La aldea de Gantipor llevaba años levantada en el mismo lugar. Un claro enorme del Bosque del Este, el bosque más peligroso de la tierra conocida. Los aldeanos que la habitaban eran duros de pelar, humanos fuertes que habían construido sus vidas rodeados de magia y seres oscuros. Supervivientes a los enormes lobos, los temibles espíritus, las traicioneras ninfas, y por supuesto, a otros humanos codiciosos. Aún así el invierno se les estaba haciendo cuesta arriba. Una terrible tormenta de nieve no paraba desde hacía días, el ganado estaba muriendo de frío en los establos de Gantipor, la madera para el fuego se acababa, sin hablar de que las cosechas estaban echadas a perder.
Pero no todos habían perdido la esperanza. Litzma era una anciana de la aldea, no cualquier anciana. Con su metro y medio de altura y su pelo totalmente blanco, era la hechicera de Gantipor. La mujer a la que todos acudían para arreglar sus problemas, aunque no fueran de salud, amor, envidia, poder. Litzma era uno de los pilares de Gantipor, algo así como la abuela sabia de todos.
- ¿Sabes qué Jaz? -dijo la anciana mientras cogía otra capa, para poder seguir tejiendo junto al fuego. -Estoy harta de esta tormenta, la Diosa no nos puede castigar de esta manera.
A saber cuántas capas había remendado en el tiempo que llevaba en casa encerrada. Seguramente las agujereaba ella misma para tener algo que hacer durante el día. A veces la tormenta perdía su fuerza un poco, pero casi nadie se arriesgaba a salir y que los pillara fuera. Y Jaz no la dejaba salir de casa por nada del mundo, eso la estaba volviendo loca.
- La Diosa puede hacer lo que quiera.
Su joven nieta salió de la cocina con dos tazones de sopa caliente. En realidad era agua caliente con trozos de algunas verduras. Pero a estas alturas del invierno no había nada más y la tormenta había acabado con lo que quedaba. Litzma miró su cuenco con cara de pocos amigos y luego miró a su joven nieta y su sonrisa radiante. Esa chiquilla se lo tomaba todo demasiado bien. No lo iba a negar, Jazmeline no se parecía en nada a su abuela en cuanto a carácter se refería.
- Además, ¿qué vas a hacer tú? Amenazar a la Madre Naturaleza con dejar de rezarle. -Puede que ese tono burlón sí que lo hubiese sacado de ella.
- Seguro que algo le fastidia. -Refunfuñó mientras se acomodaba para cenar.
Jazmeline era la viva imagen de su hija. El pelo naranja como el fuego, esa piel blanca y esa cara afilada, con aquello pómulos, que le daban aquel toque de inteligencia. Pero a diferencia de su hija, Jaz tenía los ojos negros y grandes de su padre. Era el mucho más alta que cualquiera de las chicas de la aldea y de muchos de los chicos. ¡Una belleza! Normal, era su nieta.
- ¿Qué ocurre Nana?
- No sé a quién saliste tan sonriente y buena. Está claro que la belleza es nuestra, pero estoy segura de que toda la familia es una panda de malhumorados y pillos.
- Puede que a la familia de mi padre.
Eso lo dudaba aún más, la joven no conocía a la familia de su padre, y Litz tampoco, pero conoció al canalla, y lo único bueno que tenía ese hombre era Jazmeline. Solo iba a decir cosas malas así que prefirió callarse y salvaguardar la inocencia de su nieta.
El silencio se instauró de nuevo en el pequeño salón mientras ambas tomaban la insípida "sopa". Resonaba el viento fuera, golpeando las ventanas y la puerta. Solía ser relajante el silencio, pero la tormenta... ¡Ay la tormenta! Las tenía con las uñas fuera. Sobre todo después de oír el rumor que Jameline escuchó esta mañana.
- Abuela, esta mañana temprano pareció que amainó un poco la tormenta y fui a ver cómo estaba Chopchop. -Chopchop es la vaca. Sí, es la vaca.- Y bueno... Esto... Me preguntaron si creía que esta tormenta era resultado de algún castigo, porque tú practiques "magia oscura" en la aldea.
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Emperatrices: Destino.
FantasyEn un mundo mágico como lo era Targot, es difícil ser especial. Y Jaz lo sabía bien. En su pueblo destacaba por ser la nieta de la Gran Curandera y la futura mujer de Jefe, pero no por ser ella misma. Las cosas estaban a punto de cambiar, aunque Jaz...