PUPPET II| PARTE 3

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Doctor Jeon

Rodaba por los espacios vacíos de mi cama pensando en qué concepto me tendría ahora Irene después de la escenita que la hice pasar anoche, no paraba de repetirme una y otra vez que había sido un tonto al aceptar que Melody viniera a mi casa en vez de poderlo hacer en el consultorio.

Aunque no tenía muchas ganas pero necesitaba distraerme un poco, y Melody, me lo ofreció.

Tal vez le haya parecido un insulto dado que es mi paciente y está viviendo bajo el mismo techo que su Doctor, que en todo caso soy yo, o tal vez me pida irse. Pero es algo que ni en sueños podría hacer, carece de recuerdos y no podría valerse por si sola ¿que cosas terribles le esperarían afuera? Siendo tan pequeña, delicada. Ella...en fin, no podría.

La alarma sobre mi mesita de noche suena por tercera vez provocando que el molesto pitido casi me rompa los tímpanos, dejo caer mi pesada mano sobre el botón de encima y me pongo en pie decidido a tomar una ducha que esfume los estúpidos pensamientos que invaden mi mente. Los minutos lentamente pasan y mientras me visto y arreglo mi cabello intentando que permanezca en una sola posición sin exito alguno gracias a los mechones rebeldes que caen aún mojados sobre mi frente, espero a que Irene aparezca en el umbral de mi habitación enfurecida y decidida a marcharse.

Pero no lo hace, ella no llega.

Recorro el pasillo y noto que la puerta próxima a la mía sigue cerrada, tal vez se ha marchado sin que yo lo haya notado. El corazón me golpetea a una velocidad impresionante dentro de mi ancha caja torácica y tengo la intención y las ganas de poder espiar un poco, asi que suavemente abro la puerta tensando casi por complto los musculos de mi brazo, como si aquello evitara que la puerta suelte aquellos particulares chillidos al abrirse de par en par.

Mis ojos rápidamente se deslizan del suelo hasta la cama, la veo a ella tirada sobre las sabanas blancas aún dormida boca a bajo, pero la presión me sube y me baja cuando me percato de que se ha puesto a dormir en una camiseta y solamente en bragas, unas finas bragas de encaje blanco. Siento sequía en los labios y el aire un poco denso ¿qué estoy haciendo? Sin poder mirar más, desvío la mirada y cierro la puerta sin querer provocar ningún ruido que pudiese despertarla.

Me quedó un momento en el pasillo asimilando lo que mis ojos acababan de ver y dándome cachetadas mentales por ser tan metiche e invadir una privacidad que no es para nada de mi incumbencia, asi que sin más me decido por pasar la mayor parte de mi día trabajando en el consultorio. Pero no podía dejar de pensar que ahora más que nunca deseaba saber ¿quién era ella? ¿de donde venía? ¿y qué era antes de su vida?

Irene

Habían pasado muchas horas desde que desperté y seguía tirada en la cama tratando de dormir más de lo que realmente podía, me debatía en si debía salir de la habitación y disculparme con el Doctor Jeon por no haber desayunado con él, o quedarme aquí en lo que restaba del día hasta poder tener valor y poder mirarlo a la cara después de el bochorno que le hice pasar anoche.

Pero sabía que no podría quedarme para siempre ahí adentro asi que tomé unos calentadores, me hice una coleta alta y salí al pasillo con el corazón en la garganta pero...El Doctor Jeon al parecer se había y ido, lo sabía porque la puerta de su habitación que estaba al lado de la mía, permanecia abierta y la fragancia de perfume recorría el pasillo hasta la puerta principal. Ni siquiera se había despedido de mí.

Extrañamente un pequeño vuelco en el corazón se hizo presente.

Me dispuse entonces a desayunar sola y mientras lo hacía junto al enorme ventanal en la sala de estar, me pregunté si algún día podría salir de estas cuatro paredes, dado que, desde que habia llegado aquí no lo había hecho más que salir al pasillo por la leche que se entregaba puerta a puerta los lunes por las mañanas. No era porque el Doctor Jeon me lo prohibiera, era algo mucho más fuerte.

Yo estaba vacía, y allá afuera había demasiada información.

Tal vez me ganaba el miedo y las dudas pero no quería quedarme el resto de mi vida siendo prisionera de mi miedo, el día estaba soleado y la playa estaba a unos metros de mí porque podía ver las olas desde aquí. No quería pensar en cómo me iba a sentir al pisar la cálida arena blanca después de que el doctor Jeon me hubiera encontrado en ese lugar, casi muerta hace dos años. Sólo quería pensar en lo feliz que me haría si dejaba de sentir miedo y aunque el Doctor Jeon me ha advertido que lo de salir sería más adelante, yo tenía la valentía de hacerlo ahora.

Sintiendo que rompiera una regla si él no estaba.

Dejé mi plato de frutas a un lado y corrí a misma habitación en busca de ropa ¿qué usa la gente para un día de playa? No lo recordaba, así que corrí al ventanal e intenté divisar alguna vestimenta de algún turista pero todos parecían andar desnudos. ¡No saldría a la playa en ropa interior! Y tampoco tenía del tipo que ellas usaban, pero sí del que usaban los hombres, tal vez el Doctor Jeon tendría algunos pantalones cortos. Corrí nuevamente pero esta vez a la habitación del Doctor y busqué en su armario ¡efectivamente las tenía! Me coloqué el que mejor me pareció y ajusté muchísimo el cordón a mi cintura para que no se resbalaran, me dejé la camiseta puesta y me medí unas zandalias del Doctor que aunque me quedaban grandes, me servían para dirigirme a la playa y en cuestión de minutos estar tocando por primera vez la arena blanca.

Como si fuese la primera vez...

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