3. La familia de Ariel

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Pocas horas después de encontrar a ese becario imprimiendo fotografías del libro de cuentas de la empresa de Alexandr y Alessandro, llamé a Zoltan para informarle de que lo teníamos y nos lo llevábamos a Budapest. Dos hombres de Zoltan se lo llevaron en cuanto pisamos suelo húngaro mientras que nosotros íbamos en otro coche, con mucha más tranquilidad. En cuanto Alessandro y yo entramos al edificio donde trabajaba Zoltan, ya podía escuchar los gritos de Demir.

—¡He dicho que quiero saber su puto nombre! ¡Dime el nombre de tu jefe o te partiré todos y cada uno de los huesos que aún tienes intactos!

Suspiré. Miré a Zoltan, quien estaba sentado detrás de su escritorio con una sonrisa y moviendo el dedo índice como si fuera una batuta cada vez que escuchaba a Demir dar un golpe.

—No sé si sentirme más orgulloso como padre o como jefe— dijo él, mirándonos.

—¿Cuánto rato llevan ahí?— pregunté.

—Veinte minutos y el muy cabrón solo dice "yo no sé nada, yo no sé nada" y lloriquea como un bebé— respondió, rodando los ojos y burlándose mientras citaba lo que había dicho nuestro recluso.

—Déjame a mí, conseguiré todo lo que necesitamos— ofrecí, caminando hacia la "sala de interrogatorios".

—Está bien, pero te daré los mismos veinte minutos que ha tenido Demir. Si mi chico no ha podido sacarle nada, no sé qué puedes hacer tú— accedió. Yo cogí un vaso de plástico y lo llené de agua, me puse un comunicador en la oreja para que pudieran escuchar la conversación y yo escucharlos a ellos y entré en la habitación con una sonrisa inocente.

—Yo me encargo— le susurré a Demir, mirando sus nudillos sangrando. Él asintió con la cabeza y se fue. Me giré para mirar al chico, acurrucado en una esquina. Busqué con la mirada por la habitación y vi dos sillas, puse una delante de él y otra un poco más alejada —. Siéntate, debes estar cansado— él obedeció sin dejar de mirarme con miedo, yo me senté en la otra silla y le ofrecí el vaso de agua, que cogió con las manos temblorosas —. Siento el comportamiento... abusivo, por así decirlo, de mi compañero. Como has podido comprobar, no es muy amistoso— hablé con toda la simpatía que pude mientras le quitaba las esposas, aguantándome la risa al oír cómo Demir se quejaba a través del comunicador —. Pero no estás aquí para hablar de él. ¿Cómo te llamas?

—Angelo Rossi— respondió en un susurro débil y casi inaudible.

—Eres italiano, supongo— él asintió con la cabeza —. Mi nombre es Ekaterina, un placer conocerte, aunque lamento que haya sido bajo estas circunstancias— vi cómo poco a poco se iba relajando y, aunque siguiera teniendo miedo, ya no estaba tan a la defensiva y tal vez podía conseguir que me dijera algo. Demir había aprendido de su padre que la forma más eficaz de sonsacarle información a alguien era el miedo, pero no cayeron en que el pánico bloqueaba los recuerdos y con según qué personas era mejor ir de buenas —. Dime, Angelo, ¿sabes por qué estás aquí?

—Creéis que he robado el libro de cuentas de la empresa para la que trabajo, pero juro que yo no he sido, nunca traicionaría al señor Petrov, él me lo confió para que mandara una copia a uno de los nuevos socios— explicó rápidamente. Hubo algo que me llamó la atención.

—¿El señor Petrov te confió el libro de cuentas de su empresa? ¿A ti? ¿Un becario?— pregunté –Siento que me cueste creerte, debido a que el señor Manzoni, el mayor inversor de la empresa, no sabía ni quién eras.

—Sé que no suena creíble, pero es la verdad, lo juro. Me dijo que no siempre se podía confiar en la gente que estaba alrededor, que a veces hacía falta alguien de fuera para acabar de perfeccionar las cosas. Por favor, déjame ir, tengo familia— pidió entre llantos. Aquella frase no tenía pinta de ser de Alexandr. Si algo lo caracterizaba era su típico "Si quieres algo bien hecho, hazlo tú mismo".

La hora de la venganza [VAUM 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora