17 - Café de máquina

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A la mañana siguiente Adela y yo figurábamos tempranísimo en la puerta de la Universidad, esperando al ayudante de Taller para explicarle lo sucedido. Habíamos decidido cambiar la locación del trabajo al ex Mercado de Abastos, lo que implicaba que llegaríamos con las manos vacías a la corrección de avances que tocaba presentar un poco más tarde.

—¿Estás bien? —le pregunté mientras esperábamos como dos paletas heladas, dando pataditas al piso para llevar circulación a los dedos de los pies.

—Sí —respondió simplemente—. ¿Y tú? Te ves cansado.

—Un poco... no he dormido mucho últimamente. Pero estoy bien.

—¿Tu amigo no se complicó?

—¿Mi amigo? —Parpadeé varias veces, desconcertado.

—El que te alojó anoche. ¿Estaba en su casa? ¿Pudiste quedarte con él?

—¡Ah! Sí... todo bien —mentí de manera poco convincente. Adela me dio una mirada oblicua.

Justo en ese momento divisamos al ayudante doblando la esquina y nos acercamos a él. Pedro Pardo escuchó la historia con atención y se comprometió a interceder por nosotros ante Araneda, para que no clavara nuestras cabezas en estacas a la entrada de la universidad como advertencia a futuros alumnos irresponsables. La gestión tuvo resultados mixtos: Araneda nos miró como a dos cucarachas paseando sobre su comida, pero no tomó ninguna medida más drástica que demandar el doble de trabajo para la clase siguiente. Adela y yo respiramos aliviados y nos quedamos escuchando la corrección del resto de los alumnos con atención, intentando absorber todo el conocimiento posible para no cometer los mismos errores que ellos. Para mi frustración, no encontré la libretita donde normalmente tomaba apuntes, así que debí usar mi cuaderno de Urbanismo.

Concluido el Taller, salimos al patio. Ella chequeó la hora en un reluciente teléfono de gama alta.

—Vaya, qué rápido conseguiste un teléfono nuevo. ¿Dónde encontraste una tienda abierta a estas horas? —comenté con franca envidia.

—No es nuevo. Me lo pasó uno de mis hermanos. Él se compró el último modelo hace poco.

—¿Hay un modelo más nuevo que ese? No tenía idea.

—Es que salió la semana pasada, se lo trajo de Estados Unidos.

—¿Andaba de vacaciones allá?

—No, fue a eso.

—Ah.

Inconscientemente mi mano rebuscó en el bolsillo donde normalmente estaría mi teléfono, esperando encontrarlo. Había hecho eso ya setecientas veces en el día, provocándome microfrustraciones constantes. Ella notó mi gesto.

—Puedo preguntar en casa si hay otro teléfono en desuso, si quieres.

—No hace falta, no te molestes —respondí odiándome a mí mismo instantáneamente. Su oferta era justo lo que deseaba, pero oírla de sus labios me hacía sentir como un mendigo. Ahora tendría que comprar un teléfono nuevo de los más baratos, lo que de todos modos me costaría a lo menos el equivalente a un par de clases. Si hubiese podido agarrar a mi orgullo del cuello, estrangularlo y abandonar su cadáver entre unos matorrales, lo hubiese hecho en ese mismo instante. Preferí llevar a mi mente a otro tema—. ¿Tienes muchos hermanos?

—Somos siete.

—¡Siete! —Como hijo único, ni siquiera era capaz de concebir cómo era compartir un hogar con tanta gente.

—Cinco mujeres y dos hombres. Yo soy justo la del medio.

—¿Y tus papás ya cerraron la fábrica o vienen más en camino?

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