DESPEDIDA

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  • Dedicado a Alejandro Lopez
                                    

El peligroso líquido se filtró como un intruso y se instaló en mi boca logrando que la lengua se entumeciera, al punto de que un poco de aquel brebaje se escapó travieso por la comisura de mis labios. Su resquemor no tenía límites y mi estómago, más consciente que yo de dicha locura, protestaba a gusto mandando sendas arcadas mientras mi cerebro adormecido por sus efectos contrapunteaba como el órgano imponente que en ocasiones no era digno de que imperara.

No lo pensé demasiado y a la orden de una contracción, el maldito bebedizo se deslizó por mi laringe y se desplegó en un viaje sin retorno. Mi cerebro sonrío triunfal dándole jaque mate a la partida de ajedrez condenada al fracaso desde el principio. Mi estómago, cabizbajo esperaba el coletazo con resignación, pero sintiéndose tranquilo, ya que al fin y al cabo, el reiría de último haciéndomelo pagar caro, muy caro.

- ¡Pero que floja sos!- escuché.

Lina Márquez, mi mejor amiga, me observaba con una grosera mueca burlona que se perpetuó en el tiempo más de lo debido. Me pareció algo siniestra, como salida de una pésima película de terror.

-Ya sabés que odio el tequila- me defendí fingiéndome molesta.

-Sí, claro, eso no te lo creés ni vos.

Le respondí sacándole la lengua, mientras ella me enseñó una exagerada mueca infantil.

Pero aquello de que odiaba al tequila, era cierto, y todo por el simple hecho de que el endemoniado trago siempre me caía mal. Era mi kryptonita, así que la pregunta obvia era: ¿Por qué me estaba bebiendo esa basura? ¿Masoquismo? ¿Falta de amor propio? O ¿es que tenía tan poca personalidad como para resistirme?, mi estómago contestó con un retorcijón doloroso; llevé una mano temblorosa a la boca, ordenando con un impulso a mi garganta que tragara saliva.

“¡cualquier cosa, pero vomitar jamás!” me recriminé mentalmente.

Mi estómago lo entendió, pues el malestar cesó un poco. Sequé disimuladamente el sudor frío que comenzaba a manar por mis sienes; sin embargo el ambiente fiestero dentro de aquella casa, las luces intermitentes, el humo con olor a chicle, a sudor, los cuerpos moviéndose frenéticamente al ritmo de una canción estridente, las botellas de aguardiente, tequila, ron, whiskey y demás paseándose como si fueran amos y señores de un palacio real fueron demasiado para mí. Un fuerte mareo hizo que estuviera a punto del desmayo. Fue suficiente.

- Esperáme ya vengo- Le dije tratando de hacerme oír en medio de la algarabía, intentando no demostrar mi malestar, aunque no tuve que esforzarme demasiado, ya que para entonces ella estaba sosteniendo una amena conversación con un hombre que no recordaba haber visto antes en toda mi vida (ni en toda la suya) y sin embargo, ya había un grado de confianza tal que incluso me atreví a intuir en que terminaría todo aquello. Comenzaría con un baile lento, muy lento y los cuerpos se acercarían, cada vez más cerca, hasta que las bocas se buscaran y se sellaran en el más intenso de los besos y para cuando el instinto reproductivo comenzara a clamar, Lina lo invitaría a algún sitio más “privado”. Cualquier cosa serviría, un baño, el asiento trasero de un carro, un cuarto abandonado, cualquier cosa con tal de tener la oportunidad de darle rienda suelta a las pasiones y después, satisfecha, simplemente se iría y trataría de no volver a ver al tipo el resto de su existencia. ¿Para qué? ¡Si ya no le serviría para nada más! Comprendí entonces que mi presencia para ella equivalía a multiplicarme por ceros, y que mis torpes intentos por explicar mi ulterior ausencia le importaban un rábano. Puse los ojos en blanco y me paré torpemente de la silla, tratando de ignorar las irascibles protestas que se suscitaban en mi vientre. A trompicones me abrí paso entre la masa amorfa de bailarines que se movían al ritmo de una canción electrónica de moda, todos ellos apretujados en un punto que parecía ridículamente pequeño. Repartí algunos empujones y escuché varios reproches, pero al fin llegué a mi objetivo: el balcón.

LO QUE GRITA TU SILENCIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora