1. Dinero

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Estaba esperando fuera de la joyería, en el coche, a que mi compañero en ese atraco trajera el botín. Se estaba demorando demasiado. Perdí la paciencia y salí del coche mientras me guardaba la pistola en el pantalón y me cubría la cara con un pañuelo negro, dejando ver solo mis ojos. Cuando entré en la joyería y vi al que se suponía que era mi compañero de asalto fumando tumbado encima de una vitrina me exasperé.

—¡Gatita, prueba esto!— exclamó. Resoplé y, después de murmurar un "inútil", le disparé en la cabeza y aparté su cuerpo de mi hermoso botín. Mis ojos brillaron cuando vi las dos bolsas deportivas a rebosar de joyas y diamantes.

—Venid con mamá— murmuré riendo mientras salía de la joyería.

Escuché las sirenas de la policía de lejos, así que subí al coche y dejé las bolsas en el asiento del copiloto. Pisé el acelerador como si me fuera la vida en ello, porque en cierto modo era así. Me persiguieron tres coches patrulla durante una media hora, hasta que conseguí perderlos entre callejones. Me reí y grité de alegría. Aquel había sido un muy buen botín. Conduje hacia la pequeña nave industrial en la que vivía y aparqué mi hermoso coche dentro. No era gran cosa, pero no necesitaba más. Era todo abierto y estilo urbano. Tenía una pequeña cocina, un sofá con televisión, un baño y tres dormitorios, de los cuales solo usaba uno, que consistían en unos palets de madera colocados en el suelo y un colchón con sábanas encima. Me quité los botines y me tumbé en el sofá mientras suspiraba. Me quedé dormida durante aproximadamente una hora, hasta que el sonido de mi teléfono me despertó. Lo cogí y respondí.

—¡¿Qué?!— no estaba de muy buen humor cuando me despertaban de la siesta.

Te quiero en mi oficina en media hora con el paquete— era mi jefe, Zoltan. Resoplé mientras miraba al techo y cerraba los ojos, frotándome la cara con la mano que tenía libre.

—Ahí estaré— murmuré con pesadez y colgué.

Estampé un cojín en mi cara y después de desperezarme me levanté del sofá para volver a ponerme los zapatos y conducir hasta la otra punta de Budapest. Cuando llegué y saqué las dos bolsas del maletero, pude ver la sonrisa de mi jefe desde la puerta. Entré y dejé la mercancía encima de su mesa.

—Quiero mi dinero— exigí al momento.

—La paciencia no es solo la capacidad de esperar, sino cómo nos comportamos mientras esperamos— citó a Joyce Meyer con un tono de voz forzado, como si fuera un intelectual. Uno de sus hombres se llevó las dos bolsas.

—Deberías dejar de leer esos libros de autosuperación, solo hacen que digas tonterías— respondí dirigiéndome al mini bar que tenía. Me serví un vodka solo.

—Y tú deberías dejar de beber eso solo. Te vas a desgarrar la garganta— me contradijo él, de brazos cruzados. Era un capullo, pero se comportaba como si fuera un padre conmigo, me había ayudado mucho durante los últimos dos años.

—Mira cómo me importa— dije llevándome el vaso a la boca y bebiéndome todo el contenido de golpe sin perder contacto visual con él. No se me pasó por alto su mirada de desacuerdo. Mi garganta ardía terriblemente y hasta dolía, pero me encantaba esa sensación.

—Créeme, Zoltan, grita igual que siempre, su garganta está intacta– comentó Demir, acercándose a nosotros. Era el hijo de Zoltan, de mi misma edad. Resoplé al verlo. Se creía que porque me había acostado un par de veces con él éramos algo, o incluso novios. Pero no era así. Éramos compañeros de trabajo y amigos a ratos.

—Eres un imbécil— lo insulté. Se acercó y me rodeó con uno de sus brazos, su mano rozando mi pecho —. Aparta esa mano o te arrepentirás.

—Me encanta cuando te pones así— susurró en mi oído. Le di un codazo en la cara y gritó de dolor.

La hora de la venganza [VAUM 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora