4. Encuentros

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–Bueno... qué coincidencia, ¿no creéis?– preguntó Naty, inocentemente. Ambos la miramos muy seriamente de brazos cruzados.

–Lo has hecho a propósito– la acusé.

–¡Oh, por favor, por supuesto que lo he hecho a propósito! Alexandr y yo ya habíamos quedado en que vendría la semana que viene, cuando recibí tu llamada solo lo adelanté poniendo como excusa que la niña tenía cólicos y necesitaba ayuda. Era demasiado fácil– admitió, rodando los ojos con cansancio.

–¿Me has hecho cambiar pañales durante tres días mientras supuestamente le preparabas una medicina para nada?– preguntó Alexandr, ofendido. Intenté aguantarme la risa todo lo que podía.

–Sí, sobre la niña, un pequeño detalle a mencionar, ¿no crees?

–Dijiste que tenías malas noticias, así que pensé que las buenas allanarían un poco el terreno– se excusó cogiendo a su hija en brazos. Era completamente igual que ella, con la única diferencia de tener el pelo ondulado y un rizo rebelde en un mechón.

–Ya... no es por desilusionarte, pero ni siquiera un bebé puede ser suficientemente buena noticia para esto. Naty, yo no tenía pensado volver, pero esto es serio.

Natasha al ver mi expresión, entre seria y temerosa, abrió más la puerta y señaló con la cabeza una adorable sala de estar blanca con mucha luz natural. Ariel, la pequeña, se escapó de los brazos de su madre para irse a jugar a un parque de bebés. Los tres, por otro lado, nos sentamos en los sofás. Hubo un silencio muy largo. No tenía ni idea de cómo decirles eso y la presencia de Alexandr solo me ponía más nerviosa.

–Nikolay ha vuelto– solté de golpe.

–¡¿Qué?! ¡No es posible!– gritó Alexandr. Fue tal su cabreo, que Ariel empezó a llorar y Naty fue rápidamente a cogerla en brazos y mecerla para calmarla.

–Tú, saco de rabia, vuelve a hacer llorar a mi hija y no la verás en lo que te queda de vida– riñó Naty a Alexandr, imponiéndose. Yo la miré asombrada. Sabía que ella tenía carácter, pero al parecer el instinto materno lo había aumentado.

–Si es que con esa cara de amargado que traes normal que se asuste la pobre cría– me burlé. Tenía una forma muy peculiar de decir que le había extrañado. Y al parecer él me entendió, porque sonrió con arrogancia mientras respondía.

–Eso es porque aún no te ha escuchado berrear como un animal herido cuando crees que estás cantando– me respondió.

–No sé si es más madura Ariel o vosotros, la verdad. Como buena hermana y amiga que soy, os dejaré unos minutos para que habléis entre vosotros y arregléis toda esta tensión sexual que hay por medio. Eso sí, si se os ocurre un método más práctico para arreglarlo, en mi sofá no– mientras Naty decía eso, se llevaba a Ariel con ella a otra parte de la casa.

–¡Eres una asquerosa, que lo sepas!– le grité ofendida, para recibir solo una risa malvada por su parte. Una vez que Naty había desaparecido de la sala de estar, un incómodo silencio se instauró entre Alexandr y yo. Estaba esperando a que me dijera algo, lo que fuera.

–Bueno... parece que se te haya caído un bote de pintura granate en la cabeza– dijo él, después de un buen rato.

–Empezaba a pensar que no te darías cuenta– murmuré.

–Me he dado cuenta desde el primer momento en que te he visto– respondió rápidamente, con su habitual tono inexpresivo, mirándome como si fuera un rompecabezas que tuviera que resolver. Y el silencio volvió durante un rato –¿Por qué no volviste?– fue oír eso y sentir un pinchazo en el corazón. Levanté la vista del suelo para mirarlo y me encontré con sus preciosos ojos azules, que me miraban con súplica, esperando una explicación razonable. Me sorprendía cómo podía cambiar tan rápido de expresiones.

La hora de la venganza [VAUM 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora