Niños grandes

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A la mañana siguiente Litma despertó en su cama. Recordaba vagamente lo que había sucedido el día anterior. La reunión, la tormenta, el frío, la sangre, el conjuro,... ¿La muerte? Con el ceño fruncido se enderezó un poco.

La vista se le enfocó y lo que veía era su cuarto, notaba el olor a humedad por los días interminables de nieve, sobre la mesita de madera un cuenco humeante con lo que parecía ser una horrible sopa de col. Si aquello era estar muerta ahora entendía por qué la gente le tenía miedo. Bastante decepcionante.

- Anda pero si estás despierta. Menuda juerguecita la tuya anoche.

- ¡Ah! Mi cabeza. –Litz se tumbó hacia atrás y cerró los ojos.

- ¿Me lo explicas? - Su nieta se sentó en un borde de la cama y le acomodó las sábanas.

¿Le decía que en realidad era más poderosa de lo que todos pensaban y que lo que había intentado era un suicidio? ¿Que no tenía ni idea de cómo estaba viva y que todo fue por un mal presentimiento? Debería. 

-Me perdí y me caí. 

-Humm... ¿Y la marca negra de tu estómago te la hiciste con el cuchillo o es que una mariposa pasó volando y te arañó con sus alas?

¿Marca? ¿Qué marca? Litz apartó las sábanas rápidamente. En su estómago, donde había clavado el cuchillo, no había herida, ni siquiera cicatriz, lo que había era mucho peor. Un mancha negra que se extendía con ramificaciones cortas. Una marca invasora, un aviso. 

Jaz había estado toda la noche dando vueltas. Cuando encontró a su abuela en la nieve, creyó lo peor. Había un charco rojo bajo su cuerpo y casi no respiraba. La tormenta se tranquilizó de repente y Jaz pudo cargarla hasta casa. Pensó que estaba herida, y había buscado desesperadamente el tajo, pero nada. Su abuela estaba congelada y aún respiraba con dificultad, así que priorizó. Si no tenía heridas, tendría que ocuparse de mantenerla caliente. 

Tras horas frente a la chimenea y dos baños de agua caliente la pudo acostar en la cama. Cuando le dio el primer baño no lo vio, pero en el segundo vislumbró una pequeña marca negra a la altura de su estómago. Le pareció extraño pero no le dio mucha importancia. Simplemente estaba contenta de tenerla viva y enfadada por casi perderla.

No sabía qué la había impulsado a hacerlo pero ya casi era de día cuando sitió la curiosidad de volver a mirar la pequeña marca. Salvo que ya no era pequeña, era bastante más grande y ahora le salían como una especie de venas negras. Ahí fue cuando la alegría se le esfumó. Tenía que despertarla. 

- ¿Y bien?- "Vamos abuela, dime la verdad"

-¿Acaba de amanecer? -Acababa de cambiar de tema.

-Sí. -La paciencia de Jazmeline se agotaba por segundos 

-¿Y la tormenta? -Otra vez.

-Casi calmada. Abuela, ¿qué demonios es eso? 

-Después tendremos una charla larga, -Litzma se empezó a levantar, sin mirar a los ojos a su nieta- te lo explicaré todo. 

"Mentira" pensó Jaz. ¡Increíble! Estaba harta, ella era la responsable, siempre lo había sido, la buena niña, jodidamente perfecta. ¡¿Y todavía no confiaba en ella?! ¿Qué más tenía que demostrar? Apretó los dientes y se dispuso a dejar a su abuela con sus locuras. Se acabó para ella,  no se preocuparía más por ella. En cuanto pudiera se marcharía de aquella casa. Seguro que Zac y sus padres la acogerían.

- Ahora prepárate, nos vamos a casa de Greger. 

¡Anda! Como si le leyera el pensamiento. Esta vez no iba a preguntar por qué, estaba cansada de tanto secretismo y negativas, no aguantaría ni una más.

Emperatrices: Destino.Where stories live. Discover now