría muy tetrico» y pensándolo bien, no me había fijado en eso desde que había pisado la clínica, mi mente siempre estuvo enfocada en mí y quién era yo pero a estas alturas, había dejado de importarme. Me abracé a mi misma y di unos cuantos pasos dispuesta a ir a por otro rumbo pero en ese instante una Ford gris se aparcó en la próxima calle y de ella bajó un hombre.

Llevaba unos vaqueros negros ajustados, junto con una camiseta de abotonar negra doblada hasta los codos. No alcanzaba a ver muy bien su rostro puesto que los lentes de sol negros cubrían partes especificas de su rostros, pero más que eso, la niña que había bajado minutos después me pareció intrigar, esa niña pequeña la conocía de algún lado. Tenía una vaga idea pero no recordaba muy bien de dónde.

Las ganas de fisgonear me estaban calando los huesos y las manos y pies habían empezado a picarme, para entonces ya me encontraba siguiendo sus pasos muy de cerca pero con precaución, no quería que aquel hombre pensara que era una mujer loca y sin ocupación, simplemente no podía quedarme con la vaga sensación de que podía conocer a esa niña de algún lado y que solo iban ellos dos ¿dónde estaba la madre?

Levanté la capucha de mi abrigo y me abracé nuevamente a mi misma mientras caminaba en silencio a unos pocos metros suyos, el hombre era de contextura no voluptuosa como la de un gimnasta, pero si fribrosa y musculosa, de una altura imponente y de finos cabellos castaños que danzaban sobre su cabeza con la pequeña brisa de la mañana, en su mano llevaba un ramo de rosas blancas, para mí, las flores mas hermosas del mundo.

Al detenerse frente a una lápida plasmada bajo un árbol en el césped verde, también detuve mis pasos abruptamente y me escondí detrás de unos de los frondosos árboles del lugar. Aquel hombre sonrió con tal melancolía que pude sentir su dolor como si fuera mío, barrió con las manos las hojas que caían desde arriba y desató la cinta que contenia las rosas, luego las colocó con sumo cuidado mientras le hablaba a la fría lápida y a la pequeña niña.

La pequeña abrió un papel y el sacó de su bolsillo un pequeño sobre en blanco, ambos lo dejaron a un lado de las rosas. Tal vez la madre de aquel hombre había fallecido hace poco y por eso esa melancolía cargada en sus ojos, de pronto aquel hombre levantó el rostro a mi dirección y como si fuera de vida o muerte traté de cubrirme aún más con la capucha y actúe como si estuviera estirando cerca de aquel tronco. Me venía bien dado que llevaba puesta ropa deportiva y esa era una cuartada perfecta, le di la espalda y fingí seguir estirando.

—Disculpe usted, pero creo que este no es un buen lugar para practicar deportes señorita.— paré en seco al sentir su voz golpear mi nuca.

Su voz...

—como se habrá dado cuenta, es un lugar en donde las almas intentan descansar en paz, no un parque recreativo ni un gimnasio. — percibí sus pasos alejándose y en cuanto me giré para darle una disculpa, él y su pequeña ya habían desaparecido dentro del auto que estaba poniéndose en marcha.

Me reproché internamente por ser tan curiosa y nuevamente me abracé a mi misma pero no por el frío, esta vez por el estremeciento que su corpulenta voz llena de fastidio y a la vez apesadumbrada, provocó en mí. «esa voz no parecía ser cualquier voz»

Llena de curiosidad aún, caminé en dirección a la lápida y mi corazón dió un tremendo vuelco al leer lo que estaba grabado ahí:

Grandiosa madre, mujer, amiga,  compañera e hija.
Descansa en paz
1995 — 2017

Me acuclillé y tomé la carta que había dejado y luego el pequeño dibujo de la pequeña, en ella había dibujado a una familia feliz, todos juntos de las manos, mi corazón pareció hundirse una vez más. Pensé por un momento y supe que aquella pequeña era la misma que había visto en la playa, con la que había platicado.

—¡Hey señorita! no puede invadir la privacidad de la familia Kim.— vociferó el guardia del cementerio, rápidamente me escondí la carta, el dibujo en el bolsillo de mi abrigo y me levanté para salir a trote.

—Disculpe, creí que era alguien conocido. — asintió con la cabeza y salí de allí como si hubiera visto los mas terrible del mundo. O...

Como si lo que acababa presenciar hubiera sido mi propia muerte, pero no era así. Yo estaba viva.

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