5 - Sara

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Entré a la biblioteca e inmediatamente identifiqué a mi alumna del día

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Entré a la biblioteca e inmediatamente identifiqué a mi alumna del día. Su nombre era Sara y era de mi misma generación, pero no recordaba la última vez que había cruzado palabra con ella, si es que alguna vez lo había hecho. Era de esas personitas silenciosas cuya presencia rara vez se hace notar. De cuerpo pequeño, pelo negro liso y largo de corte rectangular con chasquilla, y una tez blanca como el marfil, me hacía pensar en una muñequita japonesa.

Esperaba tener mejor suerte con ella que con Héctor, el pobre tipo tenía vacíos de conocimiento tan grandes que con un poco más de ignorancia sería capaz de crear un hoyo negro. Me preguntaba cómo había siquiera superado el curso anterior. Tuve que dedicar varias horas solo a ponerlo al día en los conceptos más básicos del ramo y el pobre tipo estuvo a punto de tirar la toalla en varias ocasiones. Después de nuestra sesión de estudio, había llegado pasada la media noche a casa, completamente destruido. Papá me había dejado la comida lista, pero entre el rencor que aún le guardaba por la situación en que me había metido (no habíamos cruzado palabra en días) y el sueño que tenía, pasé directo a la cama. El hambre que sentía ahora era en parte consecuencia de aquello y el miserable paquete de papas fritas que había comprado en la máquina no había hecho absolutamente nada por apaciguarlo.

Tomé asiento al lado de la chica, que se sobresaltó al notar mi presencia, perdida como estaba en la lectura de una novela de Murakami.

—Gabriel Villagra. Tu nuevo profe particular —dije por si no me había reconocido, dudando si dejar el saludo así, agregarle un apretón de mano o besarle la mejilla. Dado que no hizo ningún gesto de acercamiento, me quedé con el saludo sin contacto.

Ella asintió levemente.

—Si te conozco. Vamos en el mismo nivel. ¿No me conocías? —su voz era pequeñita como ella y parecía decepcionada.

—Sí, claro que sí. O sea... de vista. Pero sí. Solo quería hacer la introducción oficial —dije con una sonrisa, temiendo haberla ofendido. Ella intentó responder a mi sonrisa, pero mi explicación claramente le había parecido poco convincente. Se hizo un silencio incómodo.

—¿Te gusta ese autor? —pregunté apuntando a su libro, para romper el hielo. Ella asintió tímidamente.

—Es de mis favoritos. ¿A ti te gusta?

—Yo... solo he leído uno de sus libros. Estaba bien, creo. No recuerdo mucho.

Ella bajó la vista ¿Le había contrariado mi respuesta? Decidí que lo más sano era cambiar de tema.

—Ajem... entonces tú necesitas ayuda con Historia y Cultura ¿no?

—Ah, sí. ¿Tengo que pagarte ahora?

—No, no. Al final de la clase. O cuando puedas si no tienes la plata ahora. Tranquila.

—No, si tengo la plata —dijo, inclinándose para rebuscar su bolso.

—En serio no tienes que pagar ahora —insistí, tocando su brazo para detenerla. Lo recogió automáticamente con un sobresalto, como si mi dedo quemara. Su reacción me hizo sentir como si hubiese profanado un templo entrando con zapatos llenos de caca.

—Perdón por tocarte... yo no... —balbuceé desconcertado. Ella, que había dejado de rebuscar su bolso, negó enérgicamente con la cabeza.

—Perdóname a mí. Fue un reflejo. Yo... no estoy acostumbrada... me cuesta hablar con la gente —Volvió a bajar la mirada y se mordió el labio. Tres momentos incómodos en menos de cinco minutos. Era hora de reencausar la conversación o mi clase terminaría antes de comenzar.

—No hay problema. Partamos con la clase ¿te parece? ¿Algo en particular que te cueste más?

—Pues... más o menos entre que se creó el mundo y la actualidad —dijo esbozando una sonrisa que provenía más de sus ojos que de sus labios. Su broma me pilló tan desprevenido que lancé una carcajada; varios rostros se volvieron con mirada reprobadora desde otras mesas y me sentí tornarme rojo. El éxito de su broma le dio a Sara la confianza para mirarme por primera vez a los ojos y su sonrisa se extendió también a sus labios. Era una linda sonrisa. Repentinamente sentí cómo la incomodidad que se había instalado entre nosotros se desmoronaba.

—¿Y siendo más específicos? —dije esforzándome por retomar el hilo de la conversación, al darme cuenta que nuestro cruce de miradas se había mantenido por demasiado tiempo.

—¿Hm? —pestañeó varias veces, como si recién despertara de un sueño. Noté que sus pestañas eran espectacularmente largas.

—Sobre la materia que te cuesta.

—¡Ah! No sé... es que en la clase todo lo entiendo, pero como que nada se pega. Cuando intento repasar para las pruebas, es como si viera la materia por primera vez —dijo dándose un adorable golpecito en la cabeza que me hizo sonreír otra vez.

Decidí que lo mejor era hacer una pasada rápida por el temario general del curso, para evaluar cómo estaba su nivel de conocimiento en cada área. En mi experiencia, gente como ella tenía todo el conocimiento dentro de su cabeza, pero se ponía tan nerviosa ante la presión, que no era capaz de sacarlo de allí. Similar a nuestra reciente interacción, solo necesitaba sentir suficiente confianza para sacar lo mejor de sí.

No me equivocaba.


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